¡qué familia de mierda!

Capítulo 9: Contracara (2)

...

De pronto y sin aparente previo aviso, tanta seguridad se empezaba a desmoronar. Los espacios de aquel privilegiado hogar pasaban de ser grandes a inmensos. Y entonces lo pensó: lo último que Zara quería era verlos llenos de  soledad.

—Sí, quiero... —pronunció Zara, quien ya no se prohibió llorar.

Su mente le decía que tenía razones de sobra para haberse enamorado de él y para seguirlo amando con tanta intensidad.

Tal vez si sus padres alguna vez hubieran puesto en duda a ese pretendiente ella se podría engañar, derivar la culpa, sentir que aquel momento era inevitable, pero no. Ellos se reservaron las opiniones para primero esperar a conocerlo bien. Y fueron varios años en los que Zara sentía alivio cuando en las reuniones familiares nadie deslizaba un comentario que hiciera referencia al origen humilde de aquel hombre. Muy por el contrario, Federico no tardó en ser llamado para ser parte de la fotografía familiar cuando llegaban cumpleaños, Navidad y Año Nuevo. Su calidez y sencillez habían sido más que suficientes para que todos entendieran la clase de persona que era él.

Así se fueron deshaciendo los posibles prejuicios... Esas señales de alerta simplemente nunca llegaron y aunque en un principio la prudencia les impidió descartar la posibilidad, el tiempo se encargó de demostrar que no tenían un cazafortunas entre ellos. Resta decirlo, en un principio ellos también tendían a pensar que solo era cuestión de dejar aquella rueda girar. Alguien de un mundo tan diferente no tardaría en sentirse sapo de otro pozo y por consecuente, en abandonar el barco. Pero nada de eso pasó. Aquella unión se fortaleció de manera que ya ni propios o extraños podían recordar o creer normal ni correcto ver al uno sin el otro.

Zara y Federico habían encajado como las piezas faltantes de un rompecabezas, como la cursilería de encontrar la otra mitad. Tal vez fue por eso que nadie tuvo un comentario negativo para describir su romance. Iba en serio, muy en serio.

Zara se secó las lágrimas con sus muñecas mientras las palmas y los dedos colgaban hacia adelante, todo sin moverse del umbral bajo el que permanecía de pie. Lugar desde el que podía escuchar el motor del automóvil bramando afuera. Algo que Federico nunca había hecho antes ni siquiera cuando él no vivía en ese barrio privado y no había normas prohibiendo esa clase de disturbios. Desde luego, sus vecinos no pudieron evitar sentir curiosidad acerca de aquel escándalo y ninguno quiso perderse el evento. Ya fuera por los más atrevidos que salieron de sus casas para ver todo con detalle desde el jardín o los más discretos que observaron desde dentro haciendo a un lado la cortina, nadie se quedó indiferente. Mientras tanto, Zara seguía pensando y tratando de procesar lo que estaba sucediendo, lo que Federico intentaba decirle con tanto ruido. Quizás acelerando a cada segundo él intentaba recordarle el tiempo, ese que estaba corriendo y exigía una decisión. Tal vez, esa sería la manera en que él mostraba su propio dolor ante el posible desenlace de aquella pelea. La más fuerte que hubieran tenido alguna vez.

Quién daría el brazo a torcer resultaba imposible de adivinar, pero para ellos era todavía peor al pensar en la posibilidad que ninguno quería, pero sin embargo, estaba ahí: ninguno lo haría.

De vuelta al hogar de los Tobares, Dolores seguía enojada por lo que Brenda le había dicho a Zara. Ya todo estaba guardado y los demás nietos se habían unido para desayunar.

—Todavía no puedo creer que hayas hecho una cosa así —dijo Dolores.

—¿Qué hizo, quién? —consultó Mariana.

Si bien Dolores había pronunciado aquellas palabras mirando directamente a Brenda, Mariana no estaba segura del todo.

—Tu hermanita, mi amor. ¿Podes creer que le dijo a la Zara que yo no les compro fruta nunca?

—¿Mintió?

Dolores, boquiabierta, no podía creer lo que escuchó.

—No se trata de mentir, ¿no te das cuenta que me insultó?

—¿Eh, cómo? Si ni te nombró. Por lo que nos dijo ayer la tía, mi hermana le dijo que no comíamos fruta porque era muy cara, pero nunca dijo que vos no querían comprarnos.

—¿Son boludos, chicos? ¿Qué te pensas que está diciendo cuando soy yo la que los tiene a cargo? ¡Puta madre! —Dolores golpeó la mesa, más que enojada.

Brenda, sentada a su lado y con la cabeza abajo por la vergüenza, sintió ganas de llorar.

»Lo único que falta, que ahora anden diciendo que los tengo cagados de hambre. Alguna vez les hice faltar un plato de comida, ¿eh? ¿Qué necesidad tienen de andar hablando boludeces?

—No, abu, no nos falta de comer, pero tampoco es que estemos de diez, ¿no?

—¿No ven que hago lo mejor que puedo? —Dolores se cubrió los ojos con la mano por unos segundos. Le dolía sentir que todos sus esfuerzos no valían nada para ellos—. Pendejos ingratos de mierda —sentenció.

—No es eso, abu, pero podríamos estar mejor. Hasta arreglar un poco la casa.

—¿Sí, y cómo se supone que haríamos eso?

Mariana respiró hondo, pensando en su futura elección de palabras.

—Tengo diecisiete años, abu. Yo ya puedo empezar a trabajar para que estemos mejor todos.

—Y yo ya te dije que eso no va a pasar.

—Pero Don Armando me dijo que puedo trabajar en la panadería a la tarde y los fines de semana, así puedo seguir estudiando.

—¡Te dije que no, Mariana, entendé, mierda!

—Pero por qué no si yo puedo.

—¿Vos te pensas que yo soy boluda? Que casualidad que ese viejo no más agarre para trabajar... —Dolores dibujó comillas en el aire—, a las chicas más jovencitas y necesitadas del barrio. ¿Sabes cuántos muchachos le han pedido trabajo y les dice que no?

—Siempre pensando mal vos —Mariana, más que molesta, se cruzó de brazos.

—Mirá muchas veces la gente miente, pero hay rumores muy ciertos y lo que hace ese viejo verde lo saben todos. Ni loca voy a dejar que pases por eso. Antes nos morimos de hambre, ¿entendiste?



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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