¿quÉ PasÓ En Navidad?

CAPITULO 8

Fui a la habitación donde dormía siempre que iba allí, después de ducharme me vestí con ropa cómoda; guardaba lo necesario para cuando decidía que la ciudad arrasaba conmigo. Bajé a la cocina y preparé café, tostadas, huevos, fruta y un tazón con cereal, pues no sabía qué preferían para desayunar; coloqué todo en una bandeja y subí a donde ellos dormían. Cuando logré abrir la puerta, dejé la bandeja sobre la mesa y me senté a observarlos, pues aún dormían.

—¿Qué haces ahí? —preguntó ella al despertar y verme sentado en un sillón.

—Los veo dormir —se levantó y fue al baño. Sus piernas lucían perfectas con su pijama corto, tal como las recordaba. Me encantaba su piel tan blanca y su cabello chocolate, igual a sus ojos. Al salir, vio la bandeja y volvió a sentarse en la cama, al lado del niño.

—No tenías por qué preparar todo eso.

—Deben tener hambre.

—¿Y tú?, ¿desayunaste?

—No, quiero hacerlo con ustedes; sólo bebí café. Comamos mientras que despierta Gael —le propuse. Asintió y fue a sentarse frente a mí. Corrí la mesa para que quedara en medio de ambos y serví café para ella; cuando le entregué la taza, rocé sus dedos a propósito.

—Te pido por favor que no hagas ese tipo de cosas.

—Estás más linda que nunca —le dije, ignorando lo que pedía. Bebió de su taza sin responder—. Anais, por favor, dame la oportunidad de enmendar tantas cosas de las que ni siquiera me he enterado.

—Lo que dices es como pedir perdón por algo que no has hecho… y en realidad sí que hiciste.

—Explícame qué fue todo lo que te dañó por mi culpa. Te prometo que lo resolveré, por lo menos intentaré hacerlo. Sé que no puedo obligarte pero…

—Estoy obligada aquí, ¿lo has olvidado?

—¡Por Dios, Anais, ya basta! —elevé un poco la voz, me levanté y fui al balcón. El clima estaba bastante frío, parecía que nevaría.

—Es la verdad, Arturo. No quería estar aquí. Mauricio debe estar preocupado al no saber de nosotros.

—Mauricio me importa poco —dije apretando los dientes—. Pero para tu tranquilidad, tu chofer o lo que sea, le habló ayer y le dijo que están bien.

—Ya te dije que Mauricio no es lo que crees…

—¡Entonces termina de una buena vez con tu explicación porque sigo en medio de una bola de nieve que cada vez se hace más grande aquí! —dije señalando mi pecho—. No sé qué quieres decir con eso cuando has dicho que lo amas.

—Mientras continúes interrumpiéndome al hablar, menos podré explicar nada.

—Entonces habla. Te escucho —me apoyé en la barandilla y crucé mis brazos sobre el pecho.

—Sigues teniendo la costumbre de andar descalzo por la casa —su comentario y su sonrisa me desequilibraron. No sabía qué esperaba para decir lo que en realidad quería escuchar—. Como te dije —continuó—. Amo a Mauricio, pero de otra manera… es más como un hermano —solté el aire retenido; me sentí aliviado al instante—. Lo conocí en México, aunque es español. Estaba allí por trabajo; lo conocí en uno de los talleres a los que asistí para aprender todo acerca del diseño de joyas. Sabes que siempre me gustó esa labor; al estar libre de la presión de mi padre, quise darme esa oportunidad. Al enterarse, quiso obligarme a dejarlo, la ayuda de Mauricio me permitió imponerme a él. Con su ayuda logré realizar mis estudios, tal como yo quería.

—Eras adulta, Anais. No veo por qué tu padre tenía derechos sobre ti. Ni siquiera tenía que opinar en cuanto a nuestro hijo. ¿Imaginas lo que siento? —ella negó con un gesto—. Si lo tuviera en frente le arrancaría la cabeza, aunque sea tu padre. ¡Lo odio!

—Él me ha tenido atrapada todo este tiempo. Mi madre está enferma y él…  —no pudo continuar, su llanto se lo impidió; la abracé, aun cuando pensé que se alejaría de mí.

—Él te amenaza con alejarte de ella. ¿Es eso? —ella asintió—. Tu padre es un desgraciado.

—Lo sé. El único que ha podido con él es Mauricio; no sé cómo ni por qué, pero mi padre nos da un respiro sólo porque Mauricio nos protege. ¿Entiendes ahora? Yo jamás he dejado de amarte y creo que aunque quiera hacerlo, jamás lo haré.

Tomé su rostro entre mis manos, nos miramos a los ojos diciéndonos sin palabras lo que sentíamos. No pude evitarlo más tiempo; la besé con ansia, con desesperación, con un amor imposible de medir. Ella gimió sobre mis labios, respondiendo y dejándome saber que lo que decía, era cierto. Me amaba como yo a ella; ahora estábamos juntos y nadie nos podría obligar a separarnos de nuevo.

—Tengo que explicarte lo de Gael Arturo —dejó mis labios y fue adentro de nuevo. Se sentó en el lugar de antes y fui con ella para escucharla—. Cuando llegué a México, ya mi tía tenía orientaciones de mi padre para que me llevara a una clínica de su confianza; hablé con ella y le expliqué que amaba a mi hijo, aunque mi padre, al enterarse de mi embarazo dejó claro que no quería ser la burla de sus amistades por culpa de su hija; según él, no quería un nieto bastardo. Esas fueron sus palabras; para entonces, mi madre ya estaba sintiéndose mal, así que a él se le hizo fácil obligarme. O me iba o me alejaba del todo de ella. No podía hacerle eso cuando más me necesitaba.

—Igual tuviste que dejarla, Anais. ¿Te das cuenta que pudiste buscarme?, ¿por qué no llamar?, yo hubiese estado allí con ustedes. Me siento tan frustrado, tan inútil por dejar que sufrieras de esa manera. Por lo que veo, tu padre y el mío fueron hechos con la misma clase de mierda.



#15351 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 14.08.2023

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