A muchos nos han creado con un ferviente deseo de superación; insertan en nuestras mentes la posibilidad de ser como grandes pensadores y filósofos; como aquellos que cambiaron el mundo. Vemos películas sobre el tema, ya abrazamos la idea de que podemos ser grandes. A medida que creces, los sueños parecen más cercanos pero, sinceramente, sospecho que bien se podría tratar de un espejismo.
Aunque, estoy de acuerdo con que muchos que llegaron a la cima fueron personas que, en efecto, carecían de dones espectaculares, sí es cierto que a muchos les ayudó el contexto familiar, social... O la suerte de vivir cerca de las grandes editoriales.
Nos enseñaron a soñar... Y para quienes escribimos, dicha actividad representa una adicción. Desahogamos nuestros temores; materializamos nuestra mente en símbolos a los que apreciamos con gran energía. Y esperamos que los demás vean lo mismo que nosotros. Sin embargo, no hay garantía de que esto sea real.
Algunos leen sin parar, esperando a pulir su estilo; otros esperan lo mismo al final de sus novelas casi autobiográficas. Pero, dejemos de hablar de mí.