Llevaba casi una hora preparándome, no quería que pensará que me esforcé demasiado, pero tampoco quería parecer desinteresada, menos después de todo lo que pasó el día de ayer.
Me había cambiado varias veces y descartado muchas opciones, pero con todas terminaba pareciendo que iría a trabajar y no a una cita. Así que decidí dejarlo hasta el final.
Después de realizar mi rutina de limpieza facial, opté por un maquillaje en tonos neutros, el cabello decidí dejarlo suelto y hacer solo unas ondas.
«La regla es inclinarse por lo simple y ligero, que resalte tu belleza natural» no estoy en contra de los conejos de los expertos, pero lo prefiero a mi manera, además el director ya me ha visto en mis diferentes estilos, no le sorprendería si apareciera con la ropa de los domingos, que es el día en que lavó la ropa sucia.
Estaba frente al espejo, sumida en un debate interno, el tema: cual vestido usar. Al final, la contienda quedó entre dos vestidos, de la clase de prenda que aguarda en tu armario en espera de una ocasión especial.
—Yo elegiría el de color café —comentó Enzo, en una de sus ya usuales apariciones sorpresa, juro que fue un ninja en su otra vida.
«En realidad es color terracota» pensé, como también pertenece a la familia de colores cálidos, es común confundirlos.
—¿Te gusta? —pregunté, mirándolo por el espejo.
—Es lindo, pero todo dependerá del lugar a dónde vas —comentó como un experto, en un intento por saber a dónde voy.
—A una cena, con el director —expliqué, sin entrar en detalles.
—En ese caso, no te arregles tanto —sugirió, haciendo una mueca.
Reí ante sus palabras, no quiero imaginar lo que haría si le hubiera especificado la clase de cena.
—¿Me ayudarías con el cierre? —pedí, al ponerme el vestido, ya que estaba en la espalda.
Mi hermano caminó hasta llegar detrás mío y me ayudó a subir el cierre. Le agradecí una vez que terminó.
«Es lindo» repetí mentalmente la palabra que Enzo utilizó para referirse a la prenda.
El vestido, es de satén, escote cuadrado, con un corte imperio que potencia la zona del pecho mediante un patrón ceñido que continúa con una falda de estilo sirena hasta la pantorrilla.
Completé mi atuendo con zapatos de tacón color nude, accesorios dorados y un monedero de color blanco.
—Lía —me llamó mi hermano, cuando estaba por terminar los últimos detalles—. Perdón por haberte gritado.
«Así que de eso se trataba» pensé.
—No debí asumir por mi cuenta lo que quieres, ni lo que necesitas —continúo—. Tú tienes razón, estás en todo tu derecho de hacer tu vida cuando nosotros ya no estemos en casa.
—Agradezco que lo entiendas —respondí.
Él sonrió en respuesta «Debo guardar este momento en mi memoria» me dije, ya que es muy raro la ocasión en que Enzo deja de lado su personalidad de gato negro.
—Como dije antes, no te preocupes por mí, estaré bien si decides vivir solo o con Leslie cuando te conviertas en adulto, pero también quiero que sepas que siempre habrá un lugar para ti a donde quiera que vaya —agregué.
—Lo sé —contestó.
—Debo irme —dije, antes de depositar un beso en su mejilla—. No me esperes despierto.
Después de escuchar un «Si, señora» de su parte, bajé a la entrada del edificio, ya que el director pasaría por mí. Faltaban aún cinco minutos para las siete y él ya se encontraba esperándome.
Al ver me salir del edificio, se bajó del auto y caminó hasta llegar a mí.
A diferencia de lo que creí, no vestía uno de sus trajes formales, aunque si era un traje de vestir color negro, no llevar la corbata o un chaleco lo hacía lucir más casual, además de que tener los primeros botones de la camisa desabotonados, le daba un aire sensual. Su cabello estaba suelto, pero no desprolijo.
—Luces encantadora —me dijo.
—Gracias, Señor... —comencé a decir, pero me interrumpió.
—No quiero escuchar ese tipo de formalidades, hoy somos dos personas en una cita —señaló.
—Entiendo —contesté dudosa.
—Inténtalo —ordenó al escuchar vacilación en mi voz.
—Luciano —pronuncié su nombre por primera vez en voz alta después de mucho tiempo, él sonrió complacido.
Después, abrió la puerta del auto para que subiera. Nos dirigimos a un famoso restaurante de la ciudad de cocina fusión. Este fusiona la cocina oriental y occidental, combinando ingredientes de algunos de los platos más típicos de las dos culturas.
Gracias a la reservación previa, fuimos llevados a una mesa que estaba apartada del resto. Leía la carta una y otra vez, sin saber que hacer o decir.
—No estés tan nerviosa, esta no es nuestra primera cita —dijo en un intento para hacer que me relajará.
—¿No lo es? —pregunté confundía, porque no creo que las cenas de trabajo cuenten como citas.
—No, de hecho, ya pasamos la fase de los mensajes con emoticones de berenjena —respondió.
«No sé cómo pudo decir eso con un rostro serio» me dije. Para ser sincera no recuerdo cuando fue la última vez que utilicé ese emoticón, o si alguna vez lo usé.
—Entonces ¿Estamos antes o después del sexo en la oficina? —cuestioné, siguiéndole el juego.
—En medio —contestó—. Parecemos animales salvajes, sin poder apartar nuestras manos del otro.
«Estoy sorprendida de mí misma» me dije, al pensar en la atrevida “yo” de esa historia.
—Aunque disfruto de la relación, hay algo que me confunde —continúo—. Se supone que cenaríamos con mi familia, pero a último momento cancelaste la reunión.
—¿Tienes una idea de por qué lo hice? —quise saber, me intriga la razón por la que al final cancelé la dichosa cena.
—Puede ser tu miedo al compromiso —respondió serio.
«Ya entiendo, así que ahí es a donde quería llegar» pensé.
—No lo creo, tal vez me diste razones para pensar que lo mejor sería posponerlo —repliqué su acusación.
El director me miró fijamente por unos segundos y estaba por hablar nuevamente cuando un camarero se acercó a nuestra mesa.
Editado: 30.03.2024