La noche era ¿Larga?
La noche era ¿Joven?
La noche era ¿Azul?
No recordaba la frase que había escuchado en algún momento de mi vida. Aunque creía haberla oído en las películas cursilonas que Grace veía. Era tipo: "No te preocupes nena, la noche es..." lo que no sabía era si era larga, joven o azul.
Empezaba a creer que lo último no era. Anque la noche era azul, no iba en el dicho.
El punto es que era de noche y no me sentía bien. Había un pasado un día ya desde que volví a ver a Scott, como también me enteré que volvió a la ciudad para quedarse y por ende también a la escuela. En ocasiones tenía ganas de estrellarle una almohada a la cara o quizá un ladrillo. Pero...
—¡Halsey baja ya! ¡La cena está servida! ¡Dale de comer a tu condenado perro, parece que en cualquier momento se va abalanzar hacia mí!—gritó mi madre desde la primera planta.
Bufé y me tiré a la cama de espaldas. Ni si quiera tenía ganas de comer y se lo dije, al parecer no me oyó o simplemente me ignoró. Fijé mi mirada en el techo, volvamos a las crisis existen...
—¡¿A caso no me escuchas?!
De un brinco me levanté de la cama y arrastrando los pies como una anciana me encaminé hasta la puerta la cual dí un portazo antes de dirigirme a las escaleras. Bajé escalón por escalón, con una paciencia digna de una lenta tortuga.
—¡Pero esta niña es sorda o que!
—Mamá, deja de gritar. Estoy aquí. —espeté acercándome a la mesa.
Ella resopló y amarrado su cabello rojizo en una coleta me hizo un ademán para que me sentara. No puse objeción al ver lo que reposaba en la mesa. Olvidémonos eso de que no tenía ganas de comer.
Era pizza.
Mi madre era tan floja para las cosas de la cocina que prefería comida rápida. No obstante prefería que comieramos en un plato. Algo que siempre me pareció absurdo puesto que mi trozo de pizza a penas tocaba dicho plato.
—Hey mamá, ensucias platos por gusto.
—Yo soy la que los lava. —contestó enarcanda una ceja y usando ese tonito de "eso no te importa y cierra la boca".
Me metí el trozo de pizza a la boca y empezé a masticar despacio en tanto disfrutaba el sabor. Pizza napolitana, exquisita.
El teléfono de mi madre comenzó a sonar y vibrar en la mesa. Ella bufó y maldijo en voz baja antes de contestar y ponerse de pie para alejarse unos cuantos metros.
Ujujum.
Arranqué un pedazo de pizza con mis dientes y entrecerrando los ojos en su dirección, la examiné por un rato, sus labios se movían al mismo tiempo que sus manos. Sus gestos eran suaves, algo no propio de ella. Esto resultaba extraño.
Juro que pensé que quizá estaba saliendo con alguien y no me lo había dicho, hasta que su rostro se formó en una mueca algo graciosa y una palabrota salió de sus labios antes de volver a sentarse.
—¿Quién era? —inquirí mostrando desinterés. Pues no, esto sí me interesaba.
—El hijo de la gran muralla de mi jefe. Ese señor va a matarme por una convulsión gracias a la ira contenida.—tocó sus sienes viéndose estresada—Cada vez que lo escucho tengo ganas de estrellar su cabeza contra la pared. Pero no, soy solo una humilde servidora que no puede mandarlo al diablo porque si no me despide.
—¡Ay mamá! Ya sabes ese dicho, del amor al odio solo hay un camino.
Mi madre frunció su cara mirándome como si estiviera diciéndome: "Porqué no te aborté cuando pude"
—La frase no era ¿Del odio al amor sólo hay un paso?
Chasqueé la lengua y asentí. En difinita los dichos o frases no iban conmigo. Era como una versión del chapulin colorado al tratar de decirlos.
—Si si, como sea. El orden de los factores no altera al producto.
—Estoy segura que ni tú misma tienes idea de lo que estás hablando, pequeña Hal. —murmuró mordiendo la pizza.
Era cierto. Me conocía tan bien, que podía esperar era mi madre.
Un ladrido nos sobresaltó y observamos a la pequeña bola de pelos con la lengua afuera intercambiando su vista de mamá hacia mí. Su colita era como un élite de helicoptero.
Sonreí y mi madre me palmeó el brazo.
—Hal, te dije que dieras de comer al animal. Míralo al pobre, tiene hambre, además que no puedo comer si él está observandome mientras babea.
Exhalé con exageración y me levanté de la mesa. Musité un gracias y me aproximé hacia la cocina para darle sus croquetas al hambriento Locky.
Tomé el saco de las galletas y a pesar que traté de tener cuidado al echarlas a su plato. Fue inútil, el peso de la bolsa me ganó y un montón de croquetas se dispersaron por el suelo.
—Halsey por el amor de Dios, cuantas veces te eh dicho que tengas cuidado y no eches así las galletas del perro.
No respondí, ya que escuché el timbre de la casa. Me encogí de hombros pensando que era alguien de los vecinos y poniéndome en cuclillas me dispuse a recoger el desastre mientras el cachorro comía de las galletas del suelo. Habiendo tantas en su plato...
Mi perro y yo éramos el uno para el otro.
—Pero mira a quién tenemos aquí. A la bota croquetas de perro. Vaya, es un gran avance. Mira el lado bueno, quedaron la mayoría en aquel saco.
Mi tortura de carne y hueso.
Will Flynn.
Dios mío sólo tú sabes cuanto me arrepiento de haberselo presentado a mi madre, cuando disque se fracturó por haberse caído de la bicicleta y lo traje a casa, desde aquel día firmé mi sentencia de sufrimiento. A mi madre no se le escapó el gran atractivo y "carisma" que poseía mi amigo, así que cada que tenía oportunidad lo invitaba a comer o solo estar en casa.
Entre comillas carisma porque Will solo era así con ella, fuera de la puerta de casa volvía a ser el mismo gruñón insufrible de siempre. Vaya cambio. En su defensa sólo quería agradarle a mi señora madre.
—Cállate y ayúdame a recoger todo esto. Vamos, para eso están los amigos. —manifesté tratando de dejar en claro mi punto—¡Will!