Prohibido enamorarse de Adam Walker

PRÓLOGO Cariño

No podía apartar mis ojos grises de los suyos. Él me miraba como una rara atracción de circo, como el acto de esa mujer barbuda a la que no sabías si ver maravillado o asqueado, pensando en la cantidad de pelaje que crecía por sus mejillas y por sus axilas debido a la ayuda de esteroides. Toqué con mis dedos mi rostro. No. Ningún rastro de barba, que yo supiera. Entonces, ¿por qué me miraba tanto? A mi lado, mi prima Marie se estaba riendo y señalándome con el dedo. Busqué a mi alrededor, preguntándome por qué había un círculo de gente que me rodeaba.

No fue sino hasta que el atractivo chico de ojos verdes me tendió una mano que me di cuenta de que estaba tirada en el suelo. Al ponerme de pie, perdí ligeramente el equilibrio y, por un momento, pensé que me vendría abajo. Pero entonces, de nuevo el chico guapo me agarró a tiempo de la cintura para evitar que mi trasero golpeara el asfalto. Me sujeté a uno de sus brazos envueltos en su chaqueta de cuero y me perdí en lo bien que olía.

—¿Qué pasó? —pregunté algo aturdida. Recordaba haber estado caminando detrás de Marie, cargando la bolsa de papel en donde iban sus condones recién comprados de la farmacia. Recordaba haberme quejado de lo absurdo que había sido el que yo los hubiera tenido que comprar y no ella, quien los iba a utilizar. De ahí solo me quedaba la vaga sensación de que mi cabeza había chocado con algo duro, pero no recordaba qué había sido.

—Te golpeaste la cabeza —habló el chico cerca de mi oído. Mi piel se puso como de gallina mientras él señalaba un pequeño letrero de publicidad en movimiento, que era demasiado bajo como para ignorar y con el que, aparentemente, había chocado. La voz del chico era profunda y ronca. Parpadeé dos veces antes de bajar la cabeza y notar que la porción de suelo en la que había aterrizado estaba cubierta con las tres cajas de condones recién comprados por mi prima; una de ellas se había abierto. Mi rostro se puso cálido y rojizo. Marie, con su rizado cabello naranja, continuaba riéndose de mí—. La próxima vez ten más cuidado, cariño —dijo el chico, quien a su vez me soltó rápidamente—. Sé que tienes prisa, pero tienes que mantener la cabeza en alto y los ojos fijos en el camino.

Me ruboricé aún más. Él creía que los condones eran míos. Además, ¿me había dicho «cariño»? Para mi vergüenza, el chico se agachó y recogió los tres paquetes del suelo. Luego me los tendió en la mano, no sin antes examinarlos con detenimiento mientras me dedicaba esa sonrisa arrogante de «me encanta avergonzar a la gente».

—No son míos —dije débilmente. Inmediatamente le lancé una mirada a Marie en busca de auxilio, pero ella aún seguía divertida con toda la situación.

—No estoy juzgando a nadie —me respondió el chico guapo—. Lo único que te diría es que lo dejes.

Lo miré confundida.

—¿Cómo? —pregunté tratando de comprender lo que decía.

Él resopló, desviando la vista hacia las pocas personas que entonces permanecían atentos a la situación. Estos seguramente se encontraban curiosos y a la espera de ver sangre que manchara el suelo, pero no, no la iban a obtener. El chico guapo de pelo negro y de dientes relucientes, como de comercial de pasta dental, se acercó demasiado a mí; su mano tomó mi muñeca y habló en mi oído para que solo yo lo escuchara:

—Que dejes a ese idiota perezoso que no es capaz ni de comprar su propia protección por sí mismo.

Quise repetirle que esos condones no eran míos y que eran de mi prima Marie. Ella era una clase de ninfómana (sí, hacía unos pocos meses atrás ni siquiera hubiera sabido qué significaba esa palabra. Pero, debido a ella, ya lo sabía: una adicta al sexo). Antes de poder siquiera abrir mi boca y contar hasta uno, Marie ya estaba sonriéndole al chico, arqueando su espalda y levantando sus pechos para exhibirse.

—Gracias por tu ayuda —habló, enseñando su sonrisa más coqueta—. Llevo años diciéndole a mi primita que debe usar lentes. Pero ¿qué se le va a hacer? Llevaba prisa por poner a prueba estos. —Me arrebató los preservativos de la mano y los agitó en el aire. Escuché algunas risitas a mis espaldas. Agaché la cabeza y apreté los dientes. Eso era humillación pura.

—¿Y tú eres…? —preguntó el chico guapo, dirigiéndose a mi prima. Recorrió con la vista el cuerpo de Marie y luego sonrió descaradamente en aprobación.

—Marie Benson —respondió ella, enrollando un poco de su pelo naranja en uno de sus dedos.

—Yo soy Adam. Adam Walker.

Había pasado a un segundo plano y Marie, como siempre, se estaba llevando toda la atención. Era obvio que, siendo él tan guapo, entraría en el radar de futuros ligues de mi prima. Suspiré y me alejé unos tres pasos de ambos. Mi cabeza dolía y palpitaba a la vez; necesitaba sentarme antes de que me desmayara de nuevo.

—Creo que será mejor llevarte a un doctor para que te examine —aconsejó una ronca y suave voz en mi oído.

Ni siquiera llegué a responder, ya que mi cabeza comenzó a dar vueltas, y lo último que supe fue que, de alguna manera, terminé en los brazos de Adam Walker, con mi cara metida en su cuello y con ambas manos presionadas contra su espalda. Eso no me iba a llevar a nada bueno, mucho menos al ver la mirada asesina de Marie. Sí, desde ya, me encontraba en problemas por robar breves minutos de su atención. Sin duda, ese chico sería mi ruina.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.