El corazón de Holly comenzó a latir con fuerza cuando vio el coche de Sharon aparcado delante de su casa. Hacía mucho tiempo que no hablaba con ella y en el fondo estaba avergonzada. Contempló la posibilidad de dar media vuelta y largarse por donde había venido, pero se contuvo. Tarde o temprano tendría que enfrentarse a la situación si no quería perder a su mejor amiga. Eso si ya no era demasiado tarde.
Holly detuvo el coche en el sendero del jardín y suspiró antes de apearse. Sabía que debería haber sido ella quien fuera a visitar a Sharon y ahora la situación sería aún más incómoda. Se encaminó hacia el coche de su amiga y se sorprendió al ver que quien bajaba era John. Ella no estaba. El corazón le dio un brinco, confió en que Sharon estuviera bien.
—Hola, Holly —saludó John, muy serio, cerrando el coche con un portazo.
—¡John! ¿Dónde está Sharon? —preguntó Holly.
—Acabo de dejarla en el hospital —dijo John, caminando despacio hacia Holly.
Holly se tapó la boca con las manos y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—¡Oh, Dios mío! ¿Está bien?
—Sí, sólo se trata de una revisión —contestó John, sorprendido por la pregunta—. Iré a recogerla cuando salga de aquí.
Holly dejó caer las manos a los lados. —Ah —musitó sintiéndose estúpida.
—Oye, si tan preocupada estás por ella, deberías llamarla.
John mantenía la cabeza alta y sus gélidos ojos azules la miraban de hito en hito. Holly se fijó en cómo apretaba la mandíbula. Le sostuvo la mirada hasta que la intensidad de la de John la venció. Se mordió el labio sintiéndose culpable.
—Sí, ya lo sé. ¿Por qué no entramos y preparo una taza de té?
En cualquier otra ocasión se hubiese reído de sí misma por decir eso, se estaba convirtiendo en uno de ellos.
Pulsó el interruptor de la tetera eléctrica y preparó el servicio de té mientras John se sentaba a la mesa.
—Sharon no sabe que estoy aquí. Te agradecería que no le dijeras nada. Holly se sintió aún más disgustada. Sharon no lo había enviado en su busca. Ni siquiera quería verla, seguro que ya daba por perdida su amistad.
—Te echa de menos, ¿sabes?
John seguía mirándola fijamente y sin pestañear. Holly llevó las tazas a la mesa y se sentó.
—Yo también.
—Ha pasado mucho tiempo, Holly, y sabes tan bien como yo que antes hablabais casi a diario.
John cogió la taza que le tendía y la dejó delante de él.
—Las cosas eran muy distintas entonces, John —dijo Holly, enojada. ¿Nadie comprendía lo que sentía? ¿Acaso era la única persona cuerda que quedaba en el mundo?
—Oye, todos sabemos por lo que has pasado… —comenzó John.
—Ya sé que todos sabéis por lo que he pasado, John. Eso está clarísimo. ¡Pero nadie parece comprender que todavía estoy pasando por ello!
Se hizo el silencio.
—Eso no es verdad —repuso John en voz más baja, y fijó la vista en la taza que hacía girar encima de la mesa.
—Sí que lo es. No puedo seguir adelante con mi vida como hacéis vosotros y fingir que no ha pasado nada.
—¿Eso es lo que crees que estamos haciendo?
—Bueno, si quieres, echemos un vistazo a las pruebas —dijo Holly sarcásticamente—. Sharon va a tener un bebé y Denise va a casarse…
—Holly, eso se llama vivir —la interrumpió John, y levantó la vista de la mesa—Al parecer has olvidado en qué consiste. Mira, sé que esto es difícil para ti porque también sé lo difícil que me resulta a mí. Yo también echo de menos a Gerry. Era mi mejor amigo. Fuimos vecinos toda la vida. Fui al parvulario con él, por Dios bendito. Fuimos juntos a la escuela primaria y a la escuela secundaria, y jugamos en el mismo equipo de fútbol. ¡Fui su padrino de boda y él el mío! Cada vez que tenía un problema acudía a Gerry, cada vez que tenía ganas de divertirme acudía a Gerry. Le conté algunas cosas que jamás le hubiese contado a Sharon y él me contó otras que jamás te hubiese contado a ti. Que no estuviera casado con él no significa que no me sienta tan mal como tú. Pero el hecho de que haya muerto no significa que yo también tenga que dejar de vivir.
Holly se quedó anonadada. John hizo girar su silla para situarse de cara a ella. Las patas de la silla chirriaron rompiendo el silencio. John respiró hondo antes de seguir hablando.
—Sí, es difícil. Sí, es horrible. Sí, es lo peor que ha ocurrido en toda mi vida. Pero no puedo darme por vencido. No puedo dejar de ir al pub sólo porque habrá dos tíos riendo y bromeando en los taburetes que solíamos ocupar Gerry y yo, y no puedo dejar de ir al fútbol sólo porque sea algo que solíamos hacer juntos. Lo recuerdo todo perfectamente y sonrío, pero no puedo dejar de ir. Los ojos de Holly se humedecieron.
—Sharon sabe que estás dolida y lo comprende, pero tú debes de entender que éste es un momento tremendamente importante de su vida y que necesita que su mejor amiga la ayude a superarlo —añadió John—. Necesita tu ayuda tanto como tú la suya.
—Lo intento, John —musitó Holly, incapaz de contener el llanto.
—Ya sé que lo haces. —Se inclinó hacia delante y le cogió las manos—. Pero Sharon te necesita. Evitar la situación no va a ayudar a nadie ni a nada.
—Hoy he ido a una entrevista de trabajo —dijo Holly, haciendo pucheros como una niña.
John procuró disimular su sonrisa.
—Eso sí que es una buena noticia, Holly. ¿Y cómo te ha ido?
—Fatal —contestó tratando de serenarse.
John se echó a reír. Guardó unos segundos de silencio antes de volver a hablar.
—Está embarazada de casi cinco meses.
—¿Qué? —Holly levantó la vista, sorprendida—. ¡No me lo había dicho!
—Tenía miedo de hacerlo —dijo John con delicadeza—. Pensó que quizá te enfadarías con ella y no volverías a dirigirle la palabra.
—Menuda estupidez por su parte pensar algo así —replicó Holly, enjugándose las lágrimas con brusquedad.
—¿Ah, sí? —John enarcó las cejas—. ¿Y qué estás haciendo ahora si no? Holly desvió la mirada.