Segunda sonrisa

Ya llevaba una semana en Madrid y aún no había hecho nada. Absolutamente nada. Estar encerrada en mi habitación era mi mayor pasatiempo.

Tres golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos depresivos. Un moño rubio fue lo primero que vi y enseguida supe que era Lucía. Intentaba que la convivencia fuese lo mejor posible los fines de semana que pasaba en esta casa. O por lo menos eso es lo que puse apreciar en el anterior y ahora en este.

— ¿Me acompañas a comprar? — dijo sonriente, pero se notaba que no era del todo feliz, quizá estaba incómoda conmigo en esta casa - Alex no quiere.

La última parte era algo obvio, porque si Alex quisiese yo claramente no iría no por mí ni por ella, sino por él. Intentaba evitarme a toda costa y en serio que lo estaba consiguiendo. Se iba a trabajar, volvía, cenaba en su habitación y se pasaba casi todo su tiempo libre en la sala que tenía el ordenador. Y yo... Bueno, yo simplemente sobrevivía en mi habitación saliendo casi únicamente para ir al baño.

— Me ducho y voy — propuse haciendo amago de una sonrisa.

Ella cerró contenta la puerta y yo elegí algo de ropa. Unos pantalones cortos blancos y una camiseta algo vaporosa morada. Nada muy llamativo, ya que solo íbamos al supermercado que había a cinco minutos de casa.

Me hice una trenza al salir y me hice la raya del ojo solo para estar algo más aceptable. Volví a la habitación a calzarme unas sandalias y cogí el último billete que me quedaba ahorrado. Puse una mueca en la cara pero salí al salón donde estaban Alex y Lucía hablando.

— Venga ya, no podemos seguir así — murmuró ella un poco frustrada.

Tosí aposta para que ambos supiesen que estaba aquí. Lucía pegó un salto en el sitio y Alex ni me miró solo puso en movimiento su silla de ruedas y salió con un cigarrillo a la terraza.

— ¿Estás lista? — me preguntó ella cuando él se fue.

— Vamos — contesté lo más amable posible.

El trayecto al supermercado fue un poco tenso. Yo no sabía de qué hablar y ella parecía metida en su mundo y con cien cosas en la cabeza antes que iniciar una conversación conmigo. Pero quizás me equivocaba porque tras ese pensamiento y cruzar las puertas del sitio, me miró y me preguntó:

— ¿Qué prefieres comer hoy, lasaña de carne o lubina al horno?

Me quedé quieta en el sitio. ¿Íbamos a comer los tres juntos hoy? Me parecía una situación un poco surrealista, pero supongo que era la idea de Lucía para que tuviésemos una convivencia más llevadera mientras ella estuviese en casa.

— Lasaña supongo — dije mientras me encogí de hombros, porque realmente no me importaba ahora mismo qué comer sino cómo iba a desarrollarse la comida.

— Perfecto, eso propuso Alex — sonrió con un poco de esperanza en la mirada y se encaminó a coger una cesta para llenarla de cosas — Vamos a por los ingredientes.

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Cuando llegamos a casa hice todo lo que ella me iba diciendo según la receta de su abuela y la verdad es que todo estaba quedando bastante bien. La situación no iba mal, pero quizás era porque estábamos solas.

— Alex, pon la mesa — gritó Lucía desde la cocina.

— Ya lo hago yo — propuse rápidamente.

Ella negó con la cabeza y enseguida mi hermano apareció por la puerta para empezar a poner la mesa. Le vi coger los cubiertos y las servilletas mientras yo me apartaba lo más posible de su camino. Cuando volvió para coger los vasos miró el armario.

— Lu, acércame los vasos — dijo intentando no sonar tenso por la situación, pero lo estaba.

Probablemente sería algo normal en su vida cotidiana, pero no conmigo delante. El armario estaba en lo alto y él desde su altura con la silla no llegaba a cogerlos.

— Sol, dáselos tú — comentó centrada en su tarea — que sino me van a salir grumitos en la bechamel y no queréis eso.

Contuve un momento el aliento y me acerqué al armario que estaba delante de él.

— La otra puerta — dijo Alex serio.

— Oh, sí — fue todo lo que dije, porque aunque ya había cogido vasos antes, en este momento mi mente no daba para pensar.