Dolores estaba sola sentada a la mesa en la cocina con un mate humeante frente a ella, uno que ella todavía no se decidía a tomar. Su mente estaba en otro lugar aunque la abuela parecía muy concentrada en el vapor ascendente del agua caliente. Ella no podía dejar de pensar en lo que pasaría a continuación, cuánto tiempo su secreto podría permanecer puertas adentro. Entonces, con decisión opaca, deseando poder evitarlo, Kevin entró en la cocina y trás cerrar la puerta a su espalda, se apoyó en la misma para quedarse cabizbajo. Dolores no se percató de su presencia ni siquiera escuchó el ruido de la puerta.
La misma imagen seguía volviendo a ella. Kevin y Brenda habían bajado la cabeza, se habían puesto en evidencia. Ellos escucharon esa conversación privada entre la abuela y la nieta mayor aunque no quisieron decir cuánto era lo que sabían en realidad. Dolores sintió mucha pena cuando los vio expuestos. Con algo tan simple ella había comprendido que solo le quedaba guardar el secreto para las más pequeñas y por eso les prometió a los mayores perdonar su indiscreción si todos mantenían la boca cerrada.
—Los más grandes lo van a entender, ellos ya tienen edad para comprender que esto es parte de la vida... —dijo la abuela hablando con su figura de yeso en representación de la Virgen.
En la noche Dolores había ido a su cuarto con la intención de descansar, pero terminó prendiendo otra vela y quedándose con sus manos juntas al borde del mueble, hablando con ese objeto inanimado desde su más profunda fe.
»Y no te pido que hagas algo para sacarme lo que sea que tengo. No, no, no... —ella negó con la cabeza para convencerse a sí misma de todo aquello que decía—. Lo único que te pido es que me des el tiempo suficiente para asegurarme de que ellos van a estar bien. Vos me tenés que comprender, te hablo de mujer a mujer y en especial, de madre a madre... Yo no me quiero ir, no te voy a mentir, pero tampoco es por mí.
Dolores sonrió con amargura buscando las mejores palabras para conseguir el beneplácito de lo que ella creía un ser sobrenatural, uno que debería estar dispuesto a cumplir sus demandas con los argumentos adecuados.
»Eso es lo que tiene la vida, ¿viste? Pensas, voy a hacer lo mejor que pueda para criar mis hijos, hacerlos personas de bien y listo, con eso me conformo. Después que venga el descanso que no voy a tener problema con eso, pero no siempre es así. Para mí en vez del descanso vinieron ellos y ahora son lo que más quiero. Te hablo de corazón, podes cortarme un dedo, un brazo, la cabeza, pero no me toques a los chicos. ¿Me entendés? —Dolores, con los ojos húmedos, miró a la virgen y acarició la base del objeto cuando también le sonrió—. No me importa lo que me pase a mí, pero fíjate bien, por favor. Lo único que te pido es que ellos no se queden solos hasta que puedan defenderse en la vida.
Volviendo al tiempo presente, Kevin se obligó a caminar hasta quedar frente a la mesa, algo que al fin alertó a la abuela y por lo que ella le prestó atención.
—¿Kevin? —llamó ella, pero él permaneció en silencio y con su cabeza gacha—. ¿Qué pasa, chiquito? —insistió Dolores con tono dulce, procurando una invitación para la confianza de su nieto en ella.
Kevin asintió y luego la miró con cierta preocupación. Dolores negó; ella realmente no quería enojarse, pero con su actitud él parecía decirle que en ese momento estaría más que justificado hacerlo.
—Pero por qué tanto misterio, che. ¡Habla! —gritó para verlo sacudir los hombres y retroceder ante el susto espontáneo.
—El tío Federico. —Se apresuró a decirle Kevin cuando también buscaba su estabilidad otra vez luego de dar un paso hacia atrás.
Él levantó su mano derecha enseñando la pantalla del celular de Dolores.
»Me mandó un mensaje para preguntar si estábamos acá, en casa porque quiere hablar con vos.
—¿Conmigo?
Dolores se llevó la mano al pecho, gesto que acompaño con la incertidumbre de su expresión. Kevin, inmutable, no pudo darle una respuesta inmediata. Quizás pensando que la culpa por la reunión solicitada caería sobre él.
»¿Pero de qué, te dijo? —Sin respuesta, Dolores apoyó los codos en la mesa y se cubrió la cara con las manos, luego la frotó intentando mantener la calma y entonces volvió a indagar—. Mirá, mi amor, vos conoces bien a la abuela y sabes que tarde o temprano y de una manera u otra me voy a enterar si me mentís así que decime la verdad, ¿ustedes le dijeron algo de lo que me escucharon hablando con Mariana?
—No, abu. Él me escribió a mí de la nada. Mirá... —aseguró el nieto con nerviosismo al señalar la pantalla del aparato—, te muestro la conversación para que veas que yo no le dije nada.
Dolores levantó las cejas por un segundo, notoriamente molesta.
—Decime una cosa, chiquito, ¿sos boludo o te hacés?
—Pero, ¿qué dije de malo, abu?
Por fortuna para Kevin, así como Dolores podía tener la ferocidad de un volcán en erupción, con el beneficio del mérito de comprender y en tan solo un segundo, también podía volverse un estanque en calma.
—Nada, chiquito, nada —concedió—. ¿Y solo te dijo eso, que tenía que hablar conmigo?
El confundido muchacho asintió.
»¡Ay! —exclamó Dolores dando un golpe en la mesa con su mano derecha.
Kevin siguió mirando a su abuela tratando de entender su reacción, pero para ella fue como si él ya no estuviera ahí. La mente de Dolores había caído presa de un recuerdo.
«Por eso estaba acá María... Le tiene que haber dicho algo a la Zara y a ella que no le gusta llevar y traer seguro fue corriendo a contarle a Federico», pensó la abuela estando en lo cierto solo a medias.
»Bueno, mi amor, vení a darle un abrazo y un beso a la abuela —llamó estirando los brazos hacia él y abriendo y cerrando las manos repetidas veces.
Kevin solo se encontró más confundido. No podía comprender cómo era posible que unos segundos antes ella pareciera dispuesta a perseguirlo por toda la casa con la escoba y ahora le estuviera reclamando cariño.