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—¡Ay, sí, yo le decía, en todo se mete! —dijo Dolores cuando volvía a la cocina con su hijo—. No sabes lo que es de la vecina, nada se le pasa.
Todos los miraron, ellos volvían sonrientes, especialmente Dolores.
»¿Y su hermano, dónde fue Kevin?
—La tía Zara lo mandó a buscar su bolso del auto —respondió Brenda, y luego se encogió de hombros. Mariana la había mirado—. Ella preguntó.
«¿Tan lejos te quedaba a vos?», pensó Dolores. Casi dispuesta a decirle eso a Zara, pero lo dejó pasar.
—Bueno. —Dolores tocó la mano de su nieta para llamar su atención, justo después de que la mujer había vuelto a su asiento, Mariana, en medio de ambas, se hizo un poco hacia atrás, buscando no estorbar—. Brenda, mi amor, anda rápido a buscarte un papel y un lápiz, tenés que ir a lo de María, así comprás algo para comer antes de que cierre.
—Pero, abu, ya te dije que la María no te va a dar fiado hasta que le pagues aunque sea lo de un mes.
—¿Fiado? No, mi vida, nada de fiado, vas a comprar con plata. —Dolores sonrió, las más pequeñas la habían rodeado y aplaudían, muy contentas y felices.
La abuela se acomodó en su asiento, para quedar justo frente a Zara, se humedeció el dedo índice y empezó a contar billetes del fajo que tenía en la mano. Su nuera no dijo nada, ella esperó a que su marido volviera a sentarse a su lado y lo agarró de la mano. Federico la miró y le sonrió. Todos ahí tenían muy claro lo que había pasado.
»Bien, esto es para comprar —siguió diciendo Dolores.
—¿Tanto? —cuestionó Federico, viendo la cantidad de dinero que Dolores había separado y puesto sobre la mesa.
—Pará, mi amor, ya vas a entender.
Cuando Brenda volvió, ella se paró junto a su abuela y se quedó quieta con la espalda encorvada, lo más cerca del papel que podía. Lista para tomar nota.
»Vas a traer jamón —indicó mientras veía cómo Brenda anotaba—, pero del caro, mi amor, el barato me cae pesado. También queso y salame. Trescientos gramos de cada uno. ¡Ah! —exclamó Dolores y le hizo señas a Brenda para que se acercará, luego se cubrió la boca con la mano cuando le decía algo al oído.
—Ajá, bueno... —Brenda se dispuso a anotar eso también.
Dolores, pendiente del interés que tenía Zara en el papel, puso su mano adelante, cubriendo lo que estaba siendo anotado. Su nuera, más que ofendida, apretó la mano de Federico y cuando él la miró, trató de decirle con su mirada que era hora de irse, pero él levantó su mano libre pidiéndole que se calmara.
»Ya está, abu.
—Bueno, hermosa, acá tenés la plata. —Dolores le dio los billetes uno a uno—. Tené mucho cuidado que es mucha plata y no te vayas a olvidar de decirle a María que se cobre lo que le debo, que cobre todo. Hasta el último centavo. No vaya a ser que después ande hablando de nosotros. Pero, ¡por favor! ¿Cuándo nosotros le quedamos debiendo algo a alguien?
Los hermanos se miraron entre sí, mirada compartida de la que su tío Federico también fue parte, pero nadie dijo nada.
—Sí, abu, no te preocupes.
Cuando Brenda salió de la cocina casi se choca con Kevin, él venía corriendo con lo que le habían pedido. Mariana lo miró y negó con su cabeza. Por lo que él había tardado, para ella era obvio que había revisado el bolso de Zara antes de traerlo. Entonces, Dolores iba a dirigirse a sus nietos otra vez. En esa ocasión, a Mariana y a Kevin.
—Acá tenés, tía —dijo él, junto a ambos (Federico y Zara) y estiró los brazos para ofrecerle el bolso a ella.
—Ah, bueno. —Zara agarró su bolso y lo abrió sintiendo como la mirada de Dolores se le clavaba como un puñal.
Ella no había escuchado a su nuera darle las gracias a su nieto y eso la ofendía, pero también lo dejó pasar.
—Mariana, pone una pava de agua y Kevin, pásame las cosas del mate, por favor.
Ellos accedieron a su pedido bastante rápido. Cuando Kevin le entregó las cosas, Dolores ni siquiera lo miró. En su lugar, miró a Zara y le dijo: —Gracias, mi amor.
—Dolores... —empezó Zara, aprovechando que tenía la atención de la mujer—. ¿Y qué fue, por qué se mató Julián?
El rostro de Dolores se transfiguró, su nieta más pequeña, Candela, hizo un puchero, dispuesta a empezar a llorar. Lo mismo sucedió con dulce, cuando ella miró a su hermana y se contagió de sus emociones.
—No, mis amores, no lloren —dijo Dolores, luego extendió sus brazos recibiendo a las niñas que iban en su dirección, ella las abrazó y las beso. Después, pensando en sacarlas de eso mal momento, la abuela prosiguió—: vayan con Brenda y díganle que les compre un alfajor o cualquier golosina que ustedes quieran. Le dicen que yo dije y se van con cuidado, sin correr, por la vereda, ¿entendieron?
Las niñas asintieron, recuperándose de la angustia y sin perder tiempo, salieron de la cocina rumbo a lo de María. Federico por su parte, levantó su cabeza, miró a su mujer y negó. Zara estaba sola porque ella misma se lo había buscado.
—¿Qué te pasa, estúpida? ¡Tan mala leche vas a ser! ¿No te das cuenta que se les acaba de morir el padre a estas pobres criaturas? —Dolores se cubrió la cara con las manos un momento, casi fuera de sí. Su rostro se había puesto rojo de la rabia—. Parece que ya ni pisas tierra. Mirá, no te arranco todos los pelos por respeto a mi hijo.
—Mamita, tenés razón, se desubicó, pero no fue con mala intención. —Federico giró la cabeza para mirar a Zara.
Ella estaba entumecida, sabía que se había pasado, pero de todas formas intentó salir de esa situación.
—Es verdad, Dolores. Yo me equivoqué y les pido perdón a todos. —Atenta a todas las miradas furiosas sobre ella, Zara intentó levantarse de la silla—. Creo que yo mejor te voy a esperar en el auto, amor.
Entonces, Mariana decidió intervenir y frotando el brazo derecho de Dolores para calmarla, le habló.
—Tranqui, abuela, no te pongas mal. Ya sabés que es una pelotuda atómica, nunca se da cuenta de nada.