Estuve estacionado frente a la galería desde antes de mediodía del día siguiente; tenía que asegurarme de verla llegar. No sabía cómo reaccionaría ella, pero estaba dispuesto a cualquier cosa por lograr que me escuchara. Decidí llamar a Enzo; hacía más de un año que no contactaba con él. Le pregunté si sabía algo acerca de Anais, sin dejarle ver que sabía que se encontraba en la ciudad. A pesar de haber sido mi mejor amigo, lo negó. Me dijo que ni siquiera Thamara había vuelto a verle. Terminé más decepcionado y dolido; sin embargo, le agradecí y le aseguré que pronto me pasaría por su empresa para conversar un poco.
Cerca de las dos de la tarde vi una camioneta negra estacionarse frente a la galería. El chofer bajó, seguramente para abrir la puerta de quien transportaba, pero antes de que lo hiciera, la mujer bajó. Era ella, mi Anais. Del otro lado, bajó su amiga.
—Thamara —dije para mí mismo. El hombre se quedó de pie al lado del auto. Sin pensarlo mucho, le pedí a los dos guardias de seguridad que siempre iban tras de mí en otro auto, que se llevaran al chofer. Sabía que me metería en un gravísimo problema, pero tenía que arriesgarme.
Los muchachos sabían muy bien lo que hacían; ni siquiera tuvieron que preguntar qué hacer, a dónde llevarlo, nada. Se pararon cada uno a un lado; colocando un arma muy cerca y amenazándolo, lo llevaron al auto. Lo despojaron de las llaves y me las entregaron. Subí al auto para esperar que ellas regresaran, me sorprendí al ver al niño allí; seguramente no planeaban tardar tanto.
—¿Quién eres tú? —preguntó el niño un poco alarmado. Bajé y subí nuevamente para sentarme en la parte trasera, a su lado.
—Soy un amigo de tu mami. El chofer se sintió un poquito mal y me pidió que lo ayudara —extendí la mano derecha para saludarle. Él la tomó sin temor, su sonrisa logró que después de mucho tiempo, yo también sonriera. Sus ojos verdes, la forma de su nariz, el cabello liso y negro…todo en él me gritaba que era mi hijo—. ¿Me dices cuál es tu nombre?, a mi amigo no le dio tiempo de decírmelo.
—Gael Arturo —no había duda; acababa de confirmar que sí, estaba frente a mi hijo. El corazón se aceleró en mi pecho, haciéndome sentir que se abriría en dos debido a la alegría que sentía en ese momento.
—Es un nombre muy bonito. ¿Sabes por qué te llamas así? —él encogió sus hombros en un gesto que decía que no tenía ni idea—. ¿Me dejas abrazarte?
—Mi mami siempre dice que a los extraños no puedo darles tanta confianza, pero contigo siento algo aquí —señaló su pecho con su pequeña mano. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no echarme a llorar delante de él. Un tornado de sentimientos se encontraban haciendo estragos dentro de mí. Sentía tanta alegría al saber que tenía un hijo; aparte, crecía algo parecido al resentimiento contra Anais, por ocultármelo. Además, estaba el agradecimiento por haberla hallado después de tanto tiempo; pero ahora, no sabía cómo debía tratarla a ella. No me veía capaz de perdonarle que me hubiese privado de vivir al lado de mi hijo.
Estuve seguro que lo que mi hijo sentía era eso que dicen es el “llamado de la sangre”. Yo jamás había creído en esas ideas de los abuelos, pues si lo hiciera, pensaría que mi sangre no era la misma que la de mis padres, que evitaban cualquier muestra de afecto para conmigo; porque desde que era un niño se comportaron de esa manera.
—¿Conoces a tu padre? —quería evitar hacer esa pregunta, pero necesitaba conocer lo que él pensaba de mí.
—Aun no. Siempre que le pregunto a mi mami sobre él, me dice que es un tema complicado. Yo no entiendo lo que eso significa, pero debo esperar a que deje de ser taaaaan complicado —sonreí con su manera de hablar, alargando la vocal.
Lo abracé tan fuerte y por tanto tiempo que temí que Anais llegara y me encontrara con él allí. Le dije que era mejor que volviera a mi asiento. Llamé a Mauro y le pedí que mantuvieran al chofer en resguardo. Debían mantenerlo calmado, por lo que pedí hablar con él.
—Señor, no lo conozco y pido disculpas porque lo puse en una condición en la que quizá usted salga perdiendo —susurré para evitar que el niño escuchara mis palabras—. Pero debe saber que no le haré daño a Anais, ni al niño. Llevo cinco años buscándola… a ella y a mi hijo.
—¿Va a secuestrarlos? —el hombre habló apretando los dientes, demostrando que estaba furioso—. No saldrá vivo de esto, sea usted quien sea.
—No los estoy secuestrando. Sólo quiero que ella me escuche. Los llevaré conmigo a un lugar seguro en el que usted podrá estar cerca. Cuando haya logrado hacerlo, ella volverá con usted. Se lo prometo, pero usted debe colaborar con mis hombres; de lo contrario, puede irle bastante mal y de verdad, no quisiera que sucediera nada.
Colgué al escuchar que mi hijo hablaba. Decía que ya venía su mami. Observé a Anais salir junto a su amiga. Se despidieron con un abrazo; Thamara se alejó caminando. Seguramente iría a su oficina, que no estaba muy lejos de allí; Anais subió al coche y de inmediato coloqué los seguros de las puertas.
—Ya estoy aquí, cariño. Espero no haber tardado mucho tiempo —le habló al niño y besó su frente. No se fijó que era otro hombre quien estaba al volante, así que entré al tráfico, mirando por el espejo para asegurarme que el auto de mis guardaespaldas venía tras nosotros—. Carlos, por favor, llévanos al hotel.