Artemisa
Contuve el aliento, aun sin poder procesar la información que Horus está revelándome. No comprendo porque mi hermana me ocultaría información como esta, es claro que no tiene nada que ver con mi trabajo, pero tiene que ver con nuestros padres.
—Entiendo que sientas que tu hermana te mintió. Sin embargo, debes comprender que solo intenta protegerte —puso su pata encima de mi mano—. Cuando la reina te vio, supo que Atenea no podía llevar a cabo esta misión, al menos no tan bien como tú.
—No comprendes, Horus —murmuré, sintiéndome mucho más cansada de lo que ya me sentía—. Me estás diciendo que están yendo en contra del sistema, en contra de la reina inclusive. ¿Sabes cómo puede acabar esto?
—En una guerra, lo sé, soy muy consciente de eso, al igual que todos.
Una guerra, donde lucharan hechiceros contra hechiceros, brujos contra brujos y... humanos. Los humanos hemos sido involucrados en este problema sin habernos enterado.
—¿Qué pasará con Sylver si tus sospechas son ciertas? —pregunté con miedo a saber la respuesta.
—Ya se han tenido reuniones sobre ese tema, en el mejor de los casos, podrá volver a la seguridad del castillo...
—¿Y si no?
Tardó unos segundos en responder, evitando mirarme a la cara.
—Quieren quitarle sus poderes y luego, matarlo.
Un mundo sin Sylver... Tal vez para el mundo humano no tenga mucha importancia, la pregunta es ¿Qué pasará con el mundo mágico? La reina no puede reinar para siempre, tiene que entregar su trono a su descendiente, pero si no hay descendiente directo...
—Tengo una duda. ¿Hay otra familia real? —Horus asintió.
—La hay, el problema es que se desconoce su paradero y la única familia real que está en el mundo mágico, es una familia de brujos.
¿Dejarían que unos brujos gobiernen pero no a una persona con poderes mixtos? ¡Es una locura!
—Esto está siendo demasiado para mí —miré a mi alrededor, deteniéndome en la pintura que colgaba encima de la chimenea. Sus ojos azules, tan inconfundibles, tenían un brillo que nunca antes había visto antes.
—Es una pintura hechizada —me explicó al ver mi asombro ante tanto realismo—. Cuando alguien de la familia real nace, se le pinta de bebé y conforme el tiempo va pasando y este crezca, la pintura va adaptando el crecimiento por sí sola, sin necesidad de una nueva pintura.
Me levanté de la cama y caminé hacia pararme enfrente de la pintura. Su cabello era de un gris más oscuro, en unas partes podía verse negro. Su habitual vestimenta negra había sido cambiada por un traje con medallas doradas y un borde del escudo real. Sonreía levemente, mostrando felicidad pero a la vez profesionalismo. La imagen de una persona de su edad, siendo libre, sin tener la obligación de pelear para recuperar por lo que nacimiento le pertenece. Estaba en su mundo... Sylver era feliz en su mundo.
Daría todo por volver a ver esa mirada en el Sylver actual.
—No es mi lucha, al menos no directamente. Sin embargo... —estiré mi mano para tocar la pintura. Hasta el contacto se siente cálido— Sé que Sylver merece recuperar todo lo que le arrebataron y sobre todo, sé que cambiará la vida de muchos.
El mundo necesita personas honestas, dispuesto a pelear pacíficamente para poder obtener algo de tranquilidad. Necesitamos que crean en nosotros y sobre todo, necesitamos creer en nosotros mismos. Esta noche, la bruja le dio su gratitud a Sylver, también le dio su confianza. Ella cuenta con él para poder tener un mundo en el que su bebé y todos aquellos mixtos, tengan algo de libertad. Necesitan un mundo en el que puedan vivir en paz, sin miedo a ser diferente, sin miedo al rechazo.
Los humanos vivimos eso día a día, lastimosamente ya no hay mucho que podamos hacer para cambiarlo. Sin embargo, Sylver puede tener más que el poder suficiente para luchar contra esa injusticia. Y si no lo hace él, quien entiende muy bien el sentimiento de ser rechazado al ser visto de menos, ¿Quién podría hacerlo?
—Esta es la pregunta, Artemisa —Horus saltó sobre la chimenea, y se sentó en la repisa, mirándome a los ojos—, ¿estás dentro o estás fuera?
Es arriesgado, podría en riesgo mi vida y la de mi hermana. Mis padres ya perdieron la vida por esto...
Estoy loca.
Pero la locura no te hace ser más cobarde.
Sylver
Abrí mis ojos de golpe cuando sentí una mano en mi pecho y un peso en mi hombro. No acostumbro al contacto físico, me parece muy molesto, especialmente cuando ocurre sin mi consentimiento. Pero me quedé inmóvil, tratando de controlarme y no comenzar a gritar al igual que un asesino en serie.
Pero los asesinos no gritan.
—¡Quítate de encima, Eros!
Sobresaltado, se despertó y al ver nuestra cercanía, se hizo para atrás. Fue tan exagerada su reacción, que terminó cayendo de espaldas de la cama, golpeándose la cabeza con el piso. Me senté en el colchón, mirando la habitación de huésped con detenimiento. No acostumbraba a visitar las habitaciones de huéspedes, pero puedo recordar pequeños detalles de cuando jugaba a las escondidas con las niñeras.