Daniel.
Mi vista viaja a todos los puestos del autobús, deteniéndose en el lugar vacío que normalmente está ocupado con la chica de cabello castaño de ojos color ámbar. Bajo encaminándome a la casa de dos plantas que está en la esquina; no he terminado de llegar cuando me encuentro a Dayana encogida en el piso llorando. Ya me lo veía venir, pero aún así no lo soporto, una persona tan dulce y buena como ella no merece la vida de mierda que le tocó. Me acerco a ella rodeándola con un brazo.
—Yo... —intenta hablar, pero se lo impido estrechándola contra mí.
—Tranquila, todo está bien —le acaricio la cabeza, intentando calmarla—. ¿Quieres ir al instituto hoy o...?
—Vamos —le seco las lágrimas que le corren por las mejillas—, no soportaría verte en problemas con tu madre por estar conmigo.
Mi madre dice que Dayana es una mala influencia para mí —no le agrada— pero eso no me importa. Dayana es mi mejor amiga desde hace años, la quiero como si fuera una hermana para mi, sus lágrimas me duelen. Como quisiera impedir todo lo malo que le pasa.
Salimos y empezamos a caminar el completo silencio, sé que para ella es difícil hablar cuando está así, siempre la dejo en silencio, pero está vez es inevitable ya que tiene la cabeza gacha y desde mi lugar veo el brillo de las lágrimas que intenta ocultar. Me jode saber que no puedo hacer algo que la saque de ese sufrimiento.
—¿Cómo vas con las clases de baile? —pregunto, intentando romper el silencio incómodo.
Respira hondo.
—Bien —se encoge de hombros.
Y vuelve el silencio, mi cabeza no para de imaginarla a ella en su cuarto, soportando los gritos e insultos de su padre, ¿cómo una persona puede tratar así a su hija?. Su padre es un maldito alcohólico sin corazón que no para de maltratar a su hija psicológica y en algunas veces físicamente. Nunca me voy a olvidar el día que lo conocí, el muy imbécil no dejaba de hacer comentarios que incluso a mí me incomodaban, humillando a mi mejor amiga con cada palabra que salía de su boca. Al día siguiente Dayana estuvo evitándome todo el día y cuando logré hablar con ella tenía moretones.
—Ayer terminé una canción —murmuro, tratando de quitarle la mala cara que carga.
—Muero por oírla —esboza una sonrisa apagada—, cuando quieras puedo ir a tu casa, solo dime cuando.
Y silencio otra vez, odio verla con los ánimos por el suelo.
—Ven aquí —la estreché contra mi pecho, dejándola llenar mi camiseta de lágrimas.
—¿Por qué me tocó esta vida de mierda? —gimotea—. ¿Por qué no puedo tener una vida normal como los demás?, ¿qué mal hice para que la vida me tratara así?
Sus palabras me duelen.
—Tú no hiciste nada —acaricio su cabeza—. No eres tú, es el imbécil de tu padre, simplemente no está preparado para tener una persona tan buena como hija.
—No le digas así.
Ni siquiera con todo lo que le ha hecho su padre puede odiarlo.
—¿Ya estás mejor? —pregunto cuando ya no oigo los sollozo.
—Lo estaré si me cargas —alza su cabeza y sonriendo como un angelito.
Pongo los ojos en blanco y la subo a mi espalda, sé que lo dice en serio, una vez me tuve que comprarle un helado para que pudiera caminar.
Caminamos mientras ella empieza a parlotear de un montón de cosas que quiere hacer, su sueño es ser una bailarina profesional y bailar en un recital de Boadway. Y estoy seguro de que lo logrará, lleva siete años preparándose para eso y, de hecho, yo mismo le di el empujoncito que le faltaba para inscribirse y la ayudo a pagar sus clases con el poco dinero que logro reunir en mi trabajo.
Siempre me han encantado esas piedras color ambar que carga como ojos y más cuando se le ilumina la mirada cuando habla de las cosas que le gustan. Quiero a Dayana con toda mi alma, ella es como la hermana que nunca tuve. Aunque un hermano nunca vería a Dayana como la veo yo, siempre la he querido, pero ese cariño fue cambiando al pasar de los años y se fue intensificando. En pocas palabras, Dayana me gusta.
Es la persona más bondadosa que he conocido y es súper hermosa. No es muy alta, en realidad, mide como 1.57 de estatura —es como un Oompa-loompa— tiene el cabello castaño, no muy largo; delgada, nariz respingada, labios rosados y carnosos y, lo que más me gusta de ella, los ojos grandes color ámbar. En conclusión, es perfecta.
—Espero que no te olvides de mí después de que estrenes tu primer disco —murmura en mi oído con la cabeza recostada en mi hombro—, a los hombres se les sube la fama a la cabeza y suelen hacer como si no conocieran a nadie del bajo mundo.
Como si eso fuera posible, creo que Dayana es una de las personas que nunca olvidaré y tampoco quiero hacerlo.
—¿Y qué te hace pensar que no irás conmigo a todos lados? —enarqué una ceja.
—¿Eso quiere decir que siempre tendré entrada en primera fila? —esboza media sonrisa emocionada y los ojos de le iluminaron.
—Sabes que sí —obvié—, ¿o qué esperabas?
—Solo quería confirmar —amplia su sonrisa.
Y esta es la Dayana que más me gusta; la Dayana alegre, la que se olvida de todo lo malo para sonreír aunque esté destruida por dentro, la que no deja de hablar de baile.
—Me gusta verte así —murmuro.
Alza un poco la cara para mirarme.
—¿Así cómo? —pregunta.
—Así feliz, sin lágrimas en los ojos, hablando como una cotorra de lo que te gusta —suelta una pequeña carcajada—, no sabes cuánto odio verte llorar.
—Yo también, por eso hago lo posible por no hacerlo —agacha un poco la cabeza—, odio que me veas hacerlo, solo que a veces... es inevitable.
—Lo sé, no te sientas mal por eso.
Llegamos al instituto y nos dirigimos a nuestra clase, vamos veinte minutos de retraso por no venirnos en el autobús y venir caminando. Al entrar al salón Dayana se sienta en su lugar y yo en el mío; no presto atención a la clase por estar mirando a la castaña de la que llevo enamorado por más de dos años, ¿cuando será el día que le diré lo que siento por ella?