Megan observó cómo la tetera se calentaba sobre la hornilla como si fuera la cosa más entretenida de la existencia.
Se sentía cansada aún, había tenido dos semanas totalmente agotadoras trabajando de día y de noche... Pero no podía engañarse. Esa no era la principal razón de su agotamiento físico y mental.
Su desgaste se debía al hombre que trastornó su mundo en menos de tres semanas.
No había podido dejar de pensar en Daniel desde la última noche que se vieron en el almacén.
Su voz, sus gestos, la forma en la que le hablaba con suavidad y cómo se había arriesgado
Lo traía tatuado entre ceja y ceja, se preguntaba qué hacía, cómo le estaría yendo y si, de casualidad, le había ido bien con el nuevo sistema de almacenamiento que ella había creado para él.
Él era el motivo de su agotamiento, así que la única solución era dejar de pensar en él y ya.
—Así que detente, si no quieres terminar siendo una desquiciada antes de que termine el año. —gruñó, regañándose a sí misma.
El silbido de la tetera comenzó a sonar aturdiéndola y ella apagó la hornilla.
Tomó un paño, para agarrar la tetera sin quemarse, pero no se fijó que su dedo tocaba el metal desnudo.
Parecía ser que su mala suerte no le daría un descanso, ni siquiera después de navidad.
—Oh, mier... —gruñó soltando la tetera sobre el lavavajillas y metiendo su dedo quemado bajo el chorro de agua.
Siseó del dolor por un rato, pero de pronto sus quejidos fueron interrumpidos por el toque insistente de alguien en la puerta.
Asustada; porque nadie acostumbraba a visitarla ni a tocar su puerta, ella envolvió su dedo lastimado con un paño y caminó hasta la puerta.
Se dijo que lo mejor era mirar por la ventana antes de acercarse a la puerta y así hizo.
Cuando vio quién estaba del otro lado de la puerta dejó caer el paño con el que se estaba protegiendo el dedo lastimado.
¡Daniel Kingston estaba tocando a su puerta!
Aterrada de que hubiese sucedido algo, ni siquiera pensó en que estaba usando pijama.
Corrió a abrir la puerta.
La abrió y salió a la entrada de la casa.
Allí estaba él. Su cabello contrastando con su piel blanca... Y sus ojos parecían más retadores que nunca.
¿Cómo es que no le dolía ser tan guapo?
Daniel casi se cae hacia atrás sobre la nieve cuando la vio salir tan abruptamente.
Se veía linda, hogareña y un poco ermitaña... Pero estaba tan flechado que todo de ella le parecía fascinante.
—¿Qué hace aquí? —preguntó ella sin más, y él vio que su nariz estaba enrojecida por el frío.
Estaba nevando y era de día, el frío era más que arrollador.
—¿No vas a invitarme a pasar? —cuestionó preocupado de que se resfriara.
Ella no estaba usando más que una pijama de algodón y pantuflas peludas.
—No puedo. —soltó ella rápidamente, pensando en lo vergonzoso que sería hacerlo pasar a su casa. Ella vivía sola y a duras penas tenía cocina y cama. No quería que viera la situación precaria en la que vivía. —¿Qué vino a decirme?— preguntó tajante.
—Quiero hacerte una propuesta. —soltó él, armándose de valor. Daniel no había dejado de pensar en ella desde esa noche. Finalmente logró ingeniárselas para crear un plan que fuera la excusa perfecta para estar cerca de ella. —Necesito un favor y tú puedes ayudarme. Te pagaré muy bien si aceptas. —aseguró mirándola a los ojos y Megan sintió que no importaba cuánto frío hiciera afuera... Si él la miraba así, cualquier cosa congelada en ella se derretía.
El destino tiene una forma muy particular de sorprender a las personas y unir vidas.
En ocasiones; el final de una historia, es el inicio de otra.