Los niños caminaban apresuradamente a el patio, ya era la hora del recreo. Unos jugaban, otros comían, algunos hablaban, otros simplemente se quedaban en silencio esperando volver a clase. Todo parecía bueno en aquellos momentos.
Las maestras hablaban al rededor del lugar, supervisando a los niños, asegurándose de que todo estuviera bien. Risas, alegría, mucha alegría. Son niños, ¿qué niño no estaría feliz?
La niñez es una de las mejores etapas de la vida, sin preocupaciones, solo felicidad. Niños con familias felices, aunque no fueran una familias completas, pero felices y para muestra de un botón está la familia de Daniel.
Él a recibido mucho cariño por parte de su madre, aunque su padre nunca estuvo allí. Se fue cuando Daniel solo tenía tres años y a su madre estaba embarazada de dos meses de su hermana. A veces las personas no toman buenas desiciones a la hora de escoger con quién quieren pasar el resto de su vida. La madre de Daniel se deprimió por mucho tiempo, preguntándose ¿qué había hecho mal? ¿a caso no fue suficiente?. Pero ese tiempo de tristeza no le duró toda la vida.
Se dio cuenta que tenía algo mucho más importante, tenía un regalo de la vida que no muchas mujeres tenían y deseaban tener. Decidió que ya era suficiente de tanta tristeza y tanto sufrimiento. Se hizo una promesa que nunca rompería, cuidaría a sus hijos con tanto cariño que no les haría falta el hombre que decidió abandonarlos.
Daniel caminaba tarareando una canción que le gustaba mucho, ¡era la primera que el chico se sabía!. Las maestras solían decir que tenía una hermosa voz y eso le encantaba. Daniel estaba tan distraído con la canción que no se dio cuenta que estaba un poco lejos de los demás. Tampoco es que la escuela fuera tan grande, pero las maestras solían castigar a los niños que se alejaban.
Se dio la vuelta para regresar a el grupo de niños que estaban al otro lado del patio, pero se detuvo al escuchar un ruido. Se quedó inmóvil, se asustó un poco ya que era el único que estaba ahí. Pensó que era uno de esos monstruos que salían en las películas, la noche anterior había visto una, aunque su madre le había dicho que no. Al ver la primera escena se arrepintió y decidió apagar el televisor, pero eso no le quitó el miedo.
La pequeña mente de Daniel solo decía "es un monstruo" "corre, huye antes de que sea tarde" "te va a comer". Por más que intentaba moverse su cuerpo se negaba, el pánico le recorrió todo el cuerpo. Eso le pasaba por no hacer caso a las órdenes de su madre. De repente se le ocurrió la idea de llamar a una maestra, preparó su garganta para soltar el grito, pero escuchó otro ruido, uno completamente diferente...
Era un ¿sollozo? se dio la vuelta en busca de el causante de ese ligero llanto, eran tan silencioso que apenas lograba oírlo. Se tropezó con algo cayendo de bruces al suelo. Se levantó rápidamente encontrándose con una niña, tenía las piernas contra su pecho y la cabeza sobre sus rodillas.
Por suerte Daniel se tropezó con el bolso de la niña y no con ella. Intentó acercarse pero se detuvo, la niña estaba tan absorta en su llanto que ni siquiera se había percatado que Daniel estaba ahí.
¿Por qué llora? ¿qué esta no es la etapa más linda de la vida? ¿no es momentos de felicidad, diversión, risas? Sin preocupaciones. ¿Qué le habrá sucedido a ese pequeño ángel? ¿qué le habrán hecho para dejarla llorando de tal manera?
Aquí es cuando nos damos cuenta de que la vida de un niño no siempre es felicidad. No todas las personas ven el otro lado de la moneda.
—¿Por qué lloras? —se atrevió a preguntar el pequeño Daniel.
La niña alzó la cara, dos grandes canicas de color ambar se encontraron con los ojos grises de Daniel. La niña estaba pálida, lucia... ¿asustada?, ¿pero de quién? ¿del pequeño Daniel?
—No pasa nada —dijo calmado, el niño—. A veces, cuando me caigo y me golpeo suelo llorar.
La pequeña no articulada ninguna palabra, era como si no tuviera voz, tal vez era muda y Daniel no lo sabía.
—Estás... ¿asustada? —inquirió el pequeño y no obtuvo respuestas—. Si quieres te llevo de vuelta, el patio no está tan lejos, mira.
Le señaló el lugar donde estaba el resto de la clase, sin obtener respuesta. Pero si algo le había enseñado su madre a Daniel, era que nunca se diera por vencido en nada.
—¿Puedo sentarme? —preguntó.
La niña no dijo nada, pero él lo tomó como un sí. Se quedó en silencio unos minutos sin soltar una sola palabra. Daniel, aunque solo tuviera cinco años, era un niño muy inteligente y sabía cuándo tenía que guardar silencio.
—Soy Daniel —se presentó el niño—. ¿Tú cómo te llamas?
La niña lo miró dudosa, nunca nadie se había acercado a hablarle, normalmente pasaba sus días sola.
—Soy Dayana...
Oh, Dayana, eso lo explica todo.
Dayana es una niña que ha estado en más de una riña porque su realidad es mucho más vil, su madre es drogadicta y su papá solo la humilla, con solo cinco años es obligada a servir. Es un pequeño ángel que no merece la dura vida que le tocó, todas las personas la juzgan por la familia que le tiene, ¿qué culpa tiene esa pequeña?
Solo de recordar lo que le sucedió la noche anterior la pone a temblar, pidió ayuda a su familia paterna que fue negada y no solo eso, no les bastó con rechazarla de manera humillante, llamaron al papá de Dayana y le contaron todo y la castigó toda la noche, de una manera dolorosa. Según su padre ella es la peor desgracia que le ha sucedido en la vida, ¿qué culpa tiene Dayana de que sus padres no hayan usado protección?
—¿Qué te pasó ahí? —preguntó Daniel, señalando los moretones que tenía al rededor de sus pequeñas muñecas.
—Nada —dijo finalmente.
—Mi mami dice que si te golpeas debes ir a un médico —habló el niño—, ¿tu mamá no dice eso?
Dayana agachó la cara, si supiera lo que hizo su madre la noche anterior no preguntaría eso. Daniel, al ver qué Dayana no decía nada decidió hablar de nuevo.