Que refrescante es sentir el viento soplar en mi dirección, la textura del césped en mis manos, y la superficie suave bajo mi cuerpo.
La tranquilidad de la noche lejos de la gran ciudad, el esplendor del cielo estrellado y sobre todo el hermoso silencio que llena mi alrededor. Hace tanto tiempo que no me sentía con tanta libertad, que no me tomaba un tiempo para reflexionar.
Tendida en el suelo, sobre el césped húmedo por el sereno de la noche, en el cuidado jardín de la abuela. Mi vista viaja de un lado a otro, a través del inmenso cielo nocturno, gracias a las estrellas que con su luz iluminan la oscuridad de la noche, no me encuentro sola.
Sin olvidar que la luna también me hace compañía, se ve encantadora.
—¿Qué es eso? —digo mientras observo detenidamente el gran cuerpo rocoso de color grisáceo en el cielo.
La luna parece lentamente adquirir una forma inusual, el de un conejo. Había escuchado cuando niña historias acerca del conejo que vive en la luna, pero nunca creí que fuera verdad.
—¡Espera no! —grité cuando de pronto el mamífero comenzó a descender en mi dirección, a una velocidad considerable.
No tuve más opción que extender mis brazos para atraparlo, de inmediato me percaté de que aquel conejo que parecía tan grande como la luna misma, cabía perfectamente en mis manos.
Su color era de un prolijo blanco y su pelaje tan suave. Lo acaricié con ternura, siempre deseé tener uno, pero mi abuela decía que un pequeño como él significaba una gran responsabilidad, para alguien joven. En su lugar me llevaba a granjas encargadas de criarlos, ahí tenía oportunidad de pasar tiempo con ellos.
Después de unos segundos, el pequeño comenzó con movimientos hacía los lados, se sacudió fuertemente y de pronto uno más apareció.
—¡Oh por Dios, son dos ahora!
No sabía lo que sucedía con exactitud. Un conejo bajó de la luna hasta posarse en mis manos, sacudió su cuerpo y ahora dos bolitas de algodón estaban frente a mí.
Admito que estoy fascinada, pero también asustada.
—¡Biiiip! —escucho un sonido a la distancia, es bajo. Doy vueltas a mi alrededor, pero no encuentro nada.
—¿Ahora de qué se trata? —digo aún sin indicios de lo que fue ese sonido.
—¡Biiiip! ¡Biiiip! ¡Biiiip! —nuevamente lo escucho solo que esta vez con claridad y fuerza. Se parece al sonido predeterminado de la alarma en mi teléfono.
—No lo parece, lo es...
Despierto sobresaltada, dándome cuenta de que lo anterior se trató de un sueño solamente. Me dejo caer sobre la cama otra vez, cubriendo me por completo con la sábana.
«Era muy bueno para ser verdad, yo disfrutando el momento sin preocupaciones ni obligaciones, Aunque disfrutar de un momento agradable en soledad es raro para mí, no lo es tanto comparado con aquellos conejos» pienso.
—¡Biiiip! ¡Biiiip! —pataleo aún acostada, sin ganas de levantarme ante el insistente sonido. Tomo mi celular, cuatro con treintena, es la hora que se asoma en la pantalla.
Muy a mi pesar, doy por iniciado el día, la verdad es que no puedo darme el lujo de tener cinco minutos más en la comodidad de mi cama. Cada minuto vale.
Inicialmente padecí de problemas debido a la puntualidad, al principio me costó adaptarme al ajetreo que conlleva mi empleo. En mi primer día llegué treinta minutos tarde, fue una de las experiencias más vergonzosas de mi vida.
Es por esa razón que debo despertar tan temprano, lo cual resulta efectivo, pues desde ese día jamás he vuelto a llegar tarde. Aunque puede parecer cansado, la verdad es que se ha vuelto un hábito que me ha ayudado a mejorar mi rutina laboral.
Además de que puedo prepararme con comodidad, me toma un tiempo considerable. No me avergüenza decir que le dedico especial atención a mi imagen, considero que es de gran importancia estar presentables ante cualquier ocasión.
Observo mi reflejo en el espejo mientras termino con mi cabello; una perfecta cola de caballo. Mi ropa de un estilo formal, consistente en un pantalón negro de vestir con tiro alto, blusa de satín color champagne con una pequeña abertura circular en el hombro derecho y un delicado moño en el cuello. Zapatos de tacón negros y un bolso del mismo color, accesorios para complementar.
Y por último un abrigo color beige, está por terminar la temporada de invierno, pero el viento aún se siente fresco. «Creo que lo mejor sería prevenir, no quiero coger un resfriado» me digo, mientras me lo pongo.
Cuando estoy por fin lista, me dirijo a la cocina, no suelo desayunar, probar alimentos muy temprano me provoca náuseas. Así que sólo recojo el almuerzo que preparé la noche anterior, además de dejar una nota en el refrigerador:
No se vayan sin antes tomar el desayuno, hice wraps con champiñones,
Y ensalada de palta con atún.
Nos vemos más tarde.
Una vez fuera del apartamento, me encaminé al estacionamiento para tomar mi automóvil y conducir a la oficina. Con el tráfico mañanero de la gran ciudad, puedo demorarme cuarenta minutos o incluso una hora.
