Tu sangre contempla la tierra,
brota de tu pecho hasta mi mano,
brota como la semilla que crece cuando muere,
herido me gritas,
difamas el despojo de tu aroma.
Ese hediendo líquido empapa mis pies;
herido me gritas,
maldices mi nombre,
difamas tus restos,
me corrompes, otra vez.
Tu sangre recorre la calle,
condena nuestro jardín,
junto al rosal que sembramos
una maldita tarde de abril,
tu sangre ahoga las rosas que mueren
esta bendita noche de octubre.
El carmesí se une a mi dolor,
se impregna en todo mi cuerpo,
mis cicatrices gritan tu nombre,
pétalos marchitos surcan las ramas,
sobre el rosal que antes idolatrabas.
Tus pupilas son dos copas rebosantes de vino tinto,
sombrías y apetecibles,
tus podridos labios pronuncian mi nombre,
las rosas que eran nuestras sollozan junto a ti,
las espinas que cortaste aclaman a su dueño,
las creíste libertinas,
traicionaste sus secretos.
Te contemplo,
contemplo la sangre que humedece mis palmas,
el dolor se cohíbe de mi pasado,
la venganza se deshace de mi miedo.
Tu carne se desliza sobre el filo de mi daga,
tu sangre es una dicha en mi silencio,
su olor impregna tu soberbia,
herido me gritaste,
esta vez no respondí.
Tu cuerpo despojado, herido y sangriento,
ha caído al suelo donde pertenece,
contemplo tu sangre,
saboreo mi deseo, mi fétido deseo,
el carmesí sobre las rosas.