"Viviendo en la ciudad olvidas muchas cosas; ahí siempre estas pensando acerca de que no te roben o atropelle un auto... y no es hasta que vuelves a la naturaleza que te das cuenta de que todo está en tu contra. Eso siempre me lo enseñó mi padre: Respeta a la naturaleza... porque ella no siente respeto hacia ti."
Dana Scully.
-¡Cristian! Deja de perder el tiempo. Sabes perfectamente que no podemos divagar en medio de una misión -escuché una voz desesperada en mi auricular.
-En posición -respondí, de forma automática, sin sentimiento alguno en mi voz; volviendo nuevamente a reordenar mis ideas. Somos uno de los tres escuadrones que conforman a Los Vigilantes. Grupo Ventisca, y nuestro trabajo principal es recabar datos periódicamente para ingresarlos posteriormente a La Nube, un sistema inteligente operado vía internet, que muestra la actividad de Predadores en las áreas de interés de Los Poblados, pues, los pocos seres humanos que quedamos no nos atrevemos a considerarnos más que pequeñas aldeas o pueblos debido a nuestro reducido número. -Cintia -susurré a nuestra líder de operaciones, más por costumbre que por miedo; una mujer de cabello corto y lacio a la altura de sus hombros en color rojizo, de ojos acanelados y una voz de taladro -tengo cero visibilidad desde mi posición, necesito confirmación visual para poder proceder.
-Enterado -respondió ella con su vocecilla chillona, que incluso entre susurros era demasiado molesta a través del auricular. -Adelante Karina, ¿Me copias? Cristian necesita confirmación visual para atravesar el perímetro y dirigirse a los almacenes.
-53 Cintia con tu 40, procedo a 6 para 47, estén 54 -contestó Karina, que fiel a las reglas usaba el código mil casi todo el tiempo en operaciones, y había dado la clave para notificarnos que estaba enterada del mensaje, que se disponía a revisar la ruta y que nos mantuviéramos pendientes. Era algo realmente tedioso tener que memorizar las 110 claves de ese código (aunque no usáramos todos los comandos), sin embargo, era verdaderamente útil en situaciones de patrullaje. - Adelante Cintia -se escuchó después de algunos momentos la voz ronca de Karina -10 4 en 47, Cristian 85 -confirmando que no había novedades en la ruta y que yo podía proceder. Karina era de piel morena, cabello largo, rizado y recogido en una coleta ajustada, de ojos negros, casi del mismo tono que su uniforme militar, guantes y pantalones con cargos a los costados, llevaba un cinturón y unos tirantes tácticos con trece departamentos pequeños y reajustables, donde en algunos de ellos guardaba baterías recargables, un par de binoculares antireflejantes, un par de miras telescópicas, una de ellas de visión térmica y la otra de visión nocturna; una mochila militar tipo camello con fotoceldas, una tableta con sistema GPS, mapas actualizables y acceso remoto a La Nube, reloj inteligente sincronizado a los datos principales de su tableta y una mini linterna militar.
-¿Copiaste Cristian? -escuché la voz taladrante de nuestra líder en mi oído interno.
-Si, lo hice -tomé una gran bocanada de aire limpio y me dispuse a salir de mi escondrijo para correr como si mi vida dependiera de eso...y la verdad, mi vida dependía de ello. En esta ocasión teníamos que inventariar los datos que aquellos hospitales tenían en sus interiores, como penicilina, diazepam, vendajes, alcohol, anestésicos tópicos locales y generales, entre otros mucho más escasos e importantes como morfina, insulina, ansiolíticos y psicotrópicos; de aquellos medicamentos a los que no era posible acceder sin receta médica. Y como de costumbre, me tocaba abrir la marcha, como siempre que entrábamos por vez primera a un nuevo lugar, así que salí de mi alcantarilla y me dispuse a correr a toda velocidad, intentando no tragar aire por la boca… y otros restos más desagradables, pues uno los regalos de la naturaleza para los Predadores era su gran olfato, y una de las formas más efectivas (y asquerosas) de camuflar el aroma a humanidad, era con olor a cloaca, mierda y retrete.
En el grupo Ventisca yo era el único hombre, y esa era la otra razón por la que siempre me correspondía a mi arrastrarme entre las inmundicias y abrirle las puertas a las damas que venían tras de mí, una vez que yo hubiera impregnado con mis aromas las entradas y ventanas del lugar para disfrazar nuestra presencia. Esta era la parte más desagradable de mi trabajo, pero valía la pena, ya que gracias a esto, podíamos contar con lo necesario para sobrevivir. Acompañado siempre de mi fiel arma de mano, una pistola eléctrica de clavos para concreto, una CN55, Keilyn Hardware y sus respectivas municiones a reventar. Algo muy ridículo cuando lo imaginabas por primera vez, sin embargo, nuestro grupo se caracterizaba por la agilidad, la velocidad y el sigilo, así que, usar armas de fuego en medio de una misión de reconocimiento era el equivalente a ponernos en un plato y gritar a los cuatro vientos que la comida estaba sobre la mesa; y Keilyn tenía capacidad para 350 disparos de 57mm, especial para mantener alejadas a las ratas de las cloacas sin hacer demasiado ruido y para ser usada en casos de emergencia, claro.