¿En qué momento te das cuenta de que tu vida va a cambiar?
Algunas personas saben por anticipado que eso va a pasar, pero, no todos llevan la misma suerte. Hay otros, a los que el momento les llega sin que ellos lo pidan. Y a partir, de sea lo que haya pasado para volver de su vida un terreno inexplorado; se adentran a una aventura en donde, definirán como será su vida.
Quizás, estar aquí con la adrenalina. Con una sonrisa en mi rostro. Con tranquilidad. Con paz. Con dejar de pensar en lo que mi padre diría. Con mis propias reglas.
Quizás, este sea el momento en donde me doy cuenta que mi vida va a cambiar.
¿Para bien, o para mal?
El querer descubrirlo me intriga bastante, pero, ¡Hey! Quien no arriesga, no gana.
Veo como se aleja a pasos cortos, sigue mirándome, con esa sonrisa pícara en su rostro. Sonará loco, pero conozco lo que piensa el condenado. Está cerca del mar. Prácticamente está caminando por la orilla del mar. Si mi loca mente desconfiada no me falla. Su idea es que yo me acerqué, para que luego él me lancé a dar un lindo chapuzón.
¿Cliché?
Tal vez, aun así, no le voy a dar el gustito.
Hago el amago de hacer como que corro. Él me está esperando, pongo mi mejor cara de frustrada porque él no me quiere dar mi celular. Me le acerco, con decisión, no porque solo necesite mi móvil. Necesito esto. ¿Verdad?
Estoy tan cerca. Siendo capaz de reaccionar, y entonces. Hago lo que mejor sé hacer. Fui convincente, no le quedó dudas. Llegó a mi corriendo, quizás aceleró su paso al verme en la arena con una expresión de dolor en mi rostro. O tal vez lo hizo al escuchar el grito que pegué.
Su aroma inundó mi sistema, lo veo. Tan cerca de mí. Con sus ojos bien fijos, serios, sin pizca de diversión, preocupados, buscando donde poder aliviar mi dolor. Palmando sus manos en mis brazos, en mis piernas, tan delicadamente, pensando que soy de cristal, una joya. Que merezco el mejor trato que pueda darse.
Eso me dicen sus ojos.
Y quiero creer, con toda mi existencia; que estoy en lo cierto.
Pero, hay ese algo que no me ruega a creer. Ese algo me lo asegura, firmado con un gran sello rojo.
No me sorprende, en el fondo de mi cabeza y quizás, un poco en mi corazón. Saben del cariño que hay. Por parte de él, y… por parte mía
— ¿Qué te duele? ¿Vamos al hospital? ¿Quieres que te traiga algo? — jadea por lo rápido que corrió, sus brazos me sostienen, firmes, pero no tan fuertes, no me lastima, simplemente me mantiene. Las yemas de sus dedos se encuentran fríos, y es ahí que me doy cuenta de lo que él expresa; Miedo.
Cuando veo que busca desesperadamente donde tengo un hueso roto. Entro en razón y me siento mal por hacerle creer que me he hecho daño. Cuando solo estoy fingiendo.
— Dime algo por favor — me levanta el mentón haciendo que le mire a los ojos
No me había dado cuenta que solo estaba mirando un punto cualquiera
— Me duele un poco el tobillo izquierdo — no pude decir la verdad.
Mateo lo mira con más atención.
— No te lo has roto, tal vez sentiste un calambre — explicó, una vez que lo sobó — discúlpame — soltó de repente.
— ¿Por qué?
— No tuve que haberte quitado el teléfono, actúe como un niño — su vista estaba en el mar.
— Eres un fastidio con tu actitud de "No me importa nada ni nadie", pero, eres muy divertido con tu actitud de niño.
Sonrió con mis palabras, aún seguía con su vista en el mar.
— No le digas a nadie de esto, dañarías mi reputación.
— Ja, ¿Cuál reputación? — me burlé. Traté de sacarme un poco la arena que tenía en los brazos.
Mateo dejó de ver al mar, yo seguía mirándolo. Entonces, como niño pequeño; me sacó la lengua.
— ¿No tienes caso verdad? — pregunté entre risas.
— No cuando es contigo — respondió entre risas.
Me quedé paralizada con su confesión. Y todo a mi alrededor quedó en segundo plano.
— ¿Qué quieres decir con eso?
Una ráfaga de viento nos azotó. Todavía seguíamos en la arena, y trataba de verlo bien pero mi cabello iba en mi contra. Mientras me sacaba los mechones de mi rostro, sus manos seguían en mi tobillo.
Comenzó a acariciarlo, suavemente, despacio, deslizando su mano de arriba hacia abajo. Mi corazón estaba galopeando con fuerza, amenazando con salirse.
¿Era normal que sintiera que en mi estomago una manada de rinocerontes bailaban la macarena?
Su mano me puso los mechones de cabello atrás de la oreja. Dejándome ver algunas palmeras atrás suyo meciéndose despacio. Pero lo más importante, dejándome verlo a él.
— Déjame sanar tu dolor — pidió
Y no respondí. No porque no quisiera. No porque no supiera que decir. Porque sabía que esto estaba mal. Porque no me importaba. Porque no sabía ni el por qué no me importaba. Porque me estaba dejando llevar por lo que quería. Porque, aunque mi vida pasara sobre mis ojos en microscópicos segundos, estoy segura de que en ella él estaría.
No es normal que desde un principio él haya llamado mi atención.
No es ético que deba sentir las ganas de saber cómo sabrán sus labios. No cuando en un golpe de realidad, en poco tiempo estaré casada con su hermano.
Él no ayuda. Ni siquiera intenta querer ayudar.
— ¿Qué estás haciendo? — pregunto alarmada. Pero él no responde.
En mi tobillo izquierdo, que supuestamente me duele. Ya no lo está sobando. No, claro que no. Ahora entiendo cuando dijo que quería hacer sanar mi dolor.
Sus labios. Sí, sus labios. Están dejando besos en donde "me duele el tobillo".
¡SUS LABIOS ESTÁN BESANDO MI TOBILLO IZQUIERDO!
Y es que no para ahí. Asciende, sin dejar de besarme. En cada parte de mi piel, en mi pierna está dejando un recorrido de sus besos.
Soy un lienzo, y él está pintando sobre mí.
Lo hace tan dulcemente que temo que, si llega a mi rodilla, no resistiré, y le agarraré las mejillas para besarlo en los labios. Pero no cesa, su toque quema, me causa ese cosquilleo, y lo siento temblar. Pero, aun así, sigue seguro. Mi piel recibe, sus suspiros, sus mojados labios. Lo recibo a él. Sin importar que; lo recibo a él. Volviendo a mí, el querer besarlo.