¿quÉ PasÓ En Navidad?

CAPITULO 10

Le aseguré que cuidaría de ellos con mi vida y guardé mi teléfono. Fui hacia donde ella venía caminando con Gael Arturo tomados de la mano. Él la soltó y corrió hacia mí, lo tomé en brazos y lo hice girar, elevándolo un poco al tomarlo de su cintura. Mi hijo reía, estaba feliz y eso me daba valor para enfrentarme a quien quisiera hacerle daño.

 

  • ¿Cómo estás?, espero que hayas desayunado —lo puse de pie y acaricié su cabello, tan liso como el mío. Me gustaba como lo llevaba cortado, de la misma forma como yo lo usaba cuando era un niño; cayendo sobre el cuello en lo que llamaban un corte estilo hongo. Ahora yo lo llevaba un poco largo, pero al frente ya no tenía esa especie de flequillo. Me avergonzaría usarlo de esa manera a mi edad, pero en el niño se veía muy bien.

 

—Sí, lo hice. Mi mami me dijo que tú lo preparaste, así que lo comí todo —su alegría al hablar nos contagió, haciéndonos sonreír.

 

—Me alegra saber eso. ¿Te gustaría conocer el resto de la casa? —asintió, tomé su mano y aunque esperaba tal vez su rechazo, estiré la otra mano hacia Anais, la tomó y feliz, los llevé hacia donde estaba sentado antes.

 

  • ¡Mira mami!, ¡hay una piscina! —gritó al verla. No era la mejor temporada para utilizarla, así que estaba vacía; pero me aseguraría de traerlo en verano y disfrutar allí de su entusiasmo, de su infancia, de todo lo que me habían evitado vivir a su lado.

 

—Veo que te gusta. Ahora no podemos usarla, pero te prometo que en unos meses estaremos aquí disfrutando de ella.

 

  • ¿Me lo prometes?, mami tienes que darme permiso para venir —sus palabras hicieron temblar mis piernas. Pensé que tal vez ella le habría dicho que se marcharían, que no estarían conmigo. Decidí que no le permitirá hacerlo.

 

—Si tu papá te invita, claro que podrás venir.

 

—No necesito invitarlos, Anais. Se quedarán a vivir conmigo. Eso está más que decidido.

 

— ¡Siiiiiii!, ¡voy a vivir con mi mami y mi papá! —el niño comenzó a dar pequeños saltos de felicidad. Anais me miró muy seria. Yo sonreía, pensando que ella evitaba hacer lo que en realidad quería. Sus besos me lo habían dicho.

 

—Deja de hacer esto más difícil, Anais. Sabes que su destino es quedarse aquí, conmigo. 

 

—Debo volver a la ciudad, Arturo. Por favor, ya prepárate para marcharnos.

 

—No. No nos iremos. Pasaremos aquí el resto de la semana y el fin de ella. Tenemos que esperar que cierto señor regrese a Barcelona y deje de entrometerse —me miró intrigada y un poco extrañada que le dijera eso—. Sí, es lo que estás queriendo preguntarme con la mirada, el miserable de Martínez viajó hoy para buscarlos.

 

  • ¿Cómo lo sabes? —preguntó, buscando al niño con la mirada. Él corría feliz por la hierba húmeda.

 

—Mauricio le informó a Carlos y él a mí. Los muchachos estarán atentos, aunque dudo que dé con nosotros aquí. Sospecha que lleguemos a vernos y quiere evitarlo, pero ni imagina dónde puede encontrarme. No quiero que te angusties por su culpa.

 

—Muchas veces ha amenazado con matarte si vuelvo contigo, si te digo que Gael es tu hijo. Me sentía un poco confiada creyendo que no sabía ni tu nombre, pero tú dices que se conocieron; ahora estoy más preocupada. ¿Entiendes por qué quiero alejarme?

 

La tomé en mis brazos para abrazarla, y de nuevo tuve que soportar verla llorar. Maldije en silencio a ese hombre que causaba su angustia, su dolor. Sin embargo, lo que ella dijo me hizo feliz, porque me daba cuenta que me amaba lo suficiente como para alejarse, evitando que me hicieran daño, aun cuando era causa de su tristeza por no estar a mi lado.

 

—No te preocupes, nena. Yo estoy con ustedes, puedo cuidarlos, él no podrá hacernos daño.

 

—Temo que haga lo que me ha repetido una y otra vez. Te amo, Arturo. No quiero verte sufrir.

 

—Con que digas que me amas ya acabas con todo mi sufrimiento.

 

La besé con toda mi pasión y amor puestos en mis labios. Al darme cuenta que el niño podría estar viéndonos me obligué a separarme de ella. Limpié sus lágrimas con mis pulgares y dejé un beso en la punta de su nariz. Siempre le había gustado que lo hiciera, la hacía sonreír; esta vez también lo logré.

 

— ¿Ya puedo mirar? —la pregunta de nuestro hijo nos hizo reír ruidosamente. Estaba de espaldas a nosotros cubriendo sus ojos con ambas manos.

—Puedes mirar, cariño —dijo ella sonriendo.

—Ven con nosotros, Gael —le llamé—. Debes acostumbrarte a vernos así. Tu madre y yo nos amamos y cuando dos personas se aman, lo demuestran de muchas maneras, los besos son una de esas maneras. ¿Lo entiendes, verdad? —el niño asintió, sonriendo. Se acercó a mi rostro y besó mi mejilla.



#15246 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 14.08.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.