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En los pasillos de la vieja comisaría el agua se filtraba por las viejas y maltrechas tejas que cubrían el tejado del edificio.
–¿Pero dónde demonios se habrá ido este condenado López? –Se quejaba el Comisario mientras trapeaba el piso intentando quitar el agua que entraba insistentemente al destacamento. –No puedo creer que el Jefe tenga que rebajarse a limpiar el piso. Ya no existe el respeto. Por lo menos hubiera tenido la dignidad de decirme donde se dirigía en lugar de tomar el vehículo y salir de repente sin decir una maldita palabra. –Continuaban quejándose en voz alta por la actitud que había tenido su subalterno, cuando de repente el sonido de la radio llamando lo interrumpe.
–Móvil para base. Móvil para base. ¿Me copia? – se escuchó la voz del agente por la radio.
–Aquí base lo copio. – Contestó con un tono notoriamente molesto. –¿Dónde está López? Está en un grave problema.
–Hubo un accidente en el puente del arroyo San Antonio. Un vehículo con dos tripulantes ha caído a la corriente y esta lo ha arrastrado. No se observa ningún sobreviviente. Repito no se observa ningún sobreviviente.
Al escuchar eso, Tom cambió su tono de enojado a preocupado. – López, ¿has podido identificar a los ocupantes?
–Afirmativo. El vehículo era conducido por Juan Jakov acompañado por su esposa. Su hijo se encuentra aquí en estado de shock, voy a llevarlo a su domicilio.
Tomás permaneció en silencio. Nuevamente la tragedia rodeaba a ese muchacho. Algo terrible ocurría cada vez que el andaba cerca. Intentado disimular el malestar hablo lo más cortésmente posible. – De acuerdo López. Llévalo a su domicilio. Yo me dirigiré al lugar con mi vehículo. Luego de llevarlo necesito que vuelvas y me asistas.
–Comprendido Jefe. Cambio y fuera.
El comisario meditó por unos instantes. Se colocó su pistolera, para luego dirigirse hacia su oficina y tomar su vieja campera impermeable de color negro con la insignia de comisario colocada en su bolsillo izquierdo. Las ramas que golpeaban con fuerza insistentes en su ventana, indicaban que la tormenta estaba lejos de pasar. Tomando un gran suspiro se dirigió a su automóvil y partió en dirección al puente.
El agua golpeaba con tanta intensidad que el limpiaparabrisas apenas le daba unos segundos entre pasada y pasada para ver el camino. La visión era extremadamente complicada. Tomas forzaba su vista intentando seguir el camino. Fue precisamente en ese breve lapso de tiempo entre las pasadas del limpiaparabrisas, casi llegando al puente, que divisó una pequeña figura en medio de la carretera a escasos metros frente a él. Asustado el comisario gira violentamente el volante hacia la derecha y sale del camino cayendo por una pronunciada pendiente al costado de la carretera. El vehículo termina impactando contra un gran árbol. Aturdido el Jefe se demora unos segundos en reaccionar. La sangre se escurre por su frente desde un profundo corte producto de un fuerte golpe contra el volante. Tapándose la herida con sus manos con dificultad sale del maltrecho automóvil. Sube lentamente la colina por la que había caído resbalándose repetidas veces por el agua que se escurría ladera abajo. Al llegar a arriba Tomas se sorprende. Allí estaba la pequeña niña de los Stevenson, temblando, completamente empapada y cubierta de lodo, su ropa rasgada y sucia. Con la palidez plasmada en su pequeño rostro, y sus ojos nerviosos, que miraban hacia todas direcciones.
– Oh por Dios. –Exclamó sorprendido el Oficial. –Emilia te encuentras bien? –Le dijo mientras corría hacia ella quitándose su campera para cubrirla.
–No puedo creer que seas tú. Te hemos estado buscando por todas partes. Llegamos a pensar lo peor. ¿Puedes decirme como te encuentras?
La pequeña no respondía, solo temblaba y miraba sin cesar hacia los lados como temiendo que algo la atacase en cualquier instante.
–Pobre niña. Te llevaré a tu casa lo antes posible. Tus padres están muy preocupados por ti.
–¿Don don donde... donde está mi.. mii... mi hermana? –tartamudeo la niña ante la estupefacta mirada de Tomás.
–Todo estará bien. –Le contesta, incapaz de decirle lo que había sucedido con su la otra pequeña. A lo lejos aparece la reconfortante luz de la sirena policial. López había regresado.
En el hogar de la familia Stevenson, Pedro observaba por la ventana de la sala, sentado en su viejo sillón de mimbre como la tormenta azotaba sus cosechas. Su rostro estaba ensombrecido por la tristeza, ya no quedaba en el ningún atisbo de la gran sonrisa que lo caracterizaba. Su buen sentido del humor se había ido de manera abrupta dejando solo un hombre hundido en la depresión que intentaba ahogar sus penas con el alcohol. Su esposa permanecía acostada y pasaba los días llorando sin cesar. Esa fue su rutina desde el momento de la horrible muerte de Lucia y la desaparición de Emilia. Su otrora cálido hogar se había transformado en un lugar sombrío y triste. El deseo más grande de la pobre madre era reunirse con sus niñas, aunque fuera en el otro mundo. La impotencia de su esposo por ayudarla o por encontrar a su hija perdida lo hacía cada vez más melancólico y depresivo.
Pero esa tristeza habría de marcharse parcialmente aquella tormentosa noche. La vida le devolvería un trozo de felicidad cuando el móvil policial se detuvo frente a su hogar ya habiendo pasado la medianoche.