Sus párpados lentamente se elevaron tratando de escapar de la oscuridad del sueño, más terminaron encontrándose con una nueva opacidad. Manuel pronto se estuvo despierto, su cuerpo tembló por el frió que lo abrazaba, miró hacia abajo y distinguió unos brazos atrapando su cuerpo por detrás, sin alarmarse trato de recordar la noche anterior o la madrugada poco lejana. Sus memorias le trajeron a mente un joven rubio argentino declarándose vampiro. Se sobresaltó, ¿había sido real? ¿Le habían puesto algún alucinógeno en su bebida en el hotel?
—Tengo que salir de aquí. —susurró para sí mismo quitándose de encima los brazos del joven hombre de rostro pálido.
Camino sin hacer ruido alguno hasta salir de la enorme habitación de muebles extranjeros y antiguos. El silencio de aquella mansión europea parecía ahogarlo, le hacía pensar que el sonido de su corazón latente podía oírse e interrumpir con la paz de sepulcro de aquel sitio, debía hallar una salida cuanto antes, pero la casa no se lo dejaba fácil. Perdió la cuenta de cuántas veces subió y bajó escaleras o de cuantas puertas abrió. La oscuridad solo aumentaba la dificultad de aquel indeseable juego de búsqueda.
Finalmente, cansado de una hora de exploración, se acercó hasta uno de los ventanales tapados con una bermeja, gruesa y pesada cortina. Miro hacia ambos lados temeroso por la acción que estaba a punto de llevar a cabo. No encontró más que la opacidad y la soledad que hacía rato lo venía acompañando, además de un insoportable olor a muerte. Respiro hondo y se dio coraje para correr las telas, al hacerlo dejó entrar una claridad casi cegadora de la mañana, el sol acarició su rostro y sonrió por ello, en tan solo una hora extraño al astro rey como si hubiera pasado una vida sin contemplar su milagro de luz y calor.
— ¡Cierra esas cortinas! – ordenó alguien a sus espaldas, la voz se le había hecho conocida. — ¡por favor! —agregó ahora en un tono desesperado.
Manuel tomó ambos paños abiertos y volvió a juntarlos impidiendo nuevamente el paso de la claridad. Se giró asustado encontrando a Dionisie quien sostenía su diestra con dolor, apenas pudo observar que tenía una gran quemadura en la palma de la misma, preocupado se acercó ignorando el miedo que aún tenía hacia su persona. Se preguntó cómo se había lastimado y tras un momento pensando, se dio cuenta que había sido herido por los rayos solares, y eso solo significaba una cosa: la figura delante suyo efectivamente era un ser de leyendas romanas, era un vampiro en toda la extensión y sentido de la palabra.
—Lo siento, aun me cuesta creer que eres lo que… eres. —dijo Manuel con voz apagada y un tanto quebrada, no podía evitar el miedo y las ganas de salir corriendo de aquel lugar y Dionisie lo sabía, podía olfatear su temor.
—Te devolveré con los tuyos por la noche, no puedo salir en este horario, espero sepas comprender. —murmuró mirando hacia otro lado, pero lo suficientemente fuerte para ser oído. Manuel notó el sabor amargo en sus palabras, pero no le quedó más que asentir en silencio.
El joven chileno se quedó pensativo, se preguntaba que había sido de su mejor amigo. Había quedado inconsciente sobre la alfombra de la habitación rentada. Dionisie se volvió a su cuarto para volver a su sueño diurno dejando a Manuel nuevamente en compañía de la oscuridad. Otro suspiro escapó de entre sus labios rosados y de bella forma; tenía la sensación de que el ser sobrenatural estaba metiendo, y que algo muy oscuro se avecinaba sobre él, debía escapar cuanto antes de aquella casona embrujada e innecesariamente espaciosa. No tardó mucho en dar con la puerta que llevaba al exterior, pero para su mala fortuna, esta estaba cerrada, la llave no debía estar muy lejos, por ello inició una nueva búsqueda, pero ahoga por la llave que le daría su libertad o al menos un poco de tiempo lejos de su captor para idear algún plan que le liberara de aquella situación sacada de sus peores pesadillas.
— ¿Busca algo, joven? —preguntó una voz femenina y elefante a sus espaldas.
Manuel tuvo tal sobresalto que cayó sentado sobre un sillón rojo de estilo victoriano, se levantó rápidamente y miró hacia atrás tratando de ubicar a la figura femenina que le había hecho la pregunta, finalmente le encontró justo al lado de la puerta que pretendía abrir para escapar. Era una mujer de mediana edad, de buena educación evidente.
—Busco la llave para irme a ver mi amigo, debe estar preocupado, pudo haber llamado a los carabineros de aquí... Debo ir.
—Pero, señorito, usted no debería irse, nuestro señor lo ha elegido a usted. —decía la mujer acercándose lentamente hacia él sin desplazarse por el suelo.