Cada mañana el sol se asomaba por el horizonte con un brillo cegador, los días se pasaban rápido con cada movimiento de las nubes; Claude Monet pintó Impresión, sol naciente a la perfección.
Se podía describir el cuadro y coincidiría con cada característica que veíamos día a día en el océano. El agua brillaba y de vez en cuando veíamos coloridos peces que danzaban reflejados en un blanco espléndido singular nubes contenían.
Pasadas las dos semanas y media, el camino se hacía cada vez más visible, aunque solo sea agua. Nuestras ansías estaban en toda su magnificencia dentro de cada uno de nosotros. Pero dentro de mí también crecía un augurio desconcertante.
Everad prometió que se contactaría, que no le importaba lo que gastaría si así podría hablar al menos una vez más, pero desde que partí, no he escuchado nada de él. Mirando por la pequeña ventanilla esperaba que estuviera bien en donde sea que se encontrara.
(...)
Mientras Adelaine esperaba paciente una señal de su amado, él, en un pueblo de España, ese mismo día; se encontraba en el hospital junto a Eric...
-Buenas tardes señor Eric- Hablé tras un pequeño asentimiento de cabeza, me urgía hablar con él por acciones importantes que incluían a su hija y a mi, por supuesto.
-Everad ¿Qué le trae por aquí?- Me preguntó postrado en la camilla, pero concediéndome su atención.
-Verá señor... me gustaría hablarle de algo con suma importancia-
-¿Está mi hija bien? Tú hablas más con ella de lo que yo lo hago, así que si sus noticias no revelaran una sonrisa en mi rostro por favor dígalo con rapidez que mi corazón no quiere pasar por otra agonía, menos si se trata de mi pequeña-
-No señor por favor Dios lo oiga y no le suceda nada, pero no vine por eso.-
-Pero habla chico que me tienes aquí a la expectativa y estoy grande para eso-
Me acerque más a su cama, él cruzó sus brazos y yo mordía mi labio nervioso -Amo a su hija con todo mi corazón, ella necesita un esposo y yo soy perfecto para ella, tengo muchos bienes y jamás le faltara nada. Quiero casarme con ella. -Dije fuerte y claro -Ella tiene diecinueve años y si deja pasar el tiempo será tarde para que encuentre un buen marido como lo podré ser yo. Sé que ella aceptará mi petición pero antes me gustaría tener su aprobación-
-¿Tú me estás vacilando o me lo dices en serio?- ¿Qué a caso no estaba hablando claro? Porqué este viejo no me está entendiendo, hablo el mismo idioma.
-Es en serio para mí, es la mujer que deseo y nuestros estatus encajan a la perfección-
-Escuche petimetre botarate, como honra venir hasta acá para decirme que mi hija necesita de un tonto como tú para su vida e incluso que te ayudará a tú estatus. Si algún día mi Adelaine se casa será por amor sincero, no por alguien que profetiza más el amor a sí mismo que a la persona que dice estar enamorado. No importará que sea mañana, diez años después o veinte, ella es muy capaz de vivir feliz sin un tipo a su lado. Así que vete de aquí y no me toques más los cojones.
Ella ya ha logrado mucho en su vida y no necesita de un bucéfalo como tú para absolutamente nada, vete de aquí y no regreses-
Me había quedado sin palabras, este viejo imbécil no necesitaba ni que le respondiera nada pues su locura había acabado con él y no me entendería.
Me marché de ahí enfurecido y jamás volvería, pero juré que oiría de mi ya que me casaría con su hija y la alejaré de su vida, no sea cosa que se le peguen esas tontas ideas de no necesitar un hombre.
No descansaría hasta que Adelaine sea mi esposa y ni un viejo me detendrá. Nadie podrá.
(...)
La mañana siguiente mi mente dibujaba una gran incógnita porque mi amado no daba señales de vida, pareciera que el que se fue a millas por el mar fuera él, no yo.
Me encontraba desayunando en la mesa principal junto a Alexander y Francis pero no les estaba prestando real atención, ya que me rondaban miles de posibilidades acerca de lo que le podría estar sucediendo a Everad.
-Morí el día que caí al mar-
-Y estamos dando la vuelta porque no encontramos nada-
-¿Eh? - Atiné a decir -¿Qué no encontraron?-
-Ade pareciera que se encuentra en otro mundo ¿sigue Everad sin dar señales de vida?- Me preguntó Francis.
-Lo siento chicos, mi cabeza da mil vueltas. Así es, no se ha comunicad desde hace semanas ¿A usted le ha llegado alguna carta Don Íñigo?- Pregunté, porque ya no sabía que podía hacer yo desde aquí.
-No señorita, si eso llegase a pasar se lo comunicaré al segundo-
-No me trae buena espina ese chico- Opino Alexander sobre mi pareja.
Francis le miró reprendiéndole, como si hubiera dicho algo de lo que solo ellos sabían y del que yo no podía formar parte.
-Chicos calmaos, Everad parece mala persona pero es un terroncito de azucar, ¿o me dirán que no han de pensar mal sobre vosotros solo por la apariencia que traen?-
Ambos se miraron con sorpresa y asintieron a coordinación.
-Es cierto, siempre nos juzgan de simples ladrones...-
-Piratas- Agregó Francis
-Malechores- Continúo Alexander
Cuando Francis iba a agregar otro adjetivo denigrante que les han dicho intervine -No os sintáis así, son personas preciosas y pena tendrán las personas que no puedan conocer tan lindos hombres-
-Que linda eres Adelaine- Me aprobó Francis
Agradecí con un asentamiento de cabeza para cuando entró de nuevo el señor Íñigo apurado, entró en la habitación y se quedó en completo silencio, con los ojos abiertos de par en par y pasando su mirada a cada uno de nosotros.
Como si hubiera dicho algo los chicos que se encontraban sentados junto a mi se levantaron de sopetón corriendo hacía donde el timón estaba ¿Si no había pronunciado palabra alguna, cómo con la mirada habrían de entender?