──¿Será muy tarde para cambiar de opinión? ──preguntó Hari, mientras arrastraba los pies detrás de Diego, quien avanzaba con largas zancadas por las calles──. De repente esa idea de visitar museos no parece tan mala.
Diego avanzaba sin prestarle atención. Se notaba de inmediato que estaba molesto. Aunque en realidad, a ninguna de sus compañeras parecía importarle. Hatori avanzaba de mala gana detrás de él, mientras que Jeann avanzaba dando saltitos detrás de ella, y comía alegremente de un algodón de azúcar que esta le había comprado. Las calles estaban abarrotadas de gente, pero ninguno de ellos, parecía prestarles atención, pues parecían estar más preocupados por sus propios asuntos.
──¿A dónde se supone que vamos? ──se atrevió a preguntar Jeann. Hari volteó hacia ella para tomarla de la mano y evitar que se quedara atrás.
──A mi casa ──respondió Diego, provocando que Hatori se detuviera de golpe.
──Es broma, ¿cierto? ──le dijo, con los ojos bien abiertos. Diego se detuvo y giró hacia ella con el ceño fruncido.
──No, no lo es. Hoy es el cumpleaños de mi abuela y prometí estar ahí con ella.
La expresión de ambas cambió. De pronto la joven japonesa observó con atención todo alrededor, y sin decir nada más, arrastró a Jeann consigo al interior de una lujosa y pequeña tienda que parecía estar escondida. Diego se llevó una mano a los ojos mientras los cerraba. Estaba cansado, y sobre todo fastidiado. Había tratado muy poco a Hatori, pero consideraba que no era más que una chiquilla superficial y tonta, a la que no le importaba nada más que su apariencia física. Era similar a Marijo, pero la diferencia, al menos para él, era que Marijo tenía un lado amable que muy poca gente conocía, además de ser una persona demasiado frágil a la que adoraba proteger. Hatori, por otro lado, solo era una chiquilla rica cuyos problemas eran tan vanales, que carecían de importancia. Sin embargo, aun con todo esto, entró de mala gana a aquella tienda, pues era consciente de que no podía dejarlas solas. Si algo les pasaba, a cualquiera de ellas, sería su responsabilidad y debía hacerse cargo de ello.
Entró pues, y se llevó una gran sorpresa, pues ambas buscaban entre los estantes mientras conversaban entre ellas.
──¿Y sabes que le gusta? ──preguntó Jeann con voz infantil. Hatori se encontraba de espaldas observando un traje de color azul rey que colgaba de un gancho.
──La verdad, no tengo ni idea, cielo ──le respondió──. Pero imagino que algo lindo servirá.
En ese momento, giró hacia Diego, quien la observaba confundido, y le dedicó una ligera sonrisa.
Era hermosa, en verdad hermosa. Y Diego lo sabía. En realidad, cualquiera que la viera se daría cuenta de inmediato. Hatori era una diosa. Su cabello, negro, lacio y largo, enmarcaba perfectamente su rostro delgado y afilado. Su piel blanca hacia un contraste perfecto con sus hermosos y grandes ojos oscuros. Y sus labios, los cuales parecían estar siempre rojos, aun cuando no los maquillaba, invitaban a ser besados. Sin mencionar que esa sonrisa, la hacía parecer inocente y tierna.
Diego apartó de inmediato la vista. No podía permitirse que aquel falso espejismo lo distrajera. Ella podía ser la mujer más hermosa del mundo, pero no dejaba de ser solo una chiquilla caprichosa y superficial.
──Ayudanos, ¿quieres? ──le dijo invitándolo a unirse a ellas──. Tú eres quien conoce mejor a tu abuela, dime ¿qué crees que le guste?
Aquello lo tomó por sorpresa, pues no lo esperaba viniendo de ella.
──¿Qué quieres decir? ──le preguntó acercándosele.
──Es obvio, ¿no? No podemos llegar con las manos vacías. ¿Qué crees que le guste? Personalmente no la conozco, pero creo que este traje se le vería divino. ──Diego no fue capaz de responder. Hatori se encontraba observando el traje, convenciéndose de que era el regalo perfecto, cuando giró hacia el chico y la expresión de este la alertó──. O tal vez me equivoco ──agregó un poco asustada──. ¿Te parece algo anticuado? Lo siento, es que en verdad no la conozco.
──No, no es eso ──consiguió decir.
──¿Entonces?
──No es necesario que hagas esto.
──¡Claro que sí! Es su cumpleaños y no quiero llegar con las manos vacías. ──Diego la tomó de las manos para que se alejara de aquel traje, y pudiera verlo a los ojos.
──Escucha ──le dijo con voz baja──, mi abuela no es la clase de persona a la que le gusten esta clase de regalos. Podría considerarlo una ofensa si llegas con algo así de caro.
Hatori abrió los ojos de golpe y se llevó una mano a la boca, asombrada por sus palabras.
──¿De verdad? Lo siento tanto, la verdad es que no sé cómo tratar a las abuelas. ──Diego enarcó una ceja.
──¿Qué quieres decir? ──le preguntó. Ella se encogió de hombros.
──Solo digamos que nunca tuve una abuela a quien darle regalos. ──respondió quitándole importancia. Después giró hacia él y le sonrió──. Pero eso no importa, busquemos algo apropiado para tu abuela. ──le dijo mientras lo jalaba del brazo para adentrarse en el resto de la tienda.
──Podrías al menos darme una pista ──le dijo──. Soy demasiado curioso y no creo poder quedarme con la duda.
Hatori se detuvo y puso los ojos en blanco mientras giraba hacia él.
──Cuando mis padres se casaron, mi madre se alejó de su familia porque no estaban de acuerdo con ese matrimonio. Así que básicamente mi familia materna me es desconocida. Aunque no hay mucha diferencia con mi familia paterna, porque en realidad no somos muy cercanos. Los padres de mi padre están muertos, así que evidentemente no los conozco. Así que, bueno, ¿eso responde tu pregunta? ──respondió para después continuar avanzando.
Fue detrás de ella. Ahí se arrepintió un poco de la primera impresión que tuvo a cerca de su persona. E incluso llegó a sentir un poco de lástima por ella, pues, aunque no lo dijo, era claro que le dolía el hecho de no poder contar con una abuela, o al menos con una familia unida. No estaba al tanto de la razón, pero pensó infantilmente que podría compartir con ella, al menos por un día, el cariño de su abuela. Y, así pues, los tres se dispusieron a buscar el obsequio perfecto.
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Editado: 20.01.2024