Posdata...

VII

 El chico soltó con rapidez los troncos y a la misma vez que Emile se acercaba a abrazarle, él corría para alcanzarle. Se fundieron en un tierno y dulce abrazo que denoto a distancia el cariño que ambos se tenían.

 -Oh Dewey te he extrañado tanto...- Le decía ella mientras le acariciaba el cabello.

 -A mi o a lo que me has encargado quizás- Respondió él, acto que en ella desató una carcajada.

 -Que va, si sabes que te quiero aunque no consigas mis fragancias, ¿tú hermano? ¿Cómo está?-

 -Llegará días después, en el puerto un niño intentó robarle y él se a comprometido a ayudarle con su situación-

 -No me sorprende de él...-

 El chico miró hacía atrás, específicamente donde yo seguía aún sentada, Emile viendo su acción tomo partido a presentarme.

 -Dewey, ella es Adeleine. Adeleine, él es Dewey.- Decía con emoción viéndonos a ambos

 -Un gusto concerla...Adelaine- Dijo mientras pidió mi mano y la besó delicadamente.

 -El gusto es mio- Respondí tímida de todo lo que él presentaba.

 Alex se unió a nosotros y tras un efusivo saludo con el chico, se dieron un fuerte apretón de manos, poco a poco mis chicos lo saludaron, Fran con un poco de recelo pero que nadie más que yo logró notar.

 -Ahora díganme ¿qué hacen aquí? La gente de afuera no saben que este lugar existe y la mayoría de los barcos se hunden tratando de llegar-

 -Eso explica los vientos, la marea y el clima tan feroz que nos dejó agresivamente en este lugar- Le decía Don Íñigo

 -Milagro es que hayan llegado con vida-

 -De seguro las ganas de la señorita de llegar fueron lo suficientemente fuerte para que eso sucediese- Pensaba Francis en voz alta, reí tras su declaración y expliqué que no, que quizás solo fue una coincidencia más.

 -¿Ganas de llegar? ¿Cómo conocías este lugar?-

 -No lo hacía, me llegó hace bastante tiempo una botella que contenía una nota, allí alguien le declaraba su amor a otra persona, explicando que aquí se encontraba-

 -Y tú viniste hacía aquí-

 -Así es- Le confirme aunque su comentario era muy obvio

 -Para encontrar quien lo escribió-

 -Aja- Volví a responder afirmativamente ¿no había dicho eso ya?

 -Vale que aventurera y capaz eres-

 Su comentario me tomó por sorpresa y lo que pude hacer fue solo verle, sus ojos denotaban gracia y amabilidad por donde viese, esa sensación... me gustó.

 Rosse tiró de la falda de la señorita Emile expresándole que tenía mucho frío, declaración que dio paso a que todos comentaran que igual se sentían.

 Emile nos enseñó una cabaña con más espacio del que creíamos que tenía, contenía una habitación para cada uno de nosotros y aunque no podíamos pagarle, nos la ofreció con cortesía.

 La mía era la más alta, en el segundo piso, más precisamente un ático -Lamento la suciedad que aquí hay, fue una sorpresa que llegasen y no tengo otra cosa mejor para darte- Se lamentaba Emile.

 -Oh no te preocupes, es suficiente para mi- Le sonreí, era una mujer bondandosa y encantadora, tenía un lindo cabello rubio por los hombros, tez blanca, ojos color chocolate y una característica mancha roja a un lado de su cuello, debe ser de nacimiento seguro.

 -Vale, dulces sueños mi niña, si necesitas algo sabes que mi casa esta a dos de la tuya-

 -Lo recordaré, gracias Emile-

 Se despidió de mi con un tierno beso en la mejilla, la vi bajar por la peligrosa escalera hasta que al fin, se fue.

 Varios ventanales postrados en el techo de dos aguas, iluminaban mi habitación con la luz de la luna, el cuarto estaba en penumbras pero lograba verse por completo.

 La cama estaba al centro, una mesita de luz a su lado y un armario que cubría toda la pared detrás mio. Decidí que mañana asearía este lugar, porque esta noche estaba lo suficientemente cansada como para si quiera moverme.

 Prendí una vela a mi lado, me acosté y pensé. Mi padre no tenía noticias de mi en días y yo no las tenía de Everad, anoté en mi cabeza un pequeño recordatorio para saber si había forma de comunicación con ellos, necesitaba decirles que estaba bien y que les quería una vez más. No sabía cuanto tiempo estaría ni cuanto pasaría para volver a verles.

 Esta isla me tomó por sorpresa en todo sentido, las personas aquí son maravillosas y ni hablar de el bonito paisaje que tiene, pero no tengo que olvidarme de mi cometido, por lo que vine.

 Encontrar quien escribió esa carta.

(...)

 El cantar de los pájaros fue lo primero que oí al despertar, el sol entraba en la habitación; seis y media de la mañana marcaba el reloj cucú, pensé en quedarme aún acostada, pero como era habitual en mi, sabría que no podría aunque quisiese.

 Por lo que vestí un vestido con las telas más gruesas que encontré pues por lo que se veía por la ventana, sería un día helado. Me coloqué un abrigo de paño negro mucho más grande de lo que mi contextura era, pero una grande parte de la tela cubría mi cabello y parte de mi rostro, perfecta para el frío de afuera.

 Al bajar me detuve en el cuarto que Fran y Alex compartían pero ambos dormían en posiciones muy extrañas, Francis tenía su pierna en el estomago de Alex y su cabeza caía de la cama mientras que Alexander tenía sus brazos estirados como si lo próximo que hiciese fuera volar.

 Continúe, me asomé por la puerta a la habitación de Don Íñigo pero dormía, como supuse, plácidamente. Así que bajé del todo, la ubicación de los muebles eran con exactitud iguales a la cabaña de Emile y Camile, seguro todas eran así.

 Decidí prepararles el desayuno y encender la estufa a leña, en la alacena había pan, mermelada y por la ventana ubicada a mi lado divisé en la nieve botellas de vidrio, eso sería agua o leche puestas ahí para que se mantuvieran frescas, luego las buscaría.

 Al salir recordé que cerca de la entrada, por donde llegamos, había una gran montaña de troncos perfectos para encender. Afuera pequeños copos de nieve caían a mi alrededor, el sol brillaba pero no emitía calor y el césped se pintó de blanco. Era una obra de arte todo lo que mis ojos veían, los arboles sin hojas y estas caídas a sus lados, los pajaritos posados en ellos y todo era tan mágico.




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