Prohibido

XIX

Madison.

 

Miraba mi vaso fijamente, quizás llevaba unos diez minutos con la mirada fija ahí pensando en todo lo que había pasado en el último tiempo y preguntándome por qué de todas las personas, tenía que ser yo. Volví a mirar la puerta del doctor que mi abuela me había obligado a visitar, la verdad es que la idea no me gustaba mucho, pero sabía que era lo mejor.

 

Cuando el padre de Rebecca me atacó toda mi visión se volvió borrosa y mi mente había jugado conmigo para hacerme creer que en realidad él era Larissa y solo quería atacarle, a lo lejos escuchaba la voz de Rebecca, pero solo me di cuenta de que era ella cuando su padre me detuvo antes de atacarle. La sola idea de poder herir a las personas que quería me hacía temblar de miedo, no sabía que me había hecho mi prima, solo sabía que era algo horrible y si no lo solucionábamos pronto estaría perdida, terminaría dañando a alguien y probablemente muerta.

 

—Señorita Briand, adelante. —Miré a la secretaría y asentí antes de cruzar aquella puerta que tenía el nombre del doctor Miller.

 

—Madison, por favor siéntate.

 

—¿Nos conocemos? —Pregunté algo confundida, estaba segura de no haber conocido nunca a este hombre como para que supiera mi nombre.

 

—No, pero lo haremos y tu nombre aparece en la hoja que tendré que rellenar luego. —Asentí, claro. A veces soy un poco más lenta. —Entonces, ¿Por qué tu abuela te trajo conmigo?

 

—Todos están preocupados por mí, creen que la loca de mi prima hizo algo con mi mente.

 

—¿Solo ellos lo creen? —Me miró alzando una de sus cejas y yo solté un suspiro.

 

—Yo también lo creo, pero cada vez que lo digo hace todo esto más real.

 

—Esto es real, Madison. —Yo tragué fuertemente. —Cuéntame todo lo que ha pasado en este tiempo.

 

Le conté todo lo que había pasado durante y después de la competencia, él se preocupó de escucharme y no le vi en ningún momento tomar nota lo cual me pareció curioso, nunca había visitado a un terapeuta y siempre me había imaginado verlos con su libre de notas anotando cada trastorno mental que notaban con las palabras que les íbamos diciendo.

 

—Vaya mierda. —Asentí antes sus palabras. —Entonces, ¿Él solo con un pequeño rasguño te hizo perder la cabeza? —Volví a asentir y él pareció estar pensando por un largo rato antes de que con el lápiz que llevaba en su camisa me hiciera daño en mi brazo haciéndome soltar un grito de dolor, ¿Qué diablos se creía este doctor?, definitivamente no le dejaría hacerme algo, seguramente era un aliado de Larissa y Keaton.

 

Abrí mis ojos lentamente notando que mis muñecas estaban encadenadas al suelo al igual que mi cuello impidiéndome moverme, aún seguía en la oficina del doctor Miller, pero estaba algo destruida. Cuando se abrió la puerta él entró limpiándose sus manos y me miró antes de sonreír. ¿Qué había pasado?

 

—Espero que ya hayas vuelto, supongo que por tu cara de confusión es así. Para tu suerte soy uno de los mejores terapeutas del mundo sobrenatural y solo me bastó hacerte enojar para saber que te ha pasado.

 

—Debe estar loco al arriesgarse así.

 

—Ya sabes, nosotros tratamos a los otros, no a nosotros. —Él se acercó con unas llaves y me empezó a soltar. —Ella no está en tu cabeza, al menos no cuando esto te pasa.

 

—¿Entonces qué es lo que pasa con mi cabeza?

 

—Ese veneno alteró tu cerebro y el equilibrio de tu alma. —Le miré confundida mientras acariciaba con cuidado mis muñecas heridas. —Bien, parece que no me has entendido. Significa que ella de alguna forma logró que no tuvieras control sobre tu ira, por lo cual no tienes el control de tu lado animal. No me sorprendería que en clase de gimnasia porque te arrebaten el balón termines comiéndote a tu profesora.

 

—¿Usted puede arreglarlo?

 

—Soy el mejor terapeuta, pero yo no puedo hacer nada con esto, se escapa de mis manos. —Bien, había perdido todo. Definitivamente estaba perdida. —Pero tú conoces a alguien que sabe cómo jugar con la vida humana y la magia a la vez.

 

—¿Quién?

 

—Christian O’Donnell, —Sonreí. —pero borra esa sonrisa. Solo tendrás que buscar la forma de convencerlo de que vuelva a experimentar con la vida humana. —Estupendo. Al menos, él era cercano a nuestras familias y parecía estar de mi lado.

 

El lunes por la tarde me encontraba camino al salón en donde él hacia sus clases extras, sabía que no debía venir al instituto por si perdía el control, pero no podía seguir viviendo con el miedo de hacerle daño a todos a mi alrededor así que buscaría la solución.




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