Cuando me dijiste aquello,
un hondo silencio,
se apoderó de mi ser,
y cuánto hubiera dado,
por tenerte junto a mí,
cobijarte en mi pecho,
y cubrirte con besos.
¡Juro!
Que te hubiera besado hasta el alma,
¡Juro!
Que te hubiera acariciado como nunca,
¡Juro!
Que hubiera mordido tus labios en un beso eterno.
Te hubiera apretado,
de tal manera que te hubiera causado daño,
y después hubiera cerrado los ojos,
para dejarte en mi retina para siempre.
¡Juro!
Que te hubiera tomado en mis brazos,
con tanta pasión y vehemencia,
tanto así, que nunca te soltaría.
A tu oído,
hubiera gritado las mil formas de amor,
y las mil formas de un te quiero.
¡Juro!
Por Dios que hubiera manchado mis manos,
por defender tu honor,
y con derecho a llamarte,
¡Amada mía!
¡Sólo mía! Y ¡siempre mía!