Tardaron un par de horas a través de los túneles, hasta que los niños se negaron a dar un paso más por el miedo. Ese último camino era como entrar en la boca dentada de un gigante, dónde la humedad goteante solo le daba un aspecto más aterrador.
- No puedo ver nada relevante - Comentó Zaul, que iba sin antorcha y a la cabeza de la comitiva - Solo piedra y más piedra.
De segundo iba Bhikz, que iba dejando pequeñas marcas con sus garras cada cierta distancia. Tampoco llevaba luz, pues sus enormes ojos podían ver con claridad.
Luego iba Kobalt, iluminando con una pequeña bola de fuego azul que llevaba en su mano.
Cubriendo las espaldas iba Vrokak, con su antorcha y dando pasos cautos para evitar tropezar con las múltiples estalagmitas que cubrían el suelo. Aún con sus botas de piel, sentía como si caminara descalzo sobre grava.
Zaul se detuvo de golpe, lo que hizo que Bhikz y Kobalt tropezaran, y por poco también el orco.
- ¿Qué suce...? - Iba a decir el pañuelo azul, pero el naga le hizo un gesto de silencio a sus compañeros.
- Se está acercando. Se arrastra - Tragó grueso - Es enorme -Podía sentirlo. Las vibraciones eran fuertes, sentía como su pecho se encogía a medida que aumentaba la intensidad - ¡Corran!
Las paredes comenzaron a retumbar, las piedras traqueteaban con ferocidad y el polvo llenaba el poco espacio que había. Vrokak tomó al pequeño goblin, mientras que el naga corría desesperado, buscando una salida, pero sabía que correr era inútil.
- ¡Al suelo! - Exclamó el reptil, que pudo arrinconarse al borde del túnel.
Kobalt saltó pegándose a la pared como una lagartija. Ni el mismo sabía porque lo había hecho.
Pero el orco fue arrollado, quedando en el hocico de lo que parecía un gigantesco gusano. Podía sentir como las estalactitas se rompían en su espalda, y la sangre purpúrea salpicaba sus brazos y rostro. Cómo podía, daba puñetazos a la criatura, pero la piel de esta era tan dura como las paredes de las cavernas. Al llegar a una cámara más amplia, el gusano lo tiró contra una pared. El orco se levantó sin pensarlo, tosiendo sangre por el esfuerzo, pero no podía ver nada, solo escuchaba el arrastrar de aquel enorme animal.
Y un silbido.
Esto confundió al orco, pero reconoció aquel silbido. Era Zaul. De inmediato encendió otra antorcha, y alcanzó a ver, al último momento, como su compañero era devorado. Su gritó resonó por los largos pasadizos de piedra, olvidándose de su dolor, se abalanzó contra la criatura, la dura coraza solo vibraba bajo los puños de Vrokak. El gusano comenzó a retorcerse, con ensordecedores chirridos de agonía, para vomitar montones de baba blancuzca, amarillenta y de olor fétido. Esta masa se movía, y el orco no se decidía entre vomitar o ponerse en posición de combate, más al ver como de entre la baba la figura de su compañero sobresalía ileso, pudo relajarse aliviado, cediendo a la presión de su estómago.
- Por poco muero asfixiado - La voz de Zaul era calmada, sin ápice de nerviosismo, mientras se escurría el largo cabello - ¿Están bien?
- Sí... Estaré bien - Comentó Vrokak limpiándose el hilillo que le corría por la boca - ¡Bhikz! - Exclamó con un nudo en el estómago.
Los dos corrieron por dónde habían venido. Encontraron al goblin tirado, inconsiente y empapado de sangre. El hombrecillo de pañuelo azul se encontraba a su lado, aplicando su magia, la cual había cerrado la mayoría de sus heridas.
- La doncella no se equivocó al pedirme que os acompañara - Aunque esto que decía era bueno, su rostro reflejaba una fuerte aflicción - Pero soy solo un curandero. Solo Erlking podría sanar... - El rostro solemne de Kobalt se tornó repentinamente en una mueca de repulsión - ¡Por la Reina Titania! ¿Es este el olor del inframundo?
- Es el olor de las entrañas del gusano - El propio Vrokak andaba con un pañuelo cubriendo su nariz.
Luego de algunas arcadas, Kobalt retomó su actitud grandilocuente, cubriendo su nariz con el pañuelo de su cabeza.
- El joven Bhikz ha esquivado la muerte ¿Pero por cuánto? Sus heridas van más allá de las capacidades de cualquier mortal.
Vrokak sentía que era su culpa, pues fue él quién lo dejó caer sobre las estalagmitas.
- ¿Entonces Bhikz...?
- Mientras quede aliento en sus entrañas, significa que la Dama Blanca aún no se presenta. Pero debemos volver, vuestro amigo necesita reposo y atención.
- Volvamos - Dijo Zaul - Ya hicimos nuestro trabajo. Aquí solo perdemos el tiempo - Su pecho se sentía oprimido. Ni el olor que le recubría tenía importancia.
Al llegar dónde Kupfer, este recibió a su amigo con un fraternal abrazo, como si no lo hubiera visto en años. Acomodaron al goblin en una cama, mientras el gorro rojo preparaba medicina. Las heridas superficiales habían sido curadas, pero el daño interno había sido bastante fuerte. Kobalt había usado toda su magia para regenerarle, pero ahora quedaba de parte de Bhikz sanar.
Mientras Kupfer preparaba las medicinas en la entrada de su casa, Vrokak se le acercó:
- ¿Dónde está Delfina? - Pero el hombrecillo hizo como si no le escuchara, el orco se quedó de pie, esperando una respuesta.
El amargo olor de las plantas llenaba sus pulmones, un olor que le mareaba y le causaba un leve picor en la garganta.
- No soy la niñera de nadie. Ella salió corriendo hace unas horas, y desde entonces no la he visto. Tal vez se perdió por los túneles.
- ¡¿Qué?! - Exclamó golpeando la pared, la cuál se agrietó.
Kupfer se limitó a mirarle con desprecio.
- Si tienes energía para destrozar mi casa, tienes energía para buscar a esa humana.
Vrokak salió refunfuñando. Zaul había ido a lavarse, y Kobalt estaba muy ocupado haciendo de enfermero, por lo que le tocó ir solo a preguntar a los kobolds sobre el paradero de Delfina. Tuvo que recorrer un largo tramo en la oscuridad de las cavernas, pero lo que encontró no fue a la humana, si no el grupo con el cual se habían enfrentado el día que le encontraron a ella. El paladín tenía una armadura que brillaba con luz propia, y ahora llevaba una tiara con el símbolo de la estrella de seis puntas, que dejaba su hermoso rostro al descubierto. La hechicera se había cortado el cabello y sus ropas eran más ligeras que antes, aumentando su aire de femme fatale. La enana había perdido su piel de roca, tornándose de un color verde y sus ojos se habían convertido en oscuras esferas. El hombre rubio era quién menos había cambiado, incluso conservaba los lentes rotos de su anterior encuentro. El último era una figura masculina, cubierta de ropas oscuras que solo mostraban sus ojos rasgados, y que no podía ser otro que el elfo. El orco no pudo evitar tragar grueso. Sin embargo, no retrocedió, no podía permitir que ellos descubrieran la aldea Kobold.
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Editado: 10.04.2021