Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XXVIII

ADLER

Al principio quedó descolocado.

Atónito.

Pero, después de que estuvo a solas no pudo evitar sonreír.

Valía la pena.

Cada maldito segundo lo valía, solo por verla hacer aquello que lo tomaba por sorpresa.

Su actuar descaradamente correcto, la manera en cómo la ingenuidad combinaba con su coquetería nata.

Sencillamente, esa mujer valía que nada saliera como esperase.

El esfuerzo.

Las lágrimas.

El sufrimiento.

El dolor en batalla por un amor no correspondido.

Cada golpe del pasado hasta llegar ahí.

Absolutamente todo lo compensaba, si cuando regresase al mismo punto donde se hallaba ella volvía a su vida, la desestabilizaría y le haría conocer un sentir que pensó que no existía.

Porque lo que sentías ahora era amar, nada comparado con el pasado.

No cuando con Abigail amó la perfección que emanaba, mientras que con Freya comenzó a volverse adicto de ese interior tan imperfecto, que tanto criticaban, pero que para el resultaba un soplo de aire fresco.

—¿Soñando despierto? —no supo en qué momento volvió a estar acompañado, pero tenían la confianza suficiente como para sonreír dándole la razón.

—Es la indicada, padre —no dudó en expresárselo a su progenitor que llegó a su altura y le puso una mano en el hombro, asintiendo con una sonrisa honesta dándole con ese gesto la razón.

—La correcta —el Duque lo aseguró sin dudar, porque como el, lo creía.

—Pediré una licencia especial —solo le estaba informando para que no lo tomase por sorpresa.

—Como es lo correcto después de la escena en el salón —lo apoyó en su decisión —. Solo hazlo sin que tu madre sepa con antelación —¿Qué?

Resultaba raro escucharlo de su persona, cuando hasta hace poco todo se lo consultaba pareciendo la pareja ideal.

» Ante el comportamiento de ella, y tus hermanas te aconsejo que te cases en Gretna Green —más confusión.

No le parecía para tanto.

—Pero ¿Por qué? —no era un secreto que la dama seria su esposa.

¿Porque la prisa y el misterio?

—Confía en mi —entornó la vista ante su nula explicación —. Te apoyare en todo momento si es lo que te preocupa —entre otras cosas —. Y no debes inquietarte por Beaumont, puesto que es el más interesado en que su hermana deje de ser señalada, solo por obtener la atención del soltero más codiciado de la temporada —menos creíble sonó —. Nunca te he defraudado, y no pienso iniciar ahora, cuando más lo necesitas para realizar lo que en este momento te hace mayor ilusión —estar con Freya.

Esa belleza francesa que endulzaba sus días.

—Tú sabes algo que desconozco —los secretos no traían nada bueno —. No soy el crio que protegías —asintió en concordancia —. Puedo manejar lo que ocurre.

—Conozco el magnífico hombre que crie —el orgullo en cada letra —. Ese que puede devorarse el mundo si es tu deseo, pero deja que este viejo haga lo que en su momento no pudo evitar —hasta por encima de su madre, cuando Sebastien lo traicionó fue el que estuvo tras el sin decir nada que él no pidiese. Apoyándolo, levantándolo y mostrándole que ese no era el final —. Así que, solo te puedo decir que se vienen pruebas muy fuertes, verdades dolorosas, y si realmente se aman la única manera de superarlas es estando unidos —trató de refutar, pero fue cortado de tajo —. Desconfía hasta de tu sombra, y obtendrás todas las respuestas —todo se complicaba cada segundo que pasaba —. El que crees tu amigo, ese al que consideras familia puede ser tu mayor enemigo, y eso lo pudiste confirmar en el pasado.

Y con la semilla de la duda plantada en su sistema palmeó su hombro, saliendo de su vista.

Lo dejó inmerso en una nube de intriga y confusión.

Él hablaba de su madre.

La mujer más dulce de todas, pese a sus últimos comportamientos.

La que lo había traído a la vida.

Ella no podía ser su enemiga.

El odio hacia la dama que él amaba no podía ser tan profundo.

¿O sí?

¿Por qué?

No hallaba la respuesta.

No quiso ahondar tan prematuramente en el tema.

Lo que si tenía decidido es hacerle caso a su padre.

Él nunca decía algo sin conocimiento de causa.

Se casaría en secreto con Freya.

Partiría a cumplir su ferviente deseo lo más pronto posible.

Apenas se lo plantease y esta aceptase.

Por eso, cuando primeros rayos de sol hicieron su aparición no dudo en ir a buscarle.

Tenía que informarle de su cambio de planes.

Para esos momentos se encontraba con un traje de montar gris, dispuesto a dar un paseo con la pelinegra que seguramente merodeaba por el lugar.

Le conocía.

No era de las mujeres que se levantaban con los primeros rayos de sol, pero tampoco de las que se dedicaban al tiempo de ocio.

Si estuvo como él, por razones diferentes…. aunque no del todo. Seguro no pudo conciliar el sueño, y para esa hora ya debía estar en pie dispuesta a hacer una de las suyas.

Buscó por todos lados, y no le halló.

Se planteó la idea de ir a su dormitorio, pero era demasiado hasta para él.

Comenzó a impacientarse después de una hora de no saber nada de esta, así que sin más decidió abordarla en los aposentos asignados por la Condesa.

Lo iba a ser la noche anterior.

Que más daba a plena luz del día.

No subió ni dos escalones cuando se topó a la doncella que le estaba asistiendo, al lado de una Luisa bastante agitada tras ella.

—¿Qué sucede? —preguntó con un gesto de preocupación evidente, llamando la atención de las mujeres que intercambiaron miradas, denotando su inquietud —¿Dónde está mi prometida? —habló nuevamente, al ver que no saltarían prenda tan fácilmente.




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