Príncipe de metal

VI | Capitán Hook

Mientras caminaba hacia la oficina de Madame So me di cuenta que las palmas de mis manos me sudaban.

¿Se habría enterado que le lancé una copa de vino a uno de sus invitados?

Por supuesto que sí, ingenua, me dije a mis adentros, ¿por qué otra cosa estaría llamando si no?

— Puedes pasar— dijo desde adentro de su estudio después de que hubiese llamado a la puerta tres veces.

Trague saliva, preparándome para lo que fuera que me esperaba.

Adentro estaba Madame So sentada en un sillón con una copa de vino en su mano, y a su lado, ocupando los otros dos sillones, habían dos hombres.

Uno de ellos era el hombre al que le había lanzado el vino, su camisa ya se había secado, pero la mancha roja continuaba intacta. El otro hombre a su lado se parecía bastante a él, pero más envejecido. Tenía el cabello largo y canoso, un par de arrugas a lo largo del rostro y algunas cicatrices en el cuello. Sin embargo, lo que me llamó la atención fue su mano derecha. No tenía mano, sino un garfio brillante y puntiagudo, listo para cortarle el cuello de a cualquiera.

— Bueno niña, entra y cierra la puerta de una vez— musitó la mujer, haciendome caer en cuenta que me había quedado viendo la prótesis del señor por más tiempo de lo apropiado. — Perdoné su descortesía, supongo que los malos modales que aprendió con sus padres son más prepotentes que lo que pudo haber aprendido con nosotros estos últimos años.

Me sonrojé de inmediato, pero hice como me ordenaban.

Al cerrarse la puerta detrás de mí, me sentí como la primera vez que entré a esa oficina. Tuve ganas de salir corriendo, presentía que algo malo estaba por pasar.

— Celeste, este es el Capitán Garfio Hook, uno de los marines más importantes en toda la costa de la ciudad de perlas.

Volteé a ver al hombre más viejo y asentí en su dirección. El hombre estaba observando de arriba a abajo de manera descarada, deteniéndose en ciertos puntos más de lo adecuado, y cuando su mirada por fin llegó a mi rostro se rió entre dientes.

Inclinó su cabeza en señal de saludo.

— Y él es su hijo, el capitán Eastwood Hook.

— East está bien— Intervino Eastwood, lanzándome una sonrisa coqueta.

Aparté la mirada.

— Verás Celeste, el señor Hook y su hijo están haciendo una gira por toda Panagea antes de regresar a la ciudad de perlas y zarpar nuevamente — continuó Madame— me comentaba el capitán Hook que tú y él tuvieron un muy ameno intercambio de palabras y aparentemente el señor ha quedado....cautivado por tu carisma.

— No, yo nunca quise...

Madame So me calló con una mirada fría y luego se aclaró la garganta.

— Como te decía, está interesado en ti y ha venido a pedirme tu mano.— Mi respiración se detuvo, de pronto mi cuerpo entero parecía más pesado.— Te vas con ellos en tres semanas, tu marido te proveerá todo lo que necesites, así que solo empaca lo que entre en tu maleta y no olvides dejarle la llave de tu habitación a una de las empleadas, ya sabes que odio tener que llamar al cerrajero.

Me quedé viendo a Madame So boquiabierta, no podía creer que estuviera diciéndome todo eso como si se tratara de ir al mercado a comprar pan.

— Va a encantarte nuestra casa en Bahía de perlas, tiene una vista asombrosa hacia el océano.— Dijo el capitán Hook más envejecido, riendo sonoramente.

— Pero yo no quiero...—

— ¿No me diga? En verano debe de ser preciso.— Intervino Madame So, como si el hombre estuviera hablando lo más interesante del mundo.

— Así es, durante el verano los delfines llegan a la bahía y es posible observarlos desde el balcón.— Continuó el hombre.

— Yo no quiero casarme.— Dije alzando la voz.— Nunca acepté casarme con este señor y no voy a hacerlo.

— ¿Disculpa?

— Lo siento pero no acepto su propuesta de matrimonio.— Dije firmemente en dirección a Eastwood Hook.

Un silencio se recorrió toda la habitación, Eastwood me sonrió con suficiencia desde su asiento y su padre me miró confuso. Madame Só, por otro lado, me clavó su mirada como si quisiera atravesarme un cuchillo en el pecho.

— ¿Porque no? — Preguntó Hook padre viéndome como si me hubiese salido un ojo en medio de la frente.

— Porque no conozco a su hijo, y lo poco que he visto de él no me impresiona. Es un hombre rústico y grotesco, que no sabe cómo hablar y tratar a una dama.

Eastwood se recostó sobre la butaca y me miró a los ojos, retandome con la mirada. El gran sin vergüenza parecía estar disfrutando ese lío.

— Caballeros, me permitirían unos minutos con la señorita De Verona, ¿por favor? — habló Madame entre dientes.

Ambos hombres asintieron y se dirigieron a la puerta.

Eastwood, sin embargo, se detuvo frente a mí, y antes de irse me susurró al oído.

— Serás mía, muñeca.

Un escalofríos recorrió mi espalda, y el estómago me dio un vuelco. Su cercanía me ponía nerviosa, y sus palabras no eran nada reconfortantes. Lo decía como una amenaza.

Cuando nos quedamos solas, Madame So se levantó del sillón en donde estaba sentada y dejó la copa de vino en una mesa.

Se acercó a mí y sin previo aviso me estampó una bofetada en el rostro.

— Niña insolente y malagradecida, por fin puedes ser útil en algo y lo arruinas todo.— Gruñó, enfurecida.

Estaba acostumbrada a las palabras groseras, pero por más que lo evitara, siempre dolían. Lágrimas se acumularon en mi rostro, pero las contuve. Aún tenía el maquillaje que Telma me había aplicado, así que no quería estropearlo y tener que salir de ahí con el rostro hecho trizas.

— No creas que no sé que te fuiste antes de la fiesta, y que encima de todo nos pusiste a todos en ridículo al echarle encima el vino a ese bandolero.

— No fue mi intención hacerlo, él me tocó de una forma atrevida y no—

— Para ya.— Me ordenó, sobándose el sien y cerrando los ojos.— Me mareas con tanta palabrería sin sentido. No me importa que diablos te haya hecho, esta noche se suponía que los caballeros iban cortejarte, seguramente lo malinterpretaste y sobreacutaste, como siempre lo haces.




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