Príncipe Desterrado.

Capítulo 4

Sylver

¡Maldito seas, Eros!

Cuando Eros me dijo que tenía la actividad perfecta para distraerme, ¡no pensé que hablaba de meternos en una pelea!

—¡Van a morir, hijos de...!

—Alto —lo interrumpió Eros, sonriendo con su maldita sonrisa infantil—. No puedes insultar al rey.

No soy problemático como todos piensan. Mis días libres los suelo pasar en mi apartamento, leyendo un libro o durmiendo, lo poco que puedo hacerlo. Casi siempre prefiero la comodidad de mi soledad, excepto este día. Tal vez hubiera sido mejor regresar al apartamento y haberme dejado llevar por mi furia. ¿Qué hubiera sido lo peor? Un hechizo podría haberme salido mal, rebotar contra la pared, destruirla y asesinar al vecino... Bien, tal vez este escenario sea mejor. A pesar de no ser muy amigo de los humanos, tampoco quiero cargar con la culpa de haber asesinado a uno.

Y espero nunca llegar a eso.

—Ustedes son dos, nosotros somos cuatro —gritó el tipo detrás de su líder. Él feo del grupo.

—Nosotros somos poderosos, ustedes son unos debiluchos —respondió Eros.

Observé de reojo a las dos mujeres de algunos veintitrés años de edad, abrazarse con miedo, mirando entre el grupo de brujos violadores y nosotros, debatiéndose en a quien debían tenerle mayor miedo. Nuestras pintas de tipos malos no nos diferencia mucho de los brujos, la diferencia entre ambos solo es el rango de magia, algo que unas humanas como ellas no diferenciarían nunca.

Me pregunto si Artemisa ya ha aprendido a diferenciarnos... Digo, por su bien.

Siempre se reportan casos de violaciones, algunas se dejan pasar y otras se aceptan. Me molesta ese tipo de sistema pero el presidente de la organización se excusa diciendo que no hay suficiente personal. ¡Más de un millón de personas trabajando en la organización y no hay personal! Repito, no me agradan los humanos, pero de ninguna forma me alegra que brujos machistas se crean superiores con derecho a violar a las mujeres.

Es cierto que no pasé mucho tiempo con mamá pero soy consciente de lo mucho que sufrió por culpa de un hombre. Las lagrimas que derramó, es lo que me mantiene mi lado sensible aún vivo.

Por mucho que me duele su actitud hacia mí, sigue siendo mi madre.

—Por favor —bufó el jefe del grupo. Su fea coleta de caballo lo hace ver aún más sucio y desagradable. Especialmente con esa fea barba de chivo—, ustedes son unos niños controlados por la reina. Dudo mucho que puedan matarnos con esas manos de niña —su grupito rió a carcajadas—. Solo míralo, usando guantes para no ensuciarse sus manos frágiles.

Sonreí cuando, Eros, retrocedió asustado de mi nueva actitud. Odio que unos brujos se crean con derecho a criticarme o insultarme. Podré ser el príncipe desterrado, pero sigo siendo alguien que merece respeto.

—Tienes razón, no puedo matarlos con estos guantes.

Se quedaron con sus malditas sonrisas, mirándome mientras me quitaba los guantes. Los guardé en el bolsillo de mi chaqueta sin dejar de mirar a los ojos del tipo coletas.

Umm... Debería dejar de ponerles apodos a todos.

—¿Te sientes muy sucio, muñeco? —preguntó el coletas, haciendo que su grupito volviera a reír.

Hay personas que deberían aprender a quedarse callados. Está este dicho que mamá me enseñó a los cinco años "Si no tienes nada bueno que decir, no digas nada. Deja que los otros pierdan su dignidad". Pero mi madre no está aquí y puedo ensuciarme las manos un poco.

Sin darles la oportunidad ni de parpadear, aparecí detrás de ellos y con mi mano derecha, forme un circulo morado a su alrededor. Sonreí de forma malvada cuando sus rostros se volvieron dignos de la imagen de la palabra "miedo". Intentaron moverse pero mi campo de congelación en el tiempo los mantenía presos a sus posiciones, sin dejarles posibilidades de huir. En ese círculo, yo controlo a todo el que esté dentro de él.

— Leblos —murmuré mientras hacia un hechizo secundario hacia las mujeres, nublándoles la vista para que no presenciaran nada.

Los gritos de dolor quedaron rebotando en el círculo, impidiendo que el ruido saliera y alertara a las personas a nuestro alrededor ajenas a la matanza que se producía en el callejón. El coletas fue el último en despedirse de su vida, cayó de rodillas y sus ojos se llenaron de lagrimas. Es una pena que tengan que llegar a esto para arrepentirse de las maldades que han cometido pero no hay marcha atrás.

Con su último aliento, susurró un "lo siento".

El círculo desapareció e hice que las mujeres recuperaran la visión. Caminé hacia ellas, ante la mirada de incredulidad de, Eros. Hemos compartido mucho tiempo juntos en nuestras misiones pero siempre evito usar ambas magias en presencia de alguien más. Los hechiceros no tienen magia negra, son puros, no tienen poderes para asesinar de una forma tan cruel... Yo no soy un hechicero puro y tengo magia blanca como magia negra.

Me quité el saco de cuero y se lo pasé por los hombros a las mujeres, cubriéndolas un poco del frio y de la visión de sus cuerpos en ropa interior.




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