En las últimas semanas había estado odiando ir a la escuela. Mi humor y mis notas se habían desplomado al vacío.
Odiaba la sensación de entrar y que todas las miradas se centraran en mí. No me gustaba ser el centro de atención. Todos los días era la causa de burlas y cuchicheos por parte de las personas. Deseaba desaparecer de esa escuela.
Le rogaba a mi padre que me cambiara de institución. Sabía que era estúpido pedirle eso cuando tan sólo faltaban algunos meses para terminar la Secundaria; por fin me libraría de todas esas personas que me habían estado molestando. Por otra parte, me preocupaba el hecho de que Adrián se fuera a vivir a otro lugar, sobretodo si él y yo seguíamos ignorándonos.
Nuevamente respiré hondo y entré. Ignoré todas las miradas penetrantes de los alumnos que caminaban por los pasillos. Hice caso omiso de los cuchicheos de las muchachas que me miraban de pies a cabeza. Podía imaginarlas hablando de lo mal que se veía mi cabello ese día o de la ropa que estaba usando, saqué esos pensamientos de mi cabeza y seguí mi camino.
Al entrar al salón nada era distinto. Parecía como si al entrar yo todos se callaran y comenzaran a murmurar cosas que no podía descifrar. A veces me preguntaba si yo me estaba imaginando cosas, o era realidad todo.
Una mano fría tocó mi hombro, volteé a ver hacia atrás y sólo vi personas riendo, volteaba a todas partes y veía lo mismo.
Me levanté de la silla y con pasos rápidos me encaminé hacia la cafetería. En todas partes me perseguían los murmullos y las risas burlonas de las personas.
—Oye, tranquila —La mano de alguien había sostenido mi muñeca al pasar por los comedores. Me tranquilice al ver que era Sebastian—. ¿Estás bien? Te noto muy alterada.
Quería hablar, decirle que estaba bien, pero las palabras no podían salir de mi boca.
Se levantó de su asiento y me rodeó con sus brazos, quizá se había dado cuenta que realmente no lo estaba.
Tomó de mi mano y me dirigió a un lugar más tranquilo, donde no había gente que hablara de mí, dónde sólo se oía la voz del viento golpeando la copa de los árboles; donde los únicos ojos que nos veían eran la de los pájaros que cantaban alegremente desde los rosales, y éstos a su vez desprendían un aroma dulce que embriagaba cada partícula de mi ser.
Estaba perdida ante la mirada de su ojos, descifrando cada destello que había en ellos. Recobraba nuevamente la paz y la tranquilidad que había perdido días antes. Por fin entendí que él me hacía sentir en calma.
—¿Que sucede? —Cuestionó con nerviosismo— ¿Por qué no has dicho nada?
—No necesitamos decir nada, es perfecto. Todo lo es.
Esbozó una sonrisa de lado mientras acercaba su mano junto a la mía con disimulación. Apenas y logró tocarla, sutilmente.
Las respiraciones agitadas y los gemidos silenciosos que provenían de atrás llamaron mi atención. Me levanté de la jardinera y caminé silenciosamente.
Los botones de la blusa de ella estaban desabrochados, mientras que el cabello de él y las marcas en su cuello me hicieron saber que algo no estaba bien. Me quedé quieta viendo la escena. Ellos no se habían percatado de mi presencia.
Sebastián caminó hacia mí, deteniéndose al ver lo que me había dejado paralizada.
Los gemidos de ella se intensificaban al sentir cada roce de la mano de Adrián en su piel desnuda.
—Annie, vámonos —Susurró Sebastián. Yo seguía estática oyendo sus respiraciones agitadas, viendo como Elisa se estremecía a cada toque de él.
Una de sus manos bajó el cierre del pantalón de él, no lo pude soportar más, no podía permitirlo.
—No —El nudo en mi garganta no me dejaba hablar bien. Sebastián tomó mi mano apretándola para llamar mi atención.
—Vamos Annie —Susurró para que no nos oyeran. Sin embargo Elisa se percató de nuestra presencia. Rápidamente abrochó los botones de su camisa, como si hubiese sido descubierta haciendo un delito.
Me quedé quieta. Por el otro lado, Adrián se subía el cierre, como si supiera que habían sido atrapados por alguien.
—Vamonos Annie —Dijo Sebastián tratando de llamar mi atención. Su voz se escuchaba distante. En ese momento no escuchaba a nadie, ni veía a nadie mas que a Adrián.
—¿Annie? —Susurró el acompañante de Elisa. Esta vez no parecía molesto como las anteriores veces. Su rostro transmitía preocupación. Él no me veía, pero sabía que yo estaba ahí.
Cuando estaba a punto de levantarse Elisa lo tomó rápidamente de la mano y me dio una sonrisa burlona. Odiaba el solo hecho de ver su rostro burlándose de mí.
—¿Que esperas para irte? —Dijo entre risas. Ella sabía que me dolía verlos de esa forma—. Deja de interrumpir, Annie. ¿O aún quieres ver como él me toca? En el fondo te duele no estar en mi lugar.