Salió de aquella extraña tienda, con cientos de pensamientos revoloteándole en la cabeza. Escuchó con claridad algunos murmullos a su espalda, sabía que hablaban de ella y ahora que era consciente de ello, estaba más que dispuesta a defenderse. Dio la vuelta, pero se quedó callada. No eran ni una, ni dos personas quienes se burlaban de ella, eran decenas, quienes habían sacado sus teléfonos y grababan con estos, sin importarles lo que la chica tuviera para decir. Apenada trató de ocultar el rostro, pues como la anciana lo había dicho, tanto ella como su familia eran muy conocidas en el lugar. Carlota Montoya, era la presidenta de una de las firmas de moda, mas importantes de México. Su empresa era la encargada de vestir a las celebridades más influyentes del país y, por consiguiente, el rostro de Carlota era conocido en todo el lugar. Si bien, la mujer no consideraba aptas aquellas vestimentas para su sobrina, le daba lo mismo si el resto del mundo vestía de forma vulgar. Aunque hay que aceptar que a pesar de lo que cualquiera pudiera llegar a pensar, la mujer tenía un excelente gusto y era capaz de crear diseños llamativos y elegantes, lo cual, la posicionaba siempre dentro de los primeros lugares en cuanto a las listas de diseñadores más solicitados, no solo de su país, si no también, en el resto del mundo. María José, no se quedaba atrás en lo que a ser conocida se refiere. Su rostro era muy popular en todo el país, ya que Carlota siempre habló maravillas de ella a los medios, quienes, a su vez, se encargaron de hacérselo saber a todo el país, haciéndola llamar “la chica maravilla”. Era vista como la alumna perfecta, pues sus calificaciones eran siempre ejemplares. O como la hija que cualquier padre quisiera tener, pues siempre demostraba seguir las normas. Educada y culta. Sin embargo, esa imagen estaba por cambiar, pues la gente la había reconocido, sabían que era ella y solo el simple hecho de estar vestida de aquella manera en un lugar público como aquel, era suficiente para manchar tan pulcra imagen que había mantenido hasta ese entonces. Consciente de esto, se echó a correr sin ningún rumbo, tratando de huir de aquellos paparazzi. Muchos de ellos corrieron detrás de ella, haciendo que el pánico la invadiera. Salió del centro comercial y comenzó a correr sin ningún rumbo, mientras trataba de ocultar su rostro con el brazo. En el camino tropezó con algunas personas, pero no tenía tiempo de disculparse, ya que en esos momentos lo que más le importaba era ocultarse de la vista de todos. El cemento de las calles estaba comenzando a hacer que sus pies descalzos, sangraran, pues era evidentemente claro que no estaba para nada acostumbrada a caminar largas distancias, y mucho menos descalza. Estaba cansada y, sobre todo, asustada. Entró en lo que parecía una especie de bodega, creyendo que ahí podía ocultarse. Si hubiese prestado la debida atención, se hubiera dado cuenta de que en realidad se trataba de una alberca pública, que, en esos momentos, por alguno u otro motivo, permanecía cerrada. Comenzó a caminar sin prestar atención a su camino, pues no podía evitar regresar la mirada para confirmar que nadie la siguiera. Su distracción la hizo chocar con el pecho de un chico alto, lo que provocó que cayera de nalgas al suelo mientras el chico reía con burla.
──¿Se te perdió algo? ──le dijo este, inclinándose un poco hacia ella. Marijo se puso de pie de inmediato y le tapó la boca, colgándose de su cuello y haciendo que sus rostros quedaran demasiado cerca.
──¡Cállate! Alguien podría escucharte ──dijo sin voltear a verlo, pues aún creía que alguien iba detrás de ella.
El chico tomó su mano y la apartó de su boca, mientras la sujetaba por las muñecas y la veía directamente a la cara. En ese instante, Marijo pudo prestar un poco más de atención al joven que la tenía sujeta con fuerza, y se dio cuenta de que el chico era un extranjero con rasgos orientales; los ojos rasgados, el cabello negro, lacio y un poco largo, con un pequeño mechón cayéndole en el rostro. La piel blanca y demasiado tersa para ser la piel de un chico. Se encontraba empapado, pues era claro que había estado nadando. Su torso estaba descubierto y las gotas de agua caían de su cabello cubriendo su rostro. En la mano llevaba una toalla, la cual dejó caer para poder sujetarla y evitar que esta fuera capaz de escapar. Se moría de vergüenza, pues sabía que estaban demasiado cerca y eso, según su tía, no era propio de una señorita decente. Trató de alejarse, pero el chico se lo impidió.
──¿Quién eres? ──le preguntó con un español casi perfecto. Marijo tragó saliva con dificultad. Forcejeó un poco y logró liberarse.
──¡Eso a ti no te importa! ──le respondió molesta, mientras trataba de escapar de su agarre. él por su parte, solo rió con burla.
──¿De qué hospital te escapaste, niña? ──le dijo, mientras cruzaba los brazos.
Marijo alzó la vista dispuesta a darle una cachetada, pero el joven logró ser lo suficientemente rápido como para esquivarla, haciendo que la fuerza de esta, la hiciera dar una vuelta y caer de narices a la alberca. Al joven parecía causarle gracia, hasta que se dio cuenta de que no podía mantenerse a flote. El agua entraba en su garganta ya que trataba de gritar presa de la desesperación. Pataleaba asustada tratando de llegar a la superficie, pero su peso la hacía regresar al fondo de golpe. Fue entonces cuando, un tanto fastidiado, se lanzó en su ayuda, lo cual, era verdaderamente difícil, ya que la chica pataleaba asustada y eso hacía que se hundiera una y otra vez. Como pudo logró sacarla de la alberca y ponerla en un lugar seguro. Sin embargo, apenas salió del agua, se fue encima de él, dándole con los puños en el pecho.
──¡No me toques! ──le gritó molesta, mientras él no hacía más que hacer muecas soportando sus golpes, que, inusualmente, eran mucho más fuertes que los de cualquier chica común.
──¿Qué demonios pasa contigo? ──le dijo irritado mientras la tomaba con fuerza de las muñecas, para evitar que continuara golpeándolo──. Solamente te ayudé, de no haber sido por mí te hubieses ahogado.
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Editado: 20.01.2024