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FREYA
La noche más ansiada por la pelinegra hizo su arribo.
Esos días se había esmerado en ir de tienda en tienda, para que el vestido de aquella noche fuera el más deslumbrante de todos.
Al igual que el más atrevido e impropiado sin rozar en lo vulgar, según su percepción, porque le gustaba dar de que hablar. Más para mal, que para bien.
Y la más indicada para todo saliera según lo pensado era la modista francesa más aclamada de Londres, pero no precisamente por sus diseños recatados para damas de alta sociedad, pese a que eran por mucho de los mejores en calidad, hablando de telas y costuras.
Madame Bonnet se distinguía por vestir a mujeres un tanto disolutas, que no les importaba el qué dirán con sus vestidos de alta costura atrevidos para el ojo crítico, dejando al descubierto las partes más deseadas por los hombres sin rozar en lo vulgar, aunque fuese todo un escándalo en la sociedad.
Lo que sería exactamente esa noche Lady Freya
Allard, que, para ese momento recibía los últimos retoques a su peinado, el cual consistía en su cabello recogido al completo por un fino chongo con trenzas entrelazándoles. Adornado con cintos del mismo color del vestido, y pequeñas perlas, que eran el complemento perfecto, haciéndole brillar con luz propia.
—¿Enserio piensas presentarte con esa vestimenta al baile de los Duques de Montrose? —preguntó por milésima vez Agnes, mientras le daba las últimas correcciones a su rostro, que ese día lo llevaría totalmente al descubierto. logrando que sobresaliesen sus grandes y vivases ojos grises, que a veces se tornaban un poco azulados, en conjunto con sus labios rojos dándole el complemento idóneo que le otorgaba la sensualidad perfecta al atuendo, y toda su faz, que ya de por si poseían.
—Sabes perfectamente que no me arrepiento, ni me retracto de mis decisiones —sentenció con una sonrisa de satisfacción por lo que veía en el espejo.
Estaba perfectamente inadecuada.
—Serás protagonista de los cotilleos de la noche —se quejó entre gemidos.
Esa niña un día la mataría.
—Desde que arribé a Londres todos los días en la gaceta sale una noticia nueva de mi comportamiento, así que me tiene sin cuidado lo que esa gente estirada piense de la forma en como actuó, y me visto —y no podía ser más que verdad —. Sin contar con que, para lo que tengo pensado, es más que perfecto ser la comidilla de todo Londres —sonrió malévolamente.
Desde que había escogido el vestido su nana no dejaba de reprocharle, y formularle las mismas preguntas, que para ese momento ya le fastidiaban.
Es que no entendía que más reversa tenía un caballo desbocado.
Y a ella no le gustaban esos animales del demonio.
No tenía nada que ver con su analogía, pero era algo que no podía pasar por alto.
—Después no te quejes por el actuar de tu hermano —exclamó enfurruñada Agnes —. Esta noche es capaz de sacar una licencia especial para que mañana te unas con la primera proposición que llegue sin importar su rango y abolengo —se rió.
—No es para tanto —rodó los ojos por la exageración.
Alex le dio un ultimátum, y pese a que la situación estaba un tanto delicada en ese aspecto, él no la entregaría al primero que apareciese. Pues si por algo se distinguía Alexandre Allard, era por el amor y apego desmedido que sentía por su hermana, y eso todos lo sabían a la perfección.
Se irguió dejando entre ver al completo su aspecto en el espejo del tocador, quedando fascinada con el resultado.
—El Duque me va a despedir —se lamentó por milésima vez su nana, provocando que Freya riera melodiosamente por su expresión.
Antes de que pudiera decirle a quien le había aprendido a usar el drama como medio de persuasión, dos toques en la puerta llamaron su atención.
—Milady, Lord Somerset le espera en el recibidor —informó el mayordomo después de que Agnes le abriese la puerta, carraspeando un tanto azorado por la vestimenta de su ama, y que la anciana doncella le regalara una mirada de reprimenda a ambos.
—La función esta por dar inicio —musitó emocionada, mientras tomaba su ridículo y salía dejando al mayordomo obnubilado, a la par de a su nana fastidiaba al igual que asustada por ella.
Su niña se estaba sobrepasando, y eso solo lo había presenciado unos años atrás cuando quería llamar la atención de cierto caballero que le rompió el corazón ganándose todo su desprecio.
Y aparentemente ocurriría lo mismo, con el mismo individuo.
Si no reaccionaba ese círculo vicioso terminaría por destruirla.
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ARCHIVALD
Montrose Palace, la residencia londinense de los Duques de Montrose irradiada majestuosidad pese a la sencillez en las decoraciones.
Los candelabros de plata y la mesa rebosando de aperitivos. Al igual que la arañas, que le daban el toque de sofisticación al salón en específico, que abría sus puertas para recibir a los familiares, y personas de la entera confianza de los dueños.
Era bien sabido que no eran dados a la conglomeración de personas, en donde a la mayoría, pese a conocerlos no soportaban, o solo se saludaban por educación. Preferían la intimidad, y compartir los momentos más importantes para ellos con las personas que en realidad apreciaban.
Las invitaciones eran contadas, al igual que sus asistentes.
Y eso lo estaba notando Archivald, que para esos momentos descendía por la escalinata enfundado en un traje color gris en su totalidad, con un chaleco vino tinto en contraste con su pañuelo de satín negro, y un reloj plateado de bolsillo, que en esos momentos estaba mirando entretenido sin percatarse que no estaba solo, pese a que el salón se estaba llenando con la presencia de los asistentes, aunque esa parte se encontrase desolada.
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Editado: 07.12.2022