Su presencia hacía ver chica la habitación, con él dentro, todo parecía mas insignificante y no entendía la razón.
Elliot viéndonos a ambos a la vez, me contó -Gracias a él está usted viva señorita Adelaine, si hubiera llegado minutos después... su salud estaría irreparable-
Le vi. Por primera vez, con gran escrúpulo. Era alto, muy alto, tenía un cabello negro perfectamente posicionado hacía atrás si no fuera por un mechón que caía en su frente. Vestía un traje negro tallado a su figura y sonrió. Al ver la atención que denotaba en él, sonrió sacándome de la ensoñación en la que estaba.
Elliot al ver el silencio decidió despedirse y salir, con un asentimiento de cabeza se despidió de los dos dejándonos solos.
Ninguno de los dos hablaba, él no se acercó, seguía parado frente a la puerta y lo agradecí, su figura ya me dejaba sin aliento de lejos, no quería saber que me provocaría de cerca. Esto no está bien; resonaba en mi cabeza.
-Déjeme darle las gracias señor, si no fuera por usted, como oyó del medico, no sabría que me hubiera sucedido-
Su voz fue gruesa e imponente -Solo he venido para saber que estuviera bien y hazme el favor de no salir sola señorita cuando afuera hay una tormenta de nieve.- Me había dicho.
-¿Usted cree que de haberlo sabido hubiera salido igual?- Pregunté subiendo un tono la voz, ¿qué se creía que por haber ayudado a alguien tiene el título para darle recomendaciones?.
-No la conozco como para pensar que haría o no, si le parece bien, me iré. Ya se encuentra mejor por lo que veo, buenas noches- Comentó y salió tan rápido que no pude ni procesar sus palabras.
¿Qué estaba sucediendo aquí?
(...)
En la noche, mi panza rugía y el hambre me carcomía. Aún no sabía en donde estaba y no podía seguir postrada en la cama sin hacer absolutamente nada.
Me levanté cuidadosamente, sentándome en la orilla de la cama y vi que aún tenía puesto mi vestido, pero no el abrigo, eso explicaba porque me sentía tan apretada.
Un golpe se oyó y tras el susto, lo siguiente que sentí fue un gran abrazo.
-Lo siento señorita, lo siento, ¿la lastime?- Francis estaba ahí parado junto a mi. Alexander y Don Íñigo también estaban acá, esperando mi respuesta.
-Oh no Francis, estoy más que bien.-
-Perdone, la hemos dejado sola y ahora se encuentra as...- Decía Fran hasta que lágrimas comenzaron a caerle, con sus manos tapó su rostro y no entendía que le estaba sucediendo.
Sin dudar le abracé, sollozó en mi hombro mojando mi corsé tras cada respiración, pero eso no me importó. Mire a Don Íñigo, quien veía la situación sin decir palabra alguna, le pregunté con un movimiento de cabeza que era lo que sucedía y Alexander más que furioso respondió.
-Señorita hemos entendido, usted no era que no tenía hambre en los días de navegación, quería que las provisiones alcanzaran para nosotros, así que usted no comía-
Fran lloró con más pasión y yo quedé muda, lo había hecho por ellos, si no, jamás hubiéramos llegado bien, pero de eso ellos no tenían que haberse enterado.
-Fue una estupidez lo que hizo usted, ahora está enferma por nuestra culpa, por no habernos dado cuenta antes de lo que sucedía-
-No no, que va- repetí rápidamente. -Ustedes no tienen nada que ver- Levanté el rostro de Francis para que me vea de frente y entendiera bien mis palabras -Lo que he hecho, ha sido porque son tres personas magnificas, acostumbráis a un buen comer de tiempo atrás, lo noté los primeros días, quedabais con hambre y aún así no decíais nada. Les he metido en esto yo misma, por ende era la responsable de que nada les sucediese.-
-Arriesgar su salud por tres hombres que no conocía es honorable señorita Adelaine- Habló por primera vez Don Íñigo -Pero deberá prometer que no volverá a actuar así, somos una tripulación, amigos y ahora... familia. Los problemas que enfrentemos, lo haremos, juntos.-
Le vi con amor, mi padre me hacía mucha falta y tenerle ahí cuidándome me hizo sentir muy bien.
-Os quiero- Solté con vergüenza, todos me miraron con los ojos muy abiertos, su boca de igual forma no hacían sonido alguno. Les tome por sorpresa y ellos a mi, ya que por varios minutos se mantuvieron así, sin decir nada.
Cuando creí que lo que había expresado estaba mal, me abrazaron los tres a unísono, conteniendo, sin saberlo, todo lo que por mi mente pasaba y quemaba a mi corazón.
Estaba lejos de mi familia y de Everad, todo lo que conocía lo dejé atrás, todo lo que me pertenecía, para ir a un lugar en lo que no tenía a nadie ni nada.
Pero les conocí, mi familia se agrandó y aunque seguía sin tener nada, con tenerlos a ellos me bastó.
(...)
Los días siguientes fueron sosegados, bonancibles y llenos de amor. La tormenta afuera seguía rugiendo con fuerza, no parecía que se calmaría en un buen tiempo, pero no importaba siendo que todos estábamos aquí juntos, disfrutando de cada pequeño momento.
En los días, grandes partidas de juegos se realizaban, apuestas por aquí y por allá; en la noche, historias danzaban a nuestro al rededor, llenas de misterio, verdad, experiencias, aventuras. Todo era más ameno estando juntos.
Hoy, el día denotaba gran perfección por donde se viese. Vi por la ventana, la nieve había secado y dio paso a un gran suelo verde, el sol brillaba espléndido , colores iluminaban el paisaje con sublimidad.
-¿Quiere salir señorita?- Me preguntó Don Íñigo acercándose a mi lado.
Giré la cabeza para verle y asentí con emoción. Hace tiempo que no salíamos y aún el tiempo que pasamos, no hemos conocido a toda la gente que aquí se encuentra.
-Iré por los chicos, abríguese que saldremos en un momento- Me ordenó con cariño, dándome paso a que corriera escaleras arriba, buscando que ponerme.
Mi atuendo constaba de un vestido con mangas largas que cubría parte de mis manos, la falda era suelta, suave, con un color coral muy delicado. Vestí una capa gruesa, me abrigaba hasta gran parte de mi rostro, yendo hasta abajo del vestido, siendo un gran cobijo.