Prohibido Olvidarte

I

Jane: 

Recuerdo muy bien aquel día, la gente días atrás temía por su vida, aquellos grandes empresarios que estaban muriendo a causa de aparentemente un ataque terrorista daban aviso que los malos no se detendrían. 

Mi padre nunca fue un hombre millonario y poderoso, él simplemente era alguien que luchó mucho para llegar hasta donde estaba. Sin embargo, aquellos a los que la gente llamaba "malos" no tomaron ciertos datos sobre mi padre. 

La mañana del accidente si es que de esa manera puedo llamarlo, dio inició con el cielo humeado y muy triste, como si el universo se hubiera puesto de acuerdo para prepararme a lo que pudiese pasar aquel día. Ya no faltaba mucho para que terminaran las clases en la preparatoria y el baile de graduación era casi inevitable, claro nuestro último año merecía ser recordado.

Elliot llamó a casa, a pesar de que llevábamos días sin hablar, él quería desahogarse conmigo para arreglar sus cosas. Yo estaba en mi habitación como cualquier sábado sin mucho que hacer, solo mantenía mi vista fija en esos comics que tanto me gustaban; la llamada de Elliot no fue del todo inesperada y yo me apresuré en contestar.   

—    Qué quieres —la voz salió de mi garganta con presión.

—    Jane, podemos vernos —propuso y con temor espero mi respuesta.

—    No quiero verte —la ultima pelea me había lastimado más a mi que a él — será mejor esperar al lunes. En la escuela.

—    Por favor, quiero verte —aquella hermosa voz de niño me convenció y accedí a su propuesta.

Cerca del parque en donde solíamos charlar había un espacio específicamente para niños, resbaladeras, trampolines y un montón de cosas así. Elliot estaba sentado al lado de uno de esos juegos, su melena marrón se movía con el fuerte viento, me froté las manos antes de acercarme lo suficiente y permanecimos en silencio por un buen rato. Observando a todos esos niños felices y entonces dibujamos sonrisas también.

Elliot me miró de reojo por un momento y mi piel se erizó casi al instante, el efecto de su mirada era tal, que en cuestión de segundos giré mi rostro. Y es que él era como un imán y me atraía sin abstinencia; sonrió y con un lindo gesto de reverencia saludó.

—    Tu padre me advirtió que si no arreglaba las cosas contigo, me colgaría del cuello —intervino con cierta gracia.

—    Qué es lo que quieres arreglar —pregunté manteniendo mi seriedad. Aunque era difícil para mí actuar así.

—    Perdóname, nunca debí decir lo que sea que haya dicho. Ya te dije que estaba tomado.

—    No hay excusa para librarte; me llamaste Cris, tú ex —hice un puchero bastante creíble.

—    No pude confundirme, en eso tienes razón —se puso de pie —ella es una víbora del desierto, tú una de esas gotas que saciaría mi sed. Eh… que dices, soy un buen poeta.

Luego de burlarme de Elliot caminamos por todo el parque de la mano, como dos pequeños “enamoraditos”. Lo había perdonado ya, me daba mucha agonía tener que tratar mal al ser que más amaba en la vida. Sus pómulos estaban muy pálidos y lo sorprendí con un pequeño beso en la mejilla, él cambio de color rápidamente y se me hizo aún más gracioso.

Me acompañó hasta mi edificio, donde vivía. Y antes de despedirse me dio un pequeño sobre, no para mí sino más bien para mi padre. El viejo William estaba en el escritorio de la casa, mi padre estaba callado y algo nervioso; cuando me acerqué hasta donde estaba, se sobresaltó confundido para luego soltar una pequeña risa.

—    Qué pasó —indagó al ver lo que tenía en manos.

—    Elliot me dio esto, es para ti —señalé y con una sonrisa salí de allí.

—    El muchacho no me cae —comentó papá en voz alta.

Rodé los ojos, sabía muy bien que a papá no le gustaba para nada que yo andará de novio con Elliot y las razones nunca me las dijo. Solo sabía que quien se esforzaba para caerle bien era Elliot, incluso a veces le traía regalos y todo eso. Cuando estaba en mi recamara observando el techo blanquísimo pensando en si mejor hubieran pintado el techo de cualquier otro color, nunca estaría perdiendo mi tiempo en cosas absurdas como esas. La voz de papá rezumbó en mis oídos.

—    Jane, quieres salir a tomar un café —señaló desde afuera de mi puerta.

—    Hace frío —anuncié con desdén.

—    Vamos Jane, de eso se trata —agregó y luego abrió la puerta —será bueno que salgas, por lo menos conmigo. Desde que sales con ese muchachito me has dejado a un lado.

—    Deja el puchero papá, eso no se ve bien en ti —reproché y me puse un abrigo.

Papá condujo el auto rojo hacia una cafetería muy conocida por donde vivía, era mi favorita y mi padre lo sabía muy bien. Ambos íbamos a ese lugar de ves en cuando; más en épocas de invierno. Separó una mesa algo alejada de las ventanas porque el frío nos mataba y luego tomamos nuestro lugar.

—    Buenas tardes, sus órdenes por favor —el mesero del lugar nos pidió la orden y luego se marchó dejándonos con un incómodo silencio.

—    Qué tal tus clases de violín —intervino para rescatar la conversación.

—    Bien … todo marcha bien —respondí muy rápido.

—    Ya veo. Después de todo me dijiste que no te gustaba el violín.

—    Le estoy agarrando el gusto, pensé que era difícil.

—    Jane —hizo una pausa incómoda como si hubiera intentado confesarme algo, pero luego se arrepintió —debes estudiar más.

—    ¿Hablas del violín?

—    De todas las materias Jane —recalcó y dejamos el tema allí.

El mesero trajo nuestras órdenes, estaba tan concentrada en el teléfono que no me había dado cuenta que aquel mesero y mi padre habían intercambiado palabras. Al principio no me interesó mucho, papá era muy cálido con todos y le gustaba fanfarronear. Volví a lo mío y cuando papá se dio cuenta afinó la garganta para llamarme la atención indirectamente.

—    Lo siento —me disculpé y empezamos a tomar nuestras bebidas.




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