Iría a la ciudad de plata y buscaría a mi tío David.
En su última carta me había dicho que estaba en una misión con su escuadrón en la ciudad de plata, no me dijo dónde exactamente, y había dejado de responder a mis cartas hace un par de semanas, pero me bastaba con saber su último punto de ubicación.
Saqué un par de tenis que estaban al fondo de mi closet y me los puse. No solía usar este tipo de zapatos a no fuera que Madame So me obligara a hacer ejercicio con el resto de las amigas de Elisa, así que tuve que sacudirlos un poco para quitarles el polvo. Me puse un brasier pero me dejé el vestido de piyama. No tenía pantalones y ponerme un vestido más ostentoso no tenía ningún sentido.
Agarré un bolso no muy grande en dónde metí un poco de ropa y joyas, pero ninguna de ellas tenía valor monetario, pero servirían si lograba engañar a los bobos que se dejaban guiar por los brillos. Agarré la cadena de mis padres y la guardé junto con el resto.
Por último, tomé el libro Claro de luna de Tchaikovsky. Al guardarlo no pude evitar pensar en el príncipe Jaxon y en nuestro encuentro de hace un par de horas. Me pregunté si se había divertido esa noche en compañía de Elisa y si se habría enterado de mi escena con Eastwood.
Concéntrate Celeste.
Enseguida terminé de guardar el resto de las cosas y salí de la habitación con mucha cautela. No debería de haber habido nadie a esas horas en el pasillo, pero aún así no estaba de más ser precavida.
Caminé lentamente hasta llegar a las escaleras que llegaban al gran salón, pero me detuve en seco al escuchar unas risitas en el cuarto de al lado.
Era Elisa, y no estaba sola.
Puse los ojos en blanco, pero a la vez pegué mi oído contra la puerta.
— Eres muy guapa —decía una voz masculina antes que la otra explotara en risitas. — Venga, cásate conmigo.
Suspiré aliviada. Era Tim, el amante de Elisa. Por un minuto había temido que se tratase de la voz del Príncipe Jaxon
Concéntrate Celeste.
—Cásate conmigo — repitió el chico, esta vez más serio. — Dile a tú tía que estás enamorada de mi, o si quieres, yo voy a hablar con ella directamente.
— Ni se te ocurra hacer eso Tim, mi tía jamás lo aceptaría y solo te prohibirá volver a verme —Elisa suspiró — Está decidida a que me case con el príncipe y no creo que haya algo que la haga cambiar de opinión.
— Es algo raro, ¿no crees?
— ¿A que te refieres?
— Al príncipe Jaxon, siento que la forma en la que...
No pude terminar de escuchar lo que decían porque tuve que esconderme detrás de una estatua. Alguien había abierto la puerta de su cuarto y venía caminando ruidosamente por el pasillo.
Iker tocó la puerta de la habitación de su hermana..
— ¿Podrían cerrar la boca? Estoy intentando dormir y escucho su palabrería hasta mi cuarto.
Como sabandija me deslicé por entre las estatuas hasta llegar a las escaleras. Bajé rápidamente escuchando la discusión de los hermanos a mis espaldas y rezando para que no se escucharan mis pasos entre sus alegatos.
Al llegar abajo me dirigí a la cocina y salí por la puerta trasera.
Caminé por los jardines, esquivando las partes más iluminadas y las que daban con dirección a las ventanas de la mansión. Habían un par de guardias pero estaban demasiado ocupados leyendo una revista en las puertas principales que a duras penas se dieron cuenta cuando empujé una de las puertas de hierro que daban en dirección a la carretera y que se usaban para cuando llegaban a aprovisionar la cocina.
Una vez afuera, comencé a correr lo más rápido que me lo permitían mis pies. Las calles estaban vacías y el único sonido que escuchaba era el de mis tenis y el de mi respiración agitada. Voltee a ver atrás de mí un par de veces en caso de que hubiera alguien corriendo a mis espaldas, pero nada, no había nadie siguiéndome.
Supongo que no había muchas personas que quisieran salir del palpación de cristal, después de todo, era una de las mansiones más exclusivas de la ciudad de diamante. Los guardias estaban más atentos al hecho de que alguien quisiera infiltrarse en ella.
Eres una tonta, me dijo mi conciencia, ni siquiera Madame So debió de haberte creído lo suficientemente insulsa como para salir corriendo en la madrugada sin una sola moneda en el bolsillo.
Callé a esa vocecita inmediatamente. Suficiente tenía ya con mis nervios como para que me preocupara aún más y le diera mil vueltas al asunto.
Cuando me sentí lo suficientemente alejada de la casa, comencé a caminar a paso lento. Las manos me temblaban, incluso aunque las mantuviera firmemente sujetas a el tirante de mi bolso. Me dolía la cabeza por el esfuerzo y tenía un par de gotas de sudor deslizándose por mi cuello.
¿Qué demonios estaba haciendo?
Me sentí patética, vestida en pijama y tenis, con nada más que una bolsa y sin ningún plan en específico más que ir a la ciudad de plata y encontrar a mi tío. Odiaba mi impulsividad. Quizás debí de haber esperado y organizar mejor mi plan de escape. Al menos me hubiera podido haber robado algo de comida en la cocina.
Estaba pensando en regresar, cuando de pronto, escuché una sirena.
— ¡Deténganse, en el nombre del rey y la corte de cristales se les ordena que detengan esas motocicletas y se entreguen en manos de la justicia!
A lo lejos comencé a escuchar unos chiflidos y gritos, acompañados de unos atronadores sonidos de motores.
— ¡Mamenme el culo cabrones! — Gritó alguien antes que un vitoreo grupal se le uniera.
Mis ojos se abrieron de par en par.
— Broncers — Dije para mi misma antes de echarme a correr.
Los broncers eran un grupos de vándalos, en su mayoría, opositores al reino de Pangea, que vivían en el área de Bronce, una selva virgen y poco explorada. Estaban en contra de la organización de Pangea y del rey, y les gustaba hacer redadas, destruyendo casas y armando escándalos en la vía pública.