Prohibido Olvidarte

VII

Jane: 
Cerca, muy, muy cerca.  

Sentía su respiración en mis mejillas, tenía sus manos rodeando mi cabeza y sus ojos café oscuro se entrelazaron con los míos en cuestión de segundos. Era extraño, pero podía escuchar mi corazón palpitar. 

«¡Maldita sea! ¡Sigo recordando ese momento, incluso en la zona de tiros!» me auto-abofeteé.  

— Concéntrate en el blanco, perderás el rumbo de la bala —aconsejó el tío Adams.   

— No entiendo cómo terminé aquí, con un rifle en la mano —balbuceé —. Yo, que ni siquiera era capaz de matar a una mosca. 

— Vamos, Jane. Concéntrate. 

Apreté el gatillo y mi cuerpo retrocedió bruscamente. La bala salió disparada en dirección a la silueta que estaba a quince metros y traspasó su corazón.  

— Bien hecho. Pero ahora apunta la cabeza. Fija muy bien tus pies en la tierra y concéntrate —instruyó el tío Adams.  

— Esta bien —respondí. 

Extrañamente para mí, me parecía divertido estar usando un arma mientras a quien disparaba era una simple silueta de cartón, pero sabía qué tal vez esa silueta tomaría cuerpo y alma. Y eso me aterraba. Yo no podía comprender todo lo que haría de aquí en adelante.  

*** 

Seuni y Heather eran demasiado expertas en todo lo que hacían, a su lado, yo solo era una debilucha aprendiz con déficit de atención. Ambas conocían a la perfección lo que tenían que hacer, eso era bastante sorprendente, incluso para el tío Adams quién solo podía contemplar su desempeño.  

Cuando nos dirigimos al gimnasio, me encontré con Leo. Cosa que obviamente pasaría, pero fingí que tal vez no. Me miraba detalladamente y sus expresiones eran neutras: motivo suficiente para ponerme nerviosa. No. No sentía nada por él, solo que si alguien tiene los ojos clavados en mí, es casi imposible no sentirme nerviosa.  

— Vamos, te enseñaré algunos trucos para que hacer ejercicio te resulte más fácil —habló Seuni, me tomó de la mano y me guío hacia el interior. 

Gracias a Dios, Seuni. Me libraste de la mirada tan pesante e intolerante de Leo.

Seuni me acompañó durante todo el entrenamiento en el gimnasio, mi vida monótona y un poco condescendiente me demostró que necesitaba de mucho ejercicio para fortalecer mis músculos. Por otro lado, Heather, hacia todo sola y con mucha concentración, parecía que ni siquiera existiera. Seuni era una parlanchina, estuvo contándome de su vida en el este de Italia y como llegó a tocarle la mano al Papa Francisco. Yo no tenía nada interesante que mencionarle y solo evité cualquier pregunta.  

— Iremos a comer, al parecer ya es hora —dijo Heather por primera vez.  

— Cómo lo sabes —cuestioné.  

— Aún no te dieron el reloj para perros —preguntó con seriedad.  

Yo negué con la cabeza y ella estiró la mano, dejando visible un reloj negro con una pantalla pequeña. Seuni hizo lo mismo.  

— Son correas para controlar a sus animales, no te lo tomes a pecho, nacimos para esto —comentó Seuni algo preocupada.  

Yo estaba completamente indignada, no comprendía porqué la necesidad de llevar relojes extraños en la mano. Para que lo necesitaban y por qué no me habían puesto uno a mi. Sabía que Leo tenía un chip en el cuello, cerca a la columna vertebral, pero ni siquiera pensé en las razones necesarias para hacer tal cosa.

— Bien, no lo pienses mucho, vámonos ya —añadió Heather luego de un momento.  

— Por qué nunca se opusieron —interrogué mucho más curiosa.  

— No hagas preguntas sin respuestas, vamos al comedor, estoy muriendo de hambre —respondió haciendo énfasis en sus palabras.  

— Bueno, está bien —asentí. 

Seuni tomó un lápiz y un pedazo de papel, quién sabe de dónde. Y escribió rápidamente en él, luego estiró la mano y me hizo un gesto para que no dijera nada.  

«Simplemente nos tienen en sus manos, ven y escuchan todo lo que hacemos, no hagas preguntas así. Ahora come el papelito y lo escupes en el sanitario.» 

Inmediatamente de metí el papelito a la boca. Tanto Seuni como Heather dibujaron una pequeña sonrisa. Ahora no podía hablar, el papel en mi boca se iba desciendo, tenía que llegar a como dé lugar al tocador y escupir el papel. Caminé apresurada y cuando encontré un sanitario, no detuve mis pasos y choqué con una pecho fornido.  

— Qué sucede, estás bien —preguntó la voz de Leo.  

Asentí con la cabeza. Si no escupía el papelito me lo tragaría en serio. Me separé de Leo muy rápido y continúe con mi camino. Él nuevamente detuvo mis pasos y me tomó de la mano.   

— Tienes algo en las manos, verdad —cuestionó más curioso.  

Y otra vez no me quedó más que negar con la cabeza, ingresé a sanitario y escupí el papelito (o más bien dicho lo que quedaba de él) en el inodoro. Leo aún me esperaba afuera y eso me irritó un poco.  

— ¡¿Qué es lo que te sucede, acaso no puedo ir al tocador como la gente normal, tengo que pedirte permiso?!  

— Estabas actuando raro, fue sólo eso. No intentes dramatizar las circunstancias —se defendió tomando el mismo tono de voz.  

— Yo dramatizando, si claro. Te recuerdo que eras amigo de esa tal, cómo es que se llamaba… Ah, ya recuerdo, Chloe.  

— Crees que yo sería capaz de ser amigo de Chloe, es la chica más pesada que he conocido —refutó ahora tomando el papel de víctima.  

— Si, aja. Ese día, en ese maldito café, nada de esto hubiera ocurrido de no ser por ti.  

— Crees que te habrían dejado en paz, ellos elegirían otro día para secuestrarte, no podías simplemente escapar —habló más calmado.  

— De todas formas, no puedo decirte nada —tomé un respiro — TIENES UN ESTÚPIDO CHIP EN EL CUELLO.  

— Carajo —susurró y puso sus manos sobre mi boca, intentando callarme —. Ya me advirtieron sobre eso y fueron bastante claros.  

— Ya dejen de pelear, es sofocante oír sus voces —intervino Mike, el británico de ojos azules.  




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