Ese lunes, Dolores atendió a sus nietos como cada mañana, con mucha dedicación les preparó el desayuno y cuando llegó la hora de despedirse de ellos hasta les dio una fruta para llevar como merienda. La abuela estaba especialmente feliz pensando en lo que haría y por eso se encontraba risueña ante lo que se imaginaba su mente. De seguro la expresión de sorpresa que tendría Kevin sería imperdible y por eso ella ya tenía la seguridad de que eso sería algo para atesorar.
—Vamos a ir hasta lo de Nancy, mi amor. —Le avisó a la pequeña a su lado.
Candela no entendía qué estaba pasando, por qué habían salido de la casa tan temprano y por qué su abuela estaba cerrando la puerta principal con llave. Motivo por el que Dolores se explicó brevemente.
»¿Viste ayer toda la ropita que trajo Zara? —La abuela vio a la nieta asentir—. Bueno, era toda ropa de mujer y tu hermano también se merece tener ropita nueva, ¿no te parece?
—¿Y por qué no le compras, abu?
—A eso vamos, amor —respondió Dolores entre risas—, pero no podes decir nada cuando él llegue del colegio. Le vamos a dar la sorpresa, ¿sí?
Candela dio unos saltitos en el lugar con las manos cerradas bajo el mentón. Manera en que intentaba contener su emoción. Luego miró a su abuela, se pasó el dedo índice y pulgar juntos sobre los labios cerrados (en señal de secreto) y agarró la mano de su abuela para partir ambas a paso lento.
—¿Qué le vas a comprar, abu? —insistió Candela sin poder contener su curiosidad.
Dolores volvió a reír, esta vez mucho más animada.
—No sé, mi amor. Vamos a ver qué hay que le pueda gustar a él, pero le quiero comprar un pantaloncito y una remerita por lo menos.
—¡Qué lindo, abu! —exclamó la pequeña—. Mi hermano se va a poner re feliz.
—Ojalá, mi vida.
Alrededor de 20 minutos después ambas volvieron a la casa. Dolores estaba feliz e ilusionada. Para su fortuna le había alcanzado para lo que quería y hasta para una campera. Prendas que había pedido fueran envueltas para regaló y a lo que Nancy había accedido de inmediato.
—¿Es cumpleaños del chiquito? —Consultó ella—. Si es así te puedo hacer una rebaja, como regalo de mi parte.
—¡Ay sí! ¿Podes creer que ya tenga 15 mi nene? Crecen tan rápido estas criaturas.
Candela, al escuchar la equivocación y en su inocencia quiso aclarar la situación, pero Dolores le impidió hablar. Con un firme apretón a su pequeña mano, la abuela le hizo saber que no debía decir nada. Acto seguido, mientras Nancy preparaba el regalo, Dolores miró a la pequeña y le guiñó un ojo por lo que ella le sonrió. La abuela no estaba enojada, solo le estaba pidiendo prudencia, algo que a su corta edad ya sabía interpretar más allá de que no fuese capaz de entenderlo completamente.
—Toma, mi amor —dijo Dolores entregando el paquete a la niña—, haceme el favor de llevarlo a mi pieza y ponelo bajo mi almohada, pero con mucho cuidado, ¿sí? No vayas a romper el papel.
Candela ni siquiera lo pensó y de inmediato corrió a cumplir con la tarea. Por su parte, al quedarse sola, aprovechando que cerca no había ojos que pudieran llegar a preocuparse, se abrazó el propio abdomen y aplicó presión. Un intenso dolor que nadie había notado la estaba punzando.
—Mejor me tomo algo —murmuró para sí misma—, parece que este dolor de mierda no se piensa ir solo.
Después, respirando profundo en busca de la calma que la hiciese actuar como si todo estuviera bien, la abuela fue a su cuarto y buscó sus analgésicos. En cuanto a la pequeña con la que se cruzó en el pasillo cuando venía de vuelta, le ordenó ir a la cocina y esperarla ahí.
Sus manos temblaban luego de al sentarse en la cama abrir el cajón de su mesa de noche y tomar la tira de analgésicos que tenía. Los había comprado días atrás y no los quiso tocar esperando que aquel dolor se fuera solo, pero lo único que había hecho fue empeorar.
Dolores ni siquiera lo dudó, agarró 3 y los tomó juntos. «Al menos un poco me tienen que aliviar», pensó. Más allá de todo, la abuela podía ser cualquier cosa menos tonta, ella sabía que algo grave podría estarle sucediendo, pero también sabía que había 5 niños dependiendo de ella, 5 niños a los que no quería ni podía dejar solos por ningún motivo.
—Hasta donde el cuerpo aguante, mierda —declaró y tras volver a respirar profundo, se incorporó.
Poco después y a penas junto a la puerta, Dolores se quedó sosteniendo el picaporte con su mano derecha mientras que con su brazo izquierdo se rodeó el abdomen mientras bajaba su cabeza y la apoyaba en la puerta. Una punzada intensa seguidas por otras que lo fueron todavía más, atacaron su estómago.
»Pero que dolor, puta madre —reclamó en voz baja mientras las lágrimas caían de sus ojos.
Si bien los dolores corporales no le podían resultar ajenos desde bastante tiempo, nunca habían escalado al punto de dejarla inmóvil. Y es que aunque ella lo hubiese querido, en aquel momento no podría ignorar el malestar para seguir con su rutina.
—¿Abu estás bien?
Candela, cansada de esperarla, había venido en su búsqueda, pero Dolores no podía atenderla ni mucho menos dejar que la pequeña la viera así.
Armándose de valor, la abuela respiró hondo y le respondió con el tono más normal y dulce del que fue capaz.
—Sí, mi amor. Anda a la cocina que la abu está ordenando... —Una nueva punzada la interrumpió —. Está ordenando unas cosas y ya va.
—Bueno, abu, te espero.
Escuchando los pasos y la puerta de la cocina siendo cerrada, Dolores respiró aliviada, se limpió las lágrimas y se acercó al mueble junto a la puerta de su habitación. Entonces, con dificultad y todavía atacada por un sufrimiento tan insistente, la abuela abrió el cajón y sacó una vela blanca. Misma que encendió con dificultad y pegó en el plato frente a la figura de yeso de la virgen María.
—No me falles ahora, por favor —pidió—, haceme el milagro, querida.
En lo que sería imposible precisar, deambulando entre el efecto de los analgésicos o la misma sugestión de la fe, Dolores sintió que las punzadas se volvían más esporádicas al tiempo que débiles y un par de minutos después, ya no estaban ahí. El cansancio de permanecer tanto tiempo de pie en el mismo lugar había agotado sus piernas por lo que la abuela se sentó en su cama hasta tranquilizarse.