Hoy lo ví otra vez, con su rostro inundado de sollozos y sus gritos de obsidiana. Cada grito que daba se me cincelaba en el alma; quizás sus lamentos son porque vive, minuto a minuto, en ávido diálogo con la muerte. Quise consolarlo con la biblia, pero, la intensidad del hechizo de su sangre me hizo desistir. Tiene el corazón hecho pedazos porque su amor quedó prisionero en la eternidad del llanto. Mi empatía me obligó a seguirlo, pero, solo conseguí, que sus cicatrices sangraran como tormentas agonizantes. Pregonaba: ” Debo ser aniquilada porque el peso de mi dolor me acribilla." Debo admitir que la hora de las sombras me fascinó enfermizamente, de tal modo que, hasta anhele que los cielos de los cielos se extingan.