Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XXXVIII

FREYA

Con cada beso, caricia, y roce sentía que una despedida se efectuaría en cualquier momento.

Cada encuentro de sus cuerpos era avasallante, lleno de emociones y con estragos notorios.

Cada te amo lleno de un significado indescriptible.

Cada suspiro intentando describir los anhelos que las palabras no abarcaban.

Cada jadeo intempestivo, pero sobre todo una mirada mucho más sobrecogedora que la llenaba en todos los sentidos haciéndola estremecer.

En pocas palabras, estar en los brazos de Adler Somerset, era sentirse en el cielo sin cerrar los ojos.

Era el paraíso sin siquiera haber muerto.

Ese calor abrazador con cada beso, ese cosquilleo incesante cuando sus orbes se posaban en su faz.

No obstante, seguía sin comprender porque todo sintiéndose y aparentando ser tan perfecto, percibía que en cualquier momento terminaría.

Que no sería para siempre.

No había vuelto a tener ningún tipo de encuentro con la Duquesa.

Poco era lo que disfrutaba de la desdicha de cruzársela.

Aquellos encuentros en donde la cordialidad primaba, pese a que apreciaba que un escalofrío en la espalda le recorría cada que la observaba fijamente.

Esa mujer se había convertido en un ser atemorizante.

La sacó de su error.

En su primera impresión la describió como una mujer dulce.

Una palabra sencilla, pero que albergaba tanto de una persona, que hasta deseo tener un poco más de tiempo para conocerle.

Todo cambio cuando se acercó a su hijo.

La fachada se desmoronó ante sus ojos, demostrando la verdadera culebra que se escondía entre tanta perfección.

Agradecía, que en unos cuantos días su verdadera residencia estaría dispuesta para lo que sería su nueva vida.

En otro dilema que entraba en constante consternación su cabeza, era el hecho de que después de la charla con su suegro los días pasaban, y el no hacia ni el más mínimo intento por aclarar la situación.

Las jornadas transcurrieron, convirtiéndose en semanas y estas llegaron sin premeditarlo hasta casi rozar un mes.

Haciendo que se traicionara, y de paso a Adler, solo por cubrirle las espaldas a no ser un tema que ella pudiese tratar con entera libertad.

No obstante, ya no tenía nervios para seguir con la tentativa de contarle a Adler la verdad, y ser retenida con las evasivas de ese hombre, que no veía que en cualquier momento todo explotaría, haciéndose más difícil de sobrellevar.

Lo último que le había dicho, era que Sebastien se negaba si quiera a cruzar un saludo con él.

Anteriormente dándole disculpas diferentes.

Que había salido de viaje.

Que no se habían topado en ningún sitio.

Ni siquiera en el club.

Excusas vacías.

Que le hacían replantearse la idea de abordarlo por su propio pie, y dejar esos puntos claros para sí poder ser ella misma la que esclareciera aquel malentendido que acecha aquella familia, incluida su cabeza.

Definitivamente lo haría.

Dejaría de estar tras de aquel hombre, para que hiciera lo que era correcto.

También intuía que ocultaba algo más.

No creía que fuese tan malo, después de todo, los humanos cometen errores y no sería el primero en engañar a una señorita decente perjudicándola en el proceso.

Solo tuvo la mala suerte, de que la dama en cuestión fuese su tía.

Una que nunca conoció, y que de alguna manera tocó fibras sensibles en su interior.

Por eso había cambiado toda percepción hacia su persona.

Ya no lo observaba como el correcto Duque de Beaufort, ahora se le asemejaba al animal más rastrero de Londres y sus alrededores.

Un cerdo en toda la extensión de la palabra.

—¿Hay algo que te incomode, dulzura? —la voz ronca que la dejaba sin aliento la sacó de sus pensamientos.

Llegó más temprano de lo habitual.

—Nada que no tenga solución —soltó de manera distraída, mientras pasaba los brazos por su cintura y se pegaba a este para aspirar su aroma —. Unos bocetos que últimamente no han salido como deseo —no mentía del todo.

Lo cierto es que, no se había podido enfocar en su labor a causa de la zozobra que le provocaba saber una verdad que desconocía su esposo.

—¿Estas segura? —volvió a la carga, pero esta vez acunando su rostro para tener mejor visión de sus orbes —. Te noto distante, y últimamente estas más cariñosa de lo habitual.

Se tensionó al verse casi descubierta.

Como si estuviese pidiendo disculpas de forma anticipada por ocultarle información que debía ser de su entero manejo.

—No quiero que me odies —enterró su rostro en el pecho de este.

Porque, que no se lo haya dicho no significaba que ignorase que algo le ocultaba.

—¿Cómo podría hacerlo si eres mi mayor felicidad? —besó su cabeza reforzando el abrazo.

—Sabes perfectamente que te estoy ocultando algo, que no lo digas en voz alta no significa que la desconfianza no exista —andarse por las ramas era algo que nunca había sido su estilo.

Fue criada para ser una mujer sensata, y honesta.

Lo equilibrada era algo que no poseía en el cuerpo, pero si quedó arraigado en todo su ser lo de decir la verdad, así se le cayera el mundo encima.

» Sé que no soy la indicada para darte la noticia, pero no seré más el resguardo de las mentes de seres sin corazón —lo contempló embelesada, tomando la decisión de descubrir lo que tanto le carcomía.

Abrió la boca con las intenciones claras, pero su gran mano la tapó en el proceso.

—No te esfuerces en hacerlo —lo miró sin comprender —. No puedo juzgarte por la lealtad que prodigas a las personas —es que…—. Me enterare en algún punto, así que deja ya de sentir tantos remordimientos que de alguna manera le quitan lo especial a nuestros momentos —le apretó la nariz —. Siendo últimamente tan cortos, que me dejan con un sin sabor por no poder atenderte como te lo mereces.




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