—¿Cómo supiste que él es tu hijo? —Anais Se exaltó al escucharme—. ¿Acaso te lo he confirmado?
—¡De verdad crees que soy estúpido! Seguramente pensaste que jamás lo descubriría, ¿cierto? ¡Cómo te atreviste a ocultarlo de mí!, ¡maldita sea! —ella permanecía en silencio y yo seguía gritándole todo lo que hacía hervir mi pecho en ese momento—. ¿Cómo pudiste desaparecer así?, no te importó nada; ¿no pensaste en lo que yo sentía por ti, en lo que he sentido todos estos años?
—¿Y yo? —replicó ella, levantándose para encararme—. ¿Acaso te preocupaste por lo que pudo pasarme?, ¿siquiera abriste la boca para reprocharle a tu padre que me haya mandado a sacar de casa de tu abuelo como lo hizo? —esas palabras no las esperaba; volteé a verla, sintiendo que podría matar a mi padre en ese mismo momento.
—¿Qué hizo qué? —ella me miró, sonriendo irónicamente—. Anais, por favor, dejemos de gritar y hablemos como dos adultos —tomé su mano y la hice sentarse, yo me ubiqué a su lado—. Cuéntame, necesito saber qué pasó esa navidad; yo sólo sé que huiste de mí mientras cenábamos. Ni siquiera me fijé que no estabas hasta que logré ir a la habitación; para entonces, ya casi amanecía, estuvimos en el salón conversando… —callé por unos segundos; ahora entendía por qué mi padre me había retenido tanto tiempo, tratando de hablar conmigo de muchos temas en general—. ¡Maldita sea!, ¿cómo no me di cuenta antes? Ahora entiendo, Anais; mi padre me retuvo allí para que no me diera tiempo de encontrarte o de evitar lo que sea que haya hecho.
—No sé qué vas a inventar, Arturo; estoy segura que estuviste de acuerdo con tu padre. Consideraste tus prioridades y tu familia lo fue por encima de mí, de mi bienestar.
—Anais, por favor. Dime de una jodida vez, ¿qué fue lo que te hizo? —estaba desesperándome; ella no terminaba de decirme lo que había ocurrido. No quería imaginar lo que haría si nuestra separación era culpa de ese que se hacía llamar mi padre.
—Después que dejé la mesa, fui a la habitación —unos segundos después continuó hablando en voz muy baja se levantó y fue a la ventana. Desde allí podían verse las montañas nevadas. Sabía que le gustaba una vista así. Cruzó los brazos sobre su pecho y continuó hablando. Me acerqué a ella lentamente sin llegar a tocarla, aunque me moría por hacerlo—. María llevó una bandeja con la cena para mí, pero la rechacé; cerré la puerta tras ella y de nuevo llamaron a la puerta. Al abrir, vi que era el chofer de tu padre. Desconozco su nombre, pero lo vi con ellos las dos veces que tuve la desdicha de estar en el mismo lugar que tu familia.
—Continúa, por favor —le pedí cuando guardó silencio.
—Me dijo que tú estabas esperándome en el auto. Creí en él, pero cuando intenté tomar las maletas, me dijo que debía dejar todo porque tu padre no me quería allí. Cubrió mi boca con algo… —Anais comenzó a llorar, no pude evitar abrazarla, pegando su espalda a mi pecho. Pensé que evitaría mi contacto; para mi fortuna, no lo hizo.
—Tranquila, mi amor. Trata de respirar y calmarte. Necesito saberlo todo. Créeme, que si hubiese sabido esto, él ya no existiría.
—No digas eso, por favor. Ni siquiera lo pienses. Es tu padre, Arturo.
—Uno al que le queda muy grande ese calificativo. ¿Crees poder continuar? —ella asintió y la llevé de regreso al sofá. Tomé sus manos para darle valor y lograr que me dijese todo.
—Cuando desperté, estaba en la estación del tren. Mejor dicho, ese hombre me despertó en la estación. Ya había comprado un boleto para Barcelona. Había menos de diez personas en todo el lugar. Ese hombre se aseguró que no pudiese bajar del tren; de todas maneras, no sé para qué se esforzó tanto, lo menos que yo quería era volver a ese lugar.
—¿Anais, te das cuenta que no tuve nada que ver con eso? —ella asintió con un gesto levemente—. ¿Entonces por qué razón te alejaste así de mí? Te busqué; por días estuve frente a la empresa de tu padre, hasta que me recibió, pues logré una cita con él. Llevo cinco años siguiendo pistas que no me llevan a nada.
—Mi padre nunca me habló de eso. Según yo, él no sabe quién eres tú.
—Pues sí lo sabe. Me conoció y se encargó de hacerme saber que no me querías cerca —obvié contarle su amenaza—. Anais, ¿dónde estuviste todo este tiempo?
Ella se levantó y comenzó a caminar por la casa. Entendí que buscaba la habitación donde estaba el niño. Caminé hacia ella, la tomé de la mano y la guié a la segunda planta hasta la habitación del fondo del pasillo. Aquella era una casa para vacacionar, lo que sobraban eran habitaciones. Hacía mucho tiempo que la había comprado, soñaba con ocuparla con ella; aunque jamás pensé que la llevaría prácticamente a rastras hasta allí.
Abrí la puerta y ella fue al lado del niño. Volvió a cubrirlo, pues la manta que coloqué sobre él se había corrido un poco. Me quedé de pie, recostado en la puerta; imaginaba cómo sería mi vida a su lado, criando juntos a Gael. Sonreí, pues esa imagen me llenaba de alegría.
—Me hubiese gustado estar contigo durante tu embarazo —ella se puso de pie y me miró con todo, menos amor en su mirada.