¿qué hice yo para merecer este infernum?

CAPÍTULO 7

Volvimos a casa con el corazón en un puño y la amarga sensación de que Karma no regresaría a nosotros. Como padre, deseaba mantener la calma y la mente lo más fría posible para evitar que Michael se preocupara por mí como extra. Tomé la decisión de dejarme libre lo que quedaba de noche para pasarla en mi dormitorio, pues no podía trabajar dadas esas circunstancias. Gracias al amable policía que había tomado el caso de mi hija, se pudo conseguir hablar con el dueño de la tienda para la que trabajaba y así tener el resto del día libre. En todo el tiempo que había trabajado en aquel local, no había conocido al dueño ni en persona ni tampoco por teléfono, por lo que me comunicaba con él mediante correo electrónico, aunque tenía su número, pero nunca me lo cogía. En uno de los tantos correos que recibí de él, me pidió expresamente que no le llamara por teléfono pues no le gustaba en absoluto usarlo.

Pero a los dos tonos, el policía pudo hablar perfectamente con él para mi gran sorpresa.

Michael por su parte, decidió quedarse el resto de la noche para cubrirme; no lo quiso admitir, pero mantener su mente ocupada era algo que necesitaba para mantenerse cuerdo.

Lo comprendía bien pero ahora venía un paso muy complicado en el caso de mi hija. Mi ex mujer debía de saber lo que había sucedido con Karma, pues como era normal, sus colegas de trabajo probablemente la informaron y en breve, me llamaría para saber qué demonios había sucedido. Ahora se encontraba de viaje con su nueva novia y estaba seguro que una noticia así, cancelaría cualquier plan que tuvieran anotado en su lista de año sabático que habían programado. Tan solo esperaba que no pensara que había sido culpa mía y que había sido irresponsable, pues era lo último que necesitaba en momentos como éste.

Quise adelantarme a esa llamada y tener la oportunidad de ser el primero en informarla de la noticia. Eché un rápido vistazo al reloj de pared.

Eran las seis de la mañana así que seguramente se encontraría durmiendo pues el huso horario era el mismo que el condado de Bath. Si seguía siendo el mismo animal de costumbres, se levantaría a las siete de la mañana para tomarse un café mientras que organizaba la ropa que iba a ponerse además de organizar su agenda con las actividades del día. Aunque ya no era agente de policía por un tiempo, seguía llevando esa libreta inseparable que le regalé, cosa que era un tanto agridulce para mí.

Nuestra separación fue la piedra que faltaba por romper el frágil cristal de su mente, necesitando desconectar de los últimos casos que había tenido últimamente. El peor indudablemente fue hace 22 años, del cual necesitó un buen tiempo lejos de la jefatura.  Con cada caso difícil, su carácter se agriaba un poco más y su mutismo con respecto a lo que vivía en su día a día era todavía mayor. Con nuestro divorcio, decidió alejarse de ese tipo de vida por un tiempo para recoger los pedazos que quedaron de ella.

No podía esperar por más tiempo, así que tomé el teléfono con mis manos temblorosas y marqué su número. Aun ponía el nombre de “Cariño”, seguido con un corazón.

Era un estúpido, pero eso era de lo que se había enamorado cuando me conoció.

La voz de Bridget resonó al otro lado con cierta irritación. Me lo esperaba.

—Espero que tengas una buena razón para llamarme a estas horas. Porque si es solo para joder, espero que tengas tu culo preparado para cuando vuelva.

Mi silencio la dejó descolocada, pues solía decirle alguna cosa para calmar el ambiente. Apenas podía hablar sobre el tema y abordarlo era aun peor. Bridget pudo sentir ese frío extraño que emanaba de mi cuerpo, el del más intenso pánico ante un peligro invisible pero real. Me aclaré la garganta varias veces.

—¿Paul? ¿Te encuentras bien? No sueles ser tan callado.

—Karma ha desaparecido desde esta noche. La está buscando tu equipo.

Lo saqué todo de golpe pues no podía preparar el terreno para que el dolor fuera menos. Eso requería de una fortaleza de la que no disponía en esos momentos. Ese silencio era peor que la retahíla de insultos que solía dedicarme en cuanto teníamos la oportunidad de cruzar unas palabras. Bridget era legible y transparente como el papel de calco; fueron muchos años los que me dieron esa capacidad de leerla con enorme sencillez.

Sabía que tenía que esperar, que la lluvia comenzase a caer para abrir el paraguas. Así es como la definía a la situación que se creaba entre nosotros antes de comenzar a discutir.

—Debe de tratarse de un error. Sé que Michael y ella están en sus altos y bajos… sé que una discusión puede dar lugar a muchos malentendidos.

—No ha sido como siempre. Cuando se va…es por, como mucho, una hora. Suele quedarse por los alrededores, nunca se aleja. Esta vez, nadie la ha visto que se sepa.

Otro silencio se construyó entre nosotros, en esa línea telefónica que parecía estar siendo mantenida por dos almas en pena. Un hilo de voz salía de nuestra boca, temblorosa como una hoja y débil como mi pobre corazón. De una en una iba cayendo, desgracia tras desgracia. Si Dios existía, yo estaba en su lista negra.

Finalmente, Bridget se recompuso como buenamente pudo para dar una solución. Su mente detectivesca tomó parte de ella, la relevó para así mantener un hilo de esperanza en el asunto. Agradecí internamente que ella tomara parte de toda esta situación.

—Paul, volveré a casa en el primer vuelo que encuentre. Necesito que no salgas de casa hasta que yo llegué y que dejes libre la línea por si recibes alguna llamada. Desgraciadamente, a veces no es la policía quién llama.

 —¿A qué te refieres con eso? —le pregunté.

—Si ha ocurrido un secuestro…dios mío espero que no—hizo una pausa para tomar aire—a veces llaman para pedir un rescate. Incluso se pavonean de lo hijos de puta que son para así hacer sufrir a los familiares de la víctima. Escúchame, voy a decirles a mis compañeros que intervengan tu línea para así, si llama algún cabrón, poder localizarlo. Entiendo que todo esto que te cuento…es una maldita locura y que quizás exagero, pero…desgraciadamente he visto demasiadas cosas.




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