¿qué fue?

CAPITULO I

Después de recibir la llamada de su padre, Max dejó apresuradamente su apartamento y prosiguió a su encuentro, sólo pensando en qué podría querer un martes por la tarde, que no fuera una cena familiar. A sabiendas de que pronto tendría clases nocturnas en la universidad, corrió a su encuentro.
Siendo recibido por su progenitor en el despacho, se sentó ansioso a la espera de poder oír las palabras que lo habían echo pasarse dos señales de alto, sólo por el tono motivado del director Junior.
–¿Qué te parece? –le preguntó el hombre después de relatarle la idea que había tenido.
Mirándolo como si estuviera mal de la cabeza, Max negó innumerables veces a la propuesta de su viejo.
–Lo siento, papá. Estudio para ser ingeniero físico, no para ser el profesor de adolescentes fastidiosos.
–Una vez fuiste uno de esos adolescentes. –le recordó su padre sonriendo con cierta melancolía. –Sólo piensa, hijo. Es una gran oportunidad para prepararte y repasar cosas que hayas olvidado de tu carrera.
Oyendo esas palabras se planteaba la idea, pero luego de unos minutos de razonamiento decidió que no era lo mejor. 
–No lo creo, padre. –negó nuevamente, esperando que entendiera esta vez, cosa que obviamente no pasó.
–Entonces hazlo por mí, hijo. Después de lo ocurrido con tu primo necesito demostrar que tengo personal capacitado. –pidió con cierta agonía.
Soltando un gran suspiro Max recordó las innumerables sandeces que había cometido su primo Victor, después que su padre le ofreciera ser el profesor sustituto del año pasado.
Lo que hizo no sólo afectó la imagen del colegió, sino también a su padre por verse involucrado de manera sanguínea con él.
–Te prometo que serán estos tres meses hasta que termine el año. Entonces no te pediré nada más. –suplicó el hombre robusto con varias canas en su melena rojiza a su pelinegro hijo.
–Deacuerdo, padre. –aceptó el joven, esperando poder borrar la expresión angustiosa de su rostro.
Cosa que así fue. Junior no pudo evitar ver a su único hijo como siempre lo había visto, con orgullo. Estaba agradecido con Dios y la vida por haberle entregado tan maravilloso descendiente, a quien siempre apoyaría porque nunca lo defraudaba.
Por su parte, Max siempre estuvo de acuerdo con las decisiones de su padre. Y si creía que colocarlo de profesor era buena idea, estaba conforme con ello. Amaba a su padre y se esforzaba constantemente por verlo feliz y orgulloso por el rumbo en el que iba su vida.
Pero no podía dejar de sentir ese mal presentimiento en la boca de su estómago, no sabía si era porque nunca había sido profesor o porque en realidad algo malo se avecinaba.
Mientras preparaban todo para que Max asistiera al día siguiente, en otro lugar de la ciudad una adolescente de grandes ojos oscuros no dejaba de discutir con su hermana de cinco años por el último trozo de pastel en la alacena.
–¡Dame eso, Reese! ¡Eres una ladrona! –chilló la castaña viendo como la pequeña huía de la escena con el pedazo de pastel en sus manos. –¡Vuelve aquí, mocosa!
Pero antes de siquiera mover un pie, fue acorralada por su prima universitaria en la cocina. 
–¡Si, Abel, por milésima vez! ¡Que sí le gustas! –le decía en voz alta a su prima enamoradiza, en referencia al décimo chico que le mostraba en su teléfono.
–Uy, pero que humor. –se burló de ella, haciéndola bufar.
–Estaba apunto de recuperar mi pedazo de pastel, ¿qué puede ser más importante que eso? –dijo molesta a la rubia.

–¿Conseguirte un novio? ¿Tal vez? –expresó, intentando hacer que reflexionara sobre el rumbo que tomaba su vida.

Emma suspiró colocando las manos en sus sienés, buscando una salida para espacar de la  charla que le tendría preparada su prima Abel. 
Si bien recordaba ya habían hablado sobre ello más de treinta veces en lo que quedaba del mes, por eso no pensaba quedarse parada oyendo como le daba consejos para encontrar el amor, y de paso, criticara su vida amorosa.
Sin embargo, que pensara eso no significaba que no quisiera con el alma a la rubia, quien había estado con ella toda su vida y que más que una prima, siempre la consideró una hermana mayor.
Pero no por ello estaría más de una hora oyéndola articular lo malo que puede ser para la salud quedarse solo y aislarse del amor.
Emma le había explicado mil veces que eso no era lo que sucedía, pero Abel no parecía entenderla.
Mirando desesperadamente a los lados en busca de una solución, oyó el sonido del timbre y literalmente se echó a correr para abrirle la puerta a quién sea que la haya salvado.
–¡Laila! –chilló mostrando una sonrisa falsa a la rubia teñida, que se hacía llamar la mejor amiga de su prima. –Que bueno verte...
–Lo mismo digo, Emma. –respondió la chica de igual manera. –¿Está Abel?
La tensión en el aire podía cortarse con un papel fácilmente, demostrando la mala relación entre ambas. Aunque no siempre fue así, todo cambio cuando el ex de la rubia falsa 
terminó con ella por su amor hacia la castaña. Un amor que nunca fue correspondido, cabe aclarar, pero que marcó tanto a la rubia que terminó declarándole la guerra a la prima de su mejor amiga.
Aunque Emma no la odiaba, decidió alejarse de Leila por las cosas pesadas que le había hecho despues de aquello.
–¡Leila, ven aquí! ¡Tengo algo que contarte!
La voz emocionada de la rubia incitaba a su mejor amiga a seguirla escaleras arriba, para conversar -o chismosear- en la comodidad de su habitación.
Luego de verlas desaparecer, Emma se recostó en la puerta dejando salir un gran suspiro de alivio por haberse librado de la conversación con Abel, pero también sentía un mal sabor de boca al tener en cuenta lo cerca que estaba Leila.
Y es que, ¿cómo no? ¡Si lo que le había hecho era terrible!
Dejando de lado esos pensamientos se dedicó a terminar su tarea, dado a que al otro día debía presentar un ensayo sobre "lo que más afecta a los seres humanos" de ciencias naturales. También recordó lo mal que se había puesto hoy su profesora de física.
Rebobinar como la pobre se enteró de que su esposo le era infiel y tener un aborto espontáneo en plena clase, la hizo sentir empatía por la morena mujer que tal vez no volvería a ver por el colegio. 
Lo que la hizo pensar, ¿quién sería ahora el profesor? ¿Sería algún otro profesor? ¿O alguien nuevo?
Sin tener respuesta, se dedicó a continuar con sus quehaceres recibiendo varios mensajes de sus amigas con las mismas hipótesis del asunto.




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