¡qué familia de mierda!

Capítulo 3: La ceremonia (3)

...

Por fortuna para el padre Sebastián, el resto de la ceremonia transcurrió en paz. Algunos se llevaron los pañuelos a los lagrimales cuando llegó el turno para hablar de Inés, pero no hubo mayores sobresaltos.

Por desgracia para Matilde, una vez que salió en busca del chisme más fresco se tuvo que quedar afuera no más. La puerta principal de la parroquia solo podía abrirse por dentro y aunque ella la golpeó en busca de regresar dentro, después de que un par de curiosos voltearon a ver, todos siguieron con lo suyo, haciendo de cuenta que ya no escuchaban los llamados de la vecina.

Cuando la concurrencia salió, encontraron a Matilde sentada en el último de los tres gruesos y anchos escalones de piedra que tenía a la entrada la parroquia. Y así también pudieron ver como ya todo estaba dispuesto para el traslado.

Un coche fúnebre que parecía de estreno estaba listo para el féretro de Inés y al lado de ese, un coche que parecía estar en sus últimos viajes estaba listo para Julián.

Más también, tres colectivos estaban dispuestos para el traslado de los dolientes. Una cortesía que el padre Sebastián había conseguido después de insistir mucho y que el intendente había cedido sin perder de vista que todos estuvieran al tanto de su gran corazón. A ambas orillas de los colectivos había pancartas adheridas que rezaban el hecho: “Municipalidad de... Intendencia Venancio Ortegas”.

—Para eso sí tiene plata el hijo de puta —mencionó Dolores, algo molesta—. Cuando a mí se me rompió el vidrio de mi ventana en pleno invierno le fui a pedir y me dijo que estaban sin presupuesto. No le pudo dar un vidrio de mierda a una pobre vieja para que no se congele, pero si puede pagar todo este circo para quedar bien.

—Tu ventana da al patio del fondo, abu, por más que le pusiera que él te dio el vidrio, nadie lo iba a ver —explicó Kevin.

—Lo tienen que volver a votar, no se vayan a  olvidar —aportó Zara, por primera vez en lo que parecía ponerse de su lado.

Todos asintieron, ella había entendido todo.

Con los féretros ya en sus respectivos coches, la gente empezó a subir al transporte, pero a Dolores se le ocurrió una idea que no tardó en hacerles saber.

—Chicos —empezó, tocando el hombro de Mariana—, a mí me están doliendo un poco las piernas y me gustaría viajar un poco más cómoda. El cementerio queda lejos y no quiero llegar destruida. ¿Qué les parece si ustedes que son más grandes van en uno de los colectivos?

—Pero vos nunca querés que andemos solos cuando vamos lejos —dijo Mariana, mirando a su abuela con cierto asombro.

—No, pero no van a ir solos, Zarita va a ir con ustedes para cuidarlos. —Dolores giró para ver a la mujer, ella ya estaba al borde del último escalón con su marido al lado, ellos estaban tomados de la mano—. ¿Podría ser, querida?

Zara miró a Federico, los ojos de la mujer reflejaban algo de miedo y sus pensamientos parecían gritar: “Sácame de esta”. Él le sonrió y apoyó la propuesta de su madre.

—Ese último no está tan lleno, pueden ir en ese. Total se van al fondo y no hablan con nadie si no quieren.

Zara tragó saliva y asintió. No tenía escapatoria.

—Vamos, chicos, antes de que se llene —llamó con su mano.

Mariana y Kevin la siguieron por lo que Zara se detuvo para preguntarle a Brenda porque no venía ella también, pero la adolescente le explicó que iba a ir con las más chiquitas atrás en el auto, que así todos entraban justo.

Una vez se habían acomodado en el fondo, Mariana y Kevin en el penúltimo asiento doble y Zara detrás de ellos, al lado de la ventana, el chófer se dispuso a cerrar la puerta, pero una animada mujer se lo impidió.

—¡Pará, faltamos nosotros! —anunció poniendo su mano sobre el borde de la puerta para que no la pudieran cerrar—. Vamos, suban.

Entonces, cuatro niños que iban desde los nueve a los tres años de edad subieron seguidos por la mujer. Pronto, su blusa azul marina con estampa de flores rojas junto a sus calzas rosas y sus zapatillas deportivas amarillas con cordones verdes, dejaron claro que su manera de hablar no era lo único extrovertido que ella tenía.

Mariana y Kevin que, como todos los demás, no se perdieron detalle de lo que estaba sucediendo, hicieron mención de quién se trataba.

—Es la piano.

Comentario que Zara escuchó, pero del que no pidió explicación. Esa situación y esa gente la hacían sentir demasiado incómoda.

La mujer extendió sus brazos y como si de un ave intentando volar se tratase, guió a sus hijos por el pasillo en busca de asientos. Ésos estaban ocupados en su mayoría por lo que terminaron al final, junto a Zara.

Mariana le dio un codazo a Kevin cuando él seguía mirando todo fijamente. Así le indicó disimular.

La mujer tomó el lugar contiguo al de Zara por lo que sus hijos quedaron a la derecha de las dos. Si bien tanto los niños como su madre parecían no tener interés por los asuntos de nadie más al estar sumergidos en los suyos propios, de inmediato la madre marcó la diferencia.

—Hola, soy la piano —dijo la mujer con una sonrisa al tiempo que extendió su mano para saludarla—, te daría un beso, pero como no te conozco mucho todavía.

Zara le devolvió el gesto, tanto la sonrisa como el apretón de manos. No le tomó demasiado captar la razón detrás de ese tan curioso apodo. Los dientes salteados de la mujer parecían simular las teclas blancas y negras de dicho instrumento musical. Uno sí y uno no.

—Es un gusto, yo soy Zara, pero, ¿cuál es tu nombre de pila? Me incómoda un poco decirte la piano.

La mujer observó los delicados movimientos de su casual acompañante así como su tono.

—No sos de acá, ¿no? —Sintiendo que quizás la estaban haciendo menos y que debía ponerse a la defensiva, la piano la miró de arriba a abajo—. ¿Nombre de pila, qué es eso?

—Ah, un nombre de pila es el nombre que te pusieron tus padres, con el que te anotaron cuando naciste. Y no, no soy de acá. Estoy acompañando a la familia de mi esposo.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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