No es un túnel lo que ves cuando te vas; aquella patraña sinsentido me fue demostrada aun a pesar de que nunca quise saberlo, porque entonces eso sería la señal de que estaba muerta y que el juego se había terminado para mí.
Es tan rápido como cuando te golpeas el meñique con la pata de una mesa o de tu cama; quizás duele intensamente durante un instante, pero lo que viene luego es aún peor. Cuando el dolor hormiguea y te deja una marca.
Nadie espera morir a los quince años y menos aún ver de forma completamente nítida, el último viaje que hizo con sus padres. No fue a Disneyland, nunca hemos sido esa clase de familia moña. Nuestra originalidad era una seña de identidad; una familia atípica en una ciudad típica estadounidense. Proveníamos del estado de Maine, en el condado de Sagadahoc, en la ciudad de Bath. Era una ciudad muy pequeña, de hecho, no superaba los 9000 habitantes. El lugar tenía gran encanto gracias a la enorme cantidad de parajes naturales y a la tranquilidad que se respiraba por doquier. Uno de mis lugares preferidos era la bahía de Merrymeeting, ya que era el lugar de parada de muchas aves migratorias que cruzaban el país; un punto en el mundo donde escapaba de todos.
La paz que sentía en aquella parte cuando me sentaba a mirar el agua en calma mientras que comía algo dulce, era justo lo que necesitaba cuando las cosas no iban bien, sobre todo, cuando mis padres decidieron separarse. Y precisamente para ello fue ese viaje express a Traverse city, Michigan, ya que mi madre era una forofa de la tarta de cerezas y, casualidades de la vida, en ese preciso lugar se celebraba anualmente el festival de la cereza. En ese tiempo en el que la relación de mis padres pendía de un hilo, mi padre se convirtió en un amasijo de continuas atenciones hacia mi madre y, aunque fuera increíble, eso no hizo que nos descuidara a mi hermano o a mí.
Siempre fue alguien con varios trabajos, la mayoría de ellos, temporales. Frente a una detective de homicidios cuya carrera era bastante prolífica, cualquier hombre que estuviera a su lado podría experimentar una enorme bajada de autoestima. Pero ése no era mi padre; se consideraba su mayor fan y siempre decía que era la inteligente de la relación de una forma cariñosa. En ningún momento pudo atisbarse ni un solo gramo de envidia en sus palabras o gestos y es por eso que tanto mi hermano como yo nos llevábamos mejor con él que con nuestra madre. El trabajo que ella desempeñaba era desgastante y agriaba mucho el carácter, cosa que era comprensible porque no podía imaginar los horrores que ella veía a diario. Por ser algo relacionado con asesinatos, jamás contaba nada en casa por miedo a generarnos un sentimiento de trauma o miedo. Quizás, después de pensarlo mucho, las razones podrían ser más cercanas a que ella no se atrevía a desnudarse emocionalmente ante nadie y no el motivo que ella nos daba.
Fue en ese festival de la cereza en el que el dulce sueño donde los cuatro estábamos inmersos e ignorantes ante la inminente tragedia, en los que ella tomó la determinación de acabar con su relación. Ella ya lo había decidido en la noche que pasamos previa a nuestra vuelta a casa, cuando había pasado el resto del día riendo y disfrutando como hacía años nunca lo había hecho.
Mi padre se desmoronó cuando ella ni deshizo la maleta, sino que la puso sobre la cama para llevarse el resto de sus cosas. Nosotros no supimos nada hasta el día siguiente a la vuelta de la escuela, pues nuestro padre no quería que eso afectara a nuestra jornada de colegio. Y lo logró, pero el resto del tiempo hasta la actualidad, todo fue cuesta abajo y sin frenos.
― ¿Por qué se marchó mamá de casa? —pregunté mientras que estaba sentada frente a mi padre. Por su rostro pálido y ojeroso, no había sido precisamente un buen día para él. Nos había servido sendas copas de helado de vainilla con sirope de caramelo y sprinkles de chocolate a mi hermano y a mí. Y aunque era aún muy joven, supe detectar que algo malo pasaba.
—Mamá no era feliz conmigo y ahora encontró a alguien que sí le hace feliz. Se marchó de viaje sabático porque no puede seguir con su trabajo por un tiempo debido al estrés y los problemas de nuestra separación. Aunque ella se muestre impertérrita, ante todo, tiene su corazón y sensibilidad.
Un bufido de indignación salió de la boca de mi hermano. Compartía totalmente ese sentimiento.
—No estoy de acuerdo con que sea así—dijo Michael mientras daba una cucharada a su helado. Era cierto que no había mostrado ningún tipo de culpabilidad ante nosotros, por no hablar de su marcha durante nuestra ausencia. Para mí, fue una cobarde y le guardaba un profundo rencor.
—Michael, tu madre tiene problemas. Su trabajo es horrible y siempre ha mirado por todos nosotros. Nunca le guardéis ningún tipo de pensamiento o sentimiento de odio a vuestra madre. Ella…ella tiene cosas que solucionar.
—¡Ella y todos!¡Todos tenemos malditos problemas y no vamos abandonando a todo el mundo! —estallé en un grito. Aquella situación en la que mi padre era el mártir y que disculpaba el pésimo comportamiento de mi madre, me hacía enloquecer como nunca. No quería escuchar más, de hecho, no podía hacerlo, aunque lo deseara. Era momento de evadirme, tomar mi bicicleta y fundirme con las calles desiertas de aquel paraje casi invernal. Era otoño, pero el frío se sentía cercano y aquello me hizo pensar en la mierda de navidades que se nos presentaban.
No es que hiciésemos nada en especial, pero eran de los pocos momentos en los que mi madre parecía relajarse y ser casi normal. Quizás esa época era en la que menos crímenes violentos se cometían o quizás todo lo contrario y es en esos días en los que tenía que fingir de la forma más perfecta posible.
—No voy a darle el gusto en llamarla o mandarle un mensaje. Ella no se lo merece—decía mientras pedaleaba sin mirar siquiera la hora que se estaba haciendo. Mi padre entraría a trabajar en el turno de noche de la tienda de comestibles 24 horas que había cerca de casa, a unos diez minutos concretamente. Mi hermano, que era mayor que yo, le ayudaba en algunas ocasiones cuando entraba mercancía nueva y requería de mano de obra extra para descargar cajas y colocar productos en las estanterías. Al trabajar solo, no podía atender el establecimiento y colocar los víveres, por lo que el dueño de la tienda permitió contratar a Michael a tiempo parcial.
#7690 en Fantasía
#3531 en Thriller
#1823 en Misterio
fantasia amistad romance odio, fantasmas asesinatos y leyendas, policial misterio crimen
Editado: 28.11.2022