La espada es introducida en el omóplato de la mujer. Un grito desesperado sale de su boca. El arma es extraída para posterior, volver con más fuerza al mismo sitio. El brazo izquierdo le es amputado de un solo corte. La sangre no tarda en emanar y la mujer grita nuevamente con todas sus fuerzas. Sus ojos reflejan su miedo y en un intento de huir de su agresora, levanta sus piernas y empieza a empujarse hacia atrás.
De repente, sus piernas caen flácidas al suelo y su cabeza rueda. Unas manos pequeñas levantan el miembro que ha sido separado del cuerpo y tras sostenerlo por unos segundos, éste es arrojado al suelo y pateado como si se tratase de un balón de fútbol.
Habiendo terminado con su víctima, camina hacia la próxima. En esta ocasión es un hombre que, al adivinar sus intenciones, toma la decisión de ser el primero en atacar. Sin embargo, ella es más rápida que él en reaccionar y sin perder tiempo, la perpetuadora de la barbarie hace un corte limpio en el abdomen del individuo con su espada. La sangre hace acto de presencia y fríamente, ella introduce su mano en la contusión; sujeta unos tubos largos y como si se tratase de unos simples hilos, y no los intestinos del sujeto, los jala hacia afuera y los corta con el filo de su arma.
Las personas salen de escena cuando las cubre una densa oscuridad. A la vista sólo están las manos asesinas cubiertas de un espeso líquido color carmesí, de las cuales caen gotas en el negro suelo. Poco a poco, las manos van creciendo y como si una imagen fuese ampliada, allí está ella, bañada en sangre.
Se levanta rápidamente de la cama y abre la boca para gritar, pero su voz no sale. En cambio, escucha una especie de silbido en su pecho. Su corazón le palpita de forma tan veloz que siente que está a punto de explotar. Se percata de que sus ropas están húmedas y pegadas a su cuerpo debido a que está envuelta por una densa capa de sudor. Un malestar invade su estómago y siente que algo sube por su cuello; se lleva las manos a la boca para evitar que aquello salga.
En cuestión de segundos, de un par de patadas se quita la sábana que la cubre y corre en dirección al baño, justo a tiempo para depositar una gran cantidad de bilis en el inodoro.
Cuando ha terminado de vomitar, baja la palanca, se recuesta a la pared y se desliza hasta quedar sentada en el suelo. Julia lleva sus manos a su rostro y distingue las lágrimas que corren por sus mejillas. No es la primera vez que le sucede esto pero, no es algo a lo que nadie pueda acostumbrarse.
La joven hace un intento por secar sus lágrimas y levantarse para así tomar su medicación pero, se detiene al recordar que el único frasco que tenía le fue arrebatado. Parece que fue hace un siglo cuando empezaron a administrarle la sertralina. Aún con todos sus problemas, Julia es consciente de que esas pastillas son su alivio, desde que las tomó, el sufrimiento menguó; no desapareció, pero al menos le hizo pensar que podría seguir viva. Si hasta el día de ayer le molestaban las pesadillas, los flashback, sus problemas para conciliar el sueño y demás situaciones, todo aumentará en sobremanera a partir de ahora. ¿Qué hará sin el Zoloft? ¿Cómo va a mantenerse cuerda sin él? No es un medicamento de venta libre y necesita la prescripción de un especialista para obtenerlo. Si la doctora Serkin ya no puede prescribirlo, ¿de quién lo obtendrá?
Julia levanta su mirada para quitar por lo menos por un instante esos pensamientos de su mente y observa en dirección a la puerta del baño que está abierta. Desde ahí, puede vislumbrar los rayos del sol que llegan a su habitación. Ya es de día y a duras penas logró dormir. Para peor, el poco tiempo que lo logró fue atacado por una pesadilla. ¿Cómo va a tener fuerzas para enfrentar lo que sucederá en el día?
Si hubiese sabido que todo esto le estaría pasando, el día anterior le hubiera pedido a Keith que siguiera golpeándola y la exterminara, así no se estaría lamentando tanto. Sin embargo, siendo sincera consigo misma, no hubiera dicho nada pues no pudo emitir palabra luego de que él la abofeteó y fue porque le dijo aquello tan hiriente. Suelta un largo suspiro. No comprende por qué Keith no la había asesinado a golpes. Para ella, sus golpes serían una mejor opción que las malditas imágenes que fueron invocadas con sus palabras.
Frota sus ojos con la palma de sus manos. No puede perder un segundo más.
De forma mecanicista, sin ninguna expresión en su rostro, cierra la puerta y empieza a lavarse los dientes; quiere quitarse cuanto antes el desagradable sabor en su boca. Posterior, se da un largo baño y se coloca el uniforme escolar. Pensando que está lista, se coloca frente al espejo y observa lo pálido que se encuentra su rostro, las grandes bolsas que están debajo de sus ojos y lo enrojecido de éstos, clara señal de su terrible noche. De inmediato sus preocupaciones se trasladan a las mil preguntas que tanto Josiah como Yerik harán al verla en tal estado.
Despacio, se aplica un poco de corrector en las enormes manchas negras. Luego, se coloca rímel en sus largas pestañas y un tanto de polvo compacto. Para finalizar, un poco de brillo en los labios. Se da un último vistazo y se da cuenta de que el maquillaje le ha servido para ocultar lo que deseaba; con esto, ha evitado un interrogatorio.
Sujeta su mochila para salir y se paraliza repentinamente. Su cuerpo no le quiere responder. Tal vez sea miedo. Miedo de irse y presentarse con su nuevo maestro junto a su equipo; miedo de cumplir con sus obligaciones y matar a cualquier persona a la cual le asignen acabar con su vida.
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Editado: 31.12.2022