¿Homicidio o Suicidio?
Claro que nadie esperaba que tal cosa ocurriera. Todavía nadie asimilaba que ya no está. Y, para nuestra mala suerte, no se sabe todavía si fue un accidente o un... suicidio. Tanto mi familia como el pueblo está hechos un caos. Aún recuerdo ver su cuerpo inerte en la acera. La sangre bañaba su cuerpo. Sus ojos estaban sin vida, sin ese brillo que los caracterizaba. Su ropa, la ropa que yo le regalé pensando que traería buena suerte y que, además, la hacía ver hermosa fue la última prenda que utilizó estando viva. Los recuerdos de ese día perdurarán en mi mente, por desgracia. Quisiera decir que me equivoco. De que jamás la amé. De que no me duele su partida. ¿Pero cómo hacerlo? Jamás vi una razón para que se suicidara. No había. Jamás había sufrido para llegar a pensar en el suicidio. Pero bueno, nadie sabe que pasa por su cabeza. O lo que pasaba por ella. Quisiera decir que tampoco me afectó su muerte. Que verla en tal estado no me dejará traumas. Pero sería mentir peligrosamente.
No me movía de mi cama y ni mucho menos salí de mi habitación. Estaba ahí. En la comodidad de mi cama viendo al techo. Viendo uno de los regalos que más me encantaron y que improbablemente lo quite. La pintura de la noche estrellada estaba esparcida por todo el techo. Verlo, antes, significaba que me podría relajar y calmarme. Ver eso, en este momento, sólo causa estragos en mi mente y en mi cerebro. Siendo un regalo echo por ella. Tantas preguntas invadían mi mente. Pero, lamentablemente para mi curiosidad no había respuesta alguna. ¿Se le puede hacer preguntas a un muerto? Claro que sí. ¿Respondería? No lo creo, a menos de que sea una película de Hollywood. Donde claramente ésto no es. Supongo que no me hubiera afectado tanto la muerte de ella si no hubiera sido por dos razones tan importantes en este momento: La primera, ¿hubiera peleado con ella si supiera que iba a morir? No, claro que no. ¿Me arrepiento de pelear con ella? Definitivamente. ¿Por qué no le dije Te amo una vez más? No sé, soy imbécil. Supondría que se iría de casa por unos días y volvería. Como siempre. Pero no ocurrió eso.
No sé qué haré para superarla. Para dejarla ir de mi mente. No sabré. Y mucho menos teniendo una parte de ella aquí conmigo. En la vida. Sé que Juliet no tiene la culpa de que su madre y su padre hayan peleado y que ésta primera haya tenido que terminar... así. No sé qué le diré a la pequeña Juliet. En este momento agradecía infinitamente a mi madre por cuidarla por mí. Soy tan inútil acá postrado en esta cama. No sé qué pensar o qué decir o, por lo menos, cómo reaccionar.
La segunda me dejó petrificado, ¿cómo no lo había notado? Ella estaba embarazada...
La pintura en el techo me confundía mucho más. Recuerdo tan perfectamente el día que me distrajo mientras ella hacía eso. Me hizo salir a caminar con mi mamá, y admito que me divertí. Cuando volví a nuestra casa, estaba feliz tanto ella como yo. Estaba tan impaciente porque fuera a la cama con ella y habláramos. Cuando por fin accedí ir a la habitación y nos acostamos, el suave y sedoso cabello de ella impedía mi vista. Cuando por fin vi al techo, mi corazón paró por un momento. Mi pintura favorita. Estaba en el techo. Sería lo primero y tal vez último que vea en el día. Y me encantaba. Porque eso me recordaba a ella. Pero, hoy esta pintura seguía recordándome a ella. Como si fuera una burla diciéndome: soy algo de ella, estoy aquí. Y tú no me puedes tocar, como ahora tampoco a ella.
Minutos después estoy llegando a la conclusión de que soy masoquista por seguir viendo al techo. Pero no era capaz de cerrar los ojos. Si lo hacía, inmediatamente en mi cerebro aparecía su recuerdo. Y no un recuerdo feliz. Sino que su sangre en la calle.
Recuerdo como la levantaban sin cuidado alguno de esa fría acera. Chillé y pataleé rogando a que tuviera cuidado con ella. Seguía sin asimilar que estuviera muerta. Mientras estaba en la ambulancia con ella le acariciaba su cabello pelirrojo. Esa mata de crespos que amaba sentir en la mañana. Ese cabello que me hacía cosquillas mientras la abrazaba. Mientras la besaba. Mientras le decía que la amaba que la amo y que la amaré por siempre.
Sin poderlo evitar las lágrimas vuelven a salir de mis desgatados ojos. Sabía que debía tener unas ojeras gigantes. Pero no me importaba. En este momento nada importaba. Ni siquiera mi hija me importaba. Y no porque fuera un mal padre, al contrario, me consideraba buen padre. Hasta ella me lo decía. Sin querer solté un sollozo. Sentía su voz todavía en mi mente. Un recuerdo tan fresco que podía sentir que lo tocaba.
Me pregunté cómo aún podía llorar, ¿no he soltado acaso ya muchas lágrimas?
Desee oír una última vez más que me dijera que me amaba. Que jamás dejaría de amarme. Desearía que llegara por la puerta principal y dijera: ¡Amor, ya llegué con Juliet! ¿Hiciste la cena?
Paré de sollozar y me quedé de nuevo en silenció. Sólo por si acaso eso ocurría. ¿Estaría ella por llegar? No, claro que no. Debo ser sincero conmigo. Ella está muerta. Y me odiaba por ello.
Lo último que oí de sus labios fue: ¡No, Alex! ¡Te odio! ¡Me he sentido tan atrapada al lado tuyo! ¡Que te ame no significa que tenga que estar a tu voluntad!
Y no entendía por qué dijo eso. Y el inicio de la pelea fue tan inútil. Sólo porque le pedí que dejará de hablarle a un señor. Lo que ella no sabe. Sabía. Era que ese señor la estaba persiguiendo últimamente, acosándola. Pero la inocencia de ella no la dejaba ver más allá. Y, para mi mala suerte, amaba eso de ella.
Era inocente, pero sabía defender fuerte y fielmente las cosas que ella creía. Volví a dejar escapar las lágrimas.
¿Ella sabría que estaba embarazada? Quiero creer que sí. Para que sea que no se hubiera suicidado, y que hubiera luchado por aquel pequeño ser que crecía dentro de ella. Pero como han dicho, no se sabe si es un suicidio o un homicidio.
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Editado: 11.08.2020