Como predije el movimiento en las calles es intenso, pero llegué justo a tiempo. Al igual que yo trabajadores de distintas áreas y departamentos comienzan con sus respectivas actividades.Me adentro en las instalaciones de la compañía hasta el último piso, mientras saludo con cordialidad a algunos compañeros en el camino.
Al llegar, percibo que el lugar se encuentra vacío, entro a la oficina y comienzo con mi pequeña rutina antes de que sea la hora de que aparezca el Director;
Enciendo las luces.
Recorro las persianas.
Cambio las flores que están por marchitarse de los jarrones, por unas frescas.
Remplazo las botellas vacías de tequila del mini bar.
Enciendo el difusor con aroma a sándalo.
Alimento a las plantas.
Pongo a funcionar la cafetera de la sala de descanso.
Y por último, coloco en el escritorio la documentación que es imperioso que se revise.
Justo después de salir de la oficina, me encuentro que, Angélica quién es asistente administrativo y Ophelia la asistente auxiliar, acaban de llegar.
—¡Ya estamos aquí Cornelia! —dijeron al unísono a la vez que guardaban sus objetos personales, para pasar a encender sus ordenadores.
—Buenos días, espero que disfrutarán de su fin de semana —digo con emoción por verlas.
—Buen día —Respondió Angélica con una sonrisa en su rostro—. Así fue, gracias ¿Cómo estuvo el tuyo? —preguntó.
—Lo mismo de siempre, ya saben, quedarme en casa, hacer tareas domésticas, preparar un par de recetas nuevas, pero sobre todo trabajo que tenía que terminar —respondí.
—Lía querida, debiste acompañarnos a la fiesta que organizó mi hermana por su cumpleaños —está vez fue Ophelia quien habló.
—Me hubiera encantado ir, en serio, pero nunca se cuándo el director va a necesitar me —señalé—. Mejor dime ¿Le gustó su regalo?
—Por supuesto, dijo que eran los boletos para el próximo partido de “LAS ÁGUILAS”.
No estaba segura si debía regalarle los boletos a Sophie, ella había mencionado su especial gusto por el equipo del Estado en una plática que tuvimos ya mucho tiempo atrás, me alegra saber que fue una buena elección.
Miro el reloj en mi muñeca, solo faltan cinco minutos para las siete. Es hora de la acción.
—Chicas, hablamos más tarde —me despedí, para después, recorrer todo el camino hasta el ascensor y presionar el primer piso.
Una vez abajo, dos líneas paralelas de trabajadores uniformados se organizaron en dirección a la entrada, esperaban para darle la bienvenida al CEO. Me posicione al inicio de la hilera izquierda.
En cuestión de segundos, una figura prominente apareció en la puerta haciendo alarde de su puntualidad. Entonces, todos inclinamos hacía el frente la parte superior del cuerpo, en señal de una reverencia.
La escena era estelar, desprendía una sensación similar a la de un Rey siendo venerado por sus súbditos.
Camina con paso firme, sin vacilación ni temblor, una postura erguida llena de confianza. Elegantemente vestido con solo la mejor calidad, digno de envidiar. Su vista se centraba en el celular que sostenía en sus manos, sin prestar mayor atención a su alrededor. Una perfecta imagen desbordante de superioridad.
—Buenos días director —comento con seriedad al ver que está acercándose.
—Señorita Belmont —dijo en repuesta, aún con la vista en la pantalla del celular.Le sigo de inmediato cuando pasa justo a mi lado. Disminuye la velocidad de su caminar, a un ritmo lento para que podamos ir a la par.
—¿Cómo estuvo su fin de semana? —continúo hablando, sé que me escucha.
—Como siempre —señaló como si fuera algo obvio.
—Excelente, señor —digo sin verdadero interés, únicamente le pregunté como mera formalidad. Ninguno de los dos volvió a decir palabra hasta que salimos del ascensor.
—Director bienvenido —expresaron Ángela y Ophelia al pasar por sus lugares de trabajo, él sólo asintió con la cabeza.
Al llegar a la oficina, el director Xanthus se dirigió a su escritorio y antes de que se sentará me posicione detrás suyo, coloqué mis manos en sus hombros y con delicadeza comencé lentamente a bajar su costoso abrigo, colgué la prenda en un perchero de pie de madera, con más de cien años de antigüedad, que el director ganó en una subasta hace un par de meses.
Sin perder tiempo el director inició con sus labores, revisando los documentos en la mesa. Yo por mi parte, me retiré con un «En seguida vuelvo», para prepararle un café en la sala de descanso de los empleados del primer piso.
—La agenda de hoy, señorita Belmont —dijo cuando estuve de regreso. Me senté en una de las sillas frente suyo, al mismo tiempo en que encendía mi tableta.
—Nada de relativa importancia, únicamente la reunión con la marca de ropa que pretende concretar una colaboración —observo como frunce su entrecejo.
—Disculpe señor ¿Ocurre algo? ¿Desea qué cambié el día de la reunión? —pregunto ante su semblante. Sé que esa expresión es de molestia.
—La reunión no es el problema —me sorprendo al escucharlo, el director no es alguien que desaproveché oportunidades.
Editado: 30.03.2024