Prohibido

I

Madison

 

—Sucios bastardos. —Cuando vi a mi padre maldiciendo supuse que había tenido, una vez más, conflictos con la familia Sellers.

 

—Richard. —Mi madre le cortó. —No maldigas en la mesa, menos frente a los niños.

 

—Madison tiene 17 y Josh 15, ya no son niños y saben que sólo lo digo por los Sellers.

 

—A mí me da igual. —Mi hermano habló con su boca llena de tocino.

 

—Creo que el odio hacia los Sellers es irracional. —Confesé leyendo mi libro de hechizos. Cuando alcé la mirada los tres me miraban incrédulos, solté un suspiro antes de volver a hablar. —Es broma. —Fingí una sonrisa. —Estúpidos Sellers.

 

—Me la he creído por un momento. —Mi padre soltó un suspiro aliviado. —No perdonaré a los Sellers hasta que se haga justicia.

 

Cuando iba al instituto en mi bicicleta sólo podía pensar en lo estúpido que era odiarse entre las familias por los antepasados, sobre todo considerando que antes éramos de los clanes más fuertes dentro del mundo de la magia gracias a nuestra unión. Gracias a mi abuela había logrado rescatar libros de hechizos de los Sellers y ella se había encargado de cambiarles la portada para que nadie lo notara, sólo yo y los Sellers podrían ver al interior de este.

 

Gracias a mi abuela podía decir que era una de las más fuertes de mi clan, al menos de los que estaban vivos. Aunque a mis primos no les gustaba la idea, si seguía así yo sería la sucesora del clan y quizás así podría hacer que olvidaran ese odio y encontrar la paz para volver a ser de uno de los clanes más fuertes dentro de los seres mágicos del mundo sobrenatural. Si mis familiares se preocuparan más por entrenar que por su estúpido odio a los Sellers todo sería más fácil.

 

Iba tan absorta en mis ideas que cuando una chica se cruzó en mi camino no pude reaccionar a tiempo, pero al parecer ella sin despegar su mirada de su libro desvío mi dirección con un simple movimiento de su mano haciéndome caer hacia unos arbustos.

 

—Auch. —Gruñí saliendo de los arbustos con cuidado.

 

—Lo siento, no te vi. —La chica cerró su libro rápidamente. —Ni a los arbustos, pensé que podrías seguir con tu camino.

 

—No deberías reaccionar así, menos en lugares públicos o cuando podía ser un ser no mágico. —Ella sólo sonrió y yo miré sus ojos verdes pardo quedando por un momento absorta en ellos.

 

—Mi cuerpo es como un radar ante los seres mágicos y sobrenaturales. —Ella tomó mi bicicleta levantándola del piso. —Lo lamento, déjame curarte las heridas. —Miré mis brazos y negué viendo como el proceso de curación empezaba rápidamente. —Bueno, no lo necesitas.

 

—No, pero gracias por la intención. No te había visto por aquí y bueno digamos que Cape Charles no es el lugar más grande, si fueras de aquí te conocería.

 

—Junto a mi familia nos mudamos aquí hace unos días, antes éramos de Washington.

 

—La capital del mundo sobrenatural. —Ella asintió. —¿Puedo adivinar que ibas camino al instituto?

 

—¿También eres psíquica?

 

—Puede ser. —Sonreí. —Es agradable saber que nuevos seres sobrenaturales vivan aquí, bueno que al menos sean agradables. Espero que nos llevemos bien.

 

—Claro. —Ella sonrió.

 

—¿Quieres que te lleve? —Ella miró mi bicicleta un momento. —Sé que no es un lindo auto o una motocicleta, pero te aseguro que será más rápido que seguir con tu caminata y prometo fijarme en el camino.

 

—Okay. Soy Rebecca, por cierto.

 

—Soy Madison. —Subí a la bicicleta y ella me siguió afirmándose de mis hombros.

 

Concentré un poco de energía en mis piernas para llegar luego al instituto pues no quería llegar tarde el primer día del último año. Aun así, reduje un poco la velocidad cuando sentí un apretón en mis hombros, al parecer Rebecca no se sentía muy segura en mi bicicleta, le entendía apenas me conocía y no sabía de mis habilidades completamente.

 

Al llegar ella bajó y yo no tardé en dejar mi bicicleta en el estacionamiento. Limpié un poco mi ropa pues aún estaba sucia por la caída, Rebecca quitó algunas hojas de mi cabello y le sonreí.

 

—¿Ya tienes tu horario? —Ella asintió.

 

—Se supone que ahora tengo una clase de química.

 

—Y yo. —Le sonreí. —Vamos, te guiaré por aquí.

 

—Eres un ángel, Madison.




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