Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

IV

FREYA

—Sé que esto sonará demasiado adulador por mi parte, pero no puedo dejar de observar su belleza, recalcando lo radiante que se aprecia con la luz del día, Lady Allard —rodó los ojos fastidiada sin importar parecer grosera.

Odiaba los aduladores, y Lord Somerset era uno nato.

O por lo menos eso parecía, porque tenía la sospecha que pretendía sacarla de quicio y estaba probando su nivel de resistencia.

—No es mi intención ser descortés, pero si vuelve a repetirlo me tirare del carruaje —levantó las cejas con fingida sorpresa bailándole en los labios una sonrisa pecadora, que, aunque descubrió continuó con la actuación. No era quien para quitarle la diversión —. No me lo tome a mal, pero soy consciente de mi belleza inigualable —se enderezó en su postura sacando pecho, haciendo que fijara la vista de forma descarada en esa parte de sus atributos.

Sin dudas era un disoluto.

» Y que me lo recuerde cada vez que respiro, lo único que lograra es que apenas regrese a casa deseche el bonito espejo que tengo en mis aposentos para no volver a ver mi reflejo —bajó la cabeza pareciendo apenado, aunque los dos sabían que estaba escondiendo una sonrisa.

Porque si en realidad sufría de pena, eso no era lo que tenía en esos momentos.

» Así que mejor dígame que es lo que necesita proponerme, porque tantas palabras bonitas nunca son sin un interés en concreto —la miró de reojo midiendo su actuar, mientras la doncella que los acompañaba observaba por la ventanilla intentando fundirse con el artefacto —. Puede que su intención sea el proponerme un encuentro indecoroso, o en el menor de los casos querer robarme la pureza de labios, que hace mucho perdí con un sin sentido —movió la cabeza relamiéndose los labios sin opinar —. Entre otras, que igual serian un pago a sus molestias no pedidas, así que... —se encogió de hombros esperando a que le concediera la razón.

—¿Siempre es tan directa? —preguntó gratamente sorprendido sin poder dejar de admirarla.

—¿Y usted siempre responde los cuestionamientos con otros?

—Si capta al completo mi interés se lo diré cuando estemos tomado nuestro paseo —boqueó, pero no pareció indignada, porque no lo estaba.

En realidad, también se hallaba placenteramente impresionada.

—Por si no ha se dado cuenta hace poco más de diez minutos hemos llegado a nuestro destino, y el cochero está esperando su orden para ayudarnos a descender —señaló alzando una ceja.

—Lo sé —sonrió con picardía —. Solo quería tenerle un poco más de tiempo a solas ¿Acaso está mal ser codicioso? —bufó negando.

Es que ese hombre era un caso.

—Me resulta irritante —repuso fastidiada, o intentando parecerlo porque lo cierto es que se estaba divirtiendo.

—Gracias —si no dejaba de burlarse de ella le daría una caricia en su muy bonito rostro —. Después de usted, Milady —descendió del mobiliario con la ayuda del cochero, al que le agradeció con una sonrisa sincera que se borró cuando miró el lugar.

—Sé que habíamos llegado a nuestro destino, pero este no es el Hyde Park —el hombre se posó a su lado asintiendo en respuesta.

—Salta a la vista Lady Allard —le ofreció el brazo que tomó para comenzar a caminar teniendo tras ella a la doncella de nombre Harriet, hija de su nana Agnes como era requerido, para que no hubiese un escándalo.

Tratando de ignorar que ella de por si era uno andante.

» Dispense la nula aclaración de nuestro destino —se excusó —. Solo deseaba estar con usted en un lugar menos concurrido, y el St. James's Park, aunque es conocido no es el principal en las caminatas rutinarias para cazar marido —odiaba que le cayese mejor cada segundo.

Definitivamente no era como sus hermanas.

—Le advierto que si se atreve a sobrepasarse dañare la sombrilla que carga mi doncella sobre su cabeza —carcajeó con fuerza, mientras ella arrugó el ceño.

Al parecer era su bufón.

¿Le molestaba acaso?

De ninguna manera.

—Dudo que la utilice porque no pretendo sobrepasarme con usted —era un caballero y de eso no puso dudas, pese a que no podía fiarse de las apariencias.

—No está de más la advertencia —recalcó con otro aleteo de pestañas que recibió como respuesta un guiño de ojo.

Para ese momento sin prestar demasiada atención al camino se habían internado por los parajes frondosos hasta quedar sobre el West Island, un puente que cruzaba el lago que estaba en medio del parque. El cual ofrecía una magnífica vista al oeste del palacio de Buckingham enmarcado por árboles y fuente. Que curiosamente se visualizaba solitario, pese a que se avistaban pocas parejas o familias las cuales eran habitantes de la zona, demasiado ocupados en sus asuntos como para prestarle atención a ellos.

Las vistas eran perfectas.

Todo en realidad.

Se llenó de una tranquilidad que pudo hacerle suspirar con un poco de alivio.

Olvidándose hasta de lo que le había quitado el sueño.

—Sabía que le agradaría —acotó el hombre a su lado consiguiendo que sonriese con agradecimiento.

Él no lo sabía, pero necesitaba de esa paz en sobremanera.

—No suelo disfrutar mucho de la naturaleza —aceptó sin dejar de admirar el paisaje —, pero a veces me sosiega.

—¿No le gustaría una vida en el campo? —interrogó con curiosidad genuina —. Sería una solución al obtener esta calma a diario.

Podía funcionar, pero no para ella.

—Me gusta la tranquilidad que produce. Sin embargo, me aburriría profundamente. Soy caos, la calma es mi mayor enemiga —sonó en broma, pero no había nada más cierto.

—¿Ósea que disfruta la ciudad? —parecía más una aseveración, pero de igual manera respondió.

—Es predecible que me incline por esa opción cuando todo en mi grita desinhibición —asintió en respuesta quedándose en silencio por unos minutos que tuvo que romper, porque su curiosidad no la dejaba respirar con tranquilidad —. No me malentienda porque mi curiosidad suele tomarse como grosería —aclaró antes de que su espíritu cotilla la poseyera—, pero me gustaría saber a qué regresó Milord, si por lo que se decía usted es uno de los hombres más importantes del Rey de este país en el campo de batalla —portaba el pecho lleno de condecoraciones si tenía que usar el traje —. Así que, es más que obvio que su presencia resulta indispensable.




